Cien años de la I Guerra Mundial: sangre, barro y trincheras

Cien años de la I Guerra Mundial: sangre, barro y trincheras

Cristobal Colón descubrió América; Carlos V fue el emperador más poderoso del siglo XVI y la I Guerra Mundial estalló por el asesinato de Francisco Fernando. Esas eran las píldoras de historia que los españoles estudiamos durante nuestra infancia. Breves apuntes en los que importaba más lo cuantitativo —había que terminar el temario— que lo cualitativo.

El problema es que, con el paso de los años, cada vez cuesta más situar el arranque y final de la que se conoció como la Gran Guerra —a veces ni siquiera recordamos esa definición—, qué países estuvieron involucrados o, menos aún, cuáles fueron los motivos reales que llevaron a las principales potencias europeas a liquidar la mayor época de paz y prosperidad conocida hasta ese momento en la historia de la humanidad.

El historiador Juan Eslava Galán (Arjona, Jaén, 7 de marzo de 1948) lleva años empeñado en una lucha personal por convertir a todos los “escépticos” —aquellos que creen que no hay más historia que la que aprendieron en la escuela, a los que “no acaban de creerse las verdades que le cuentan” — en personas que van un poco más allá e intentan conocer los verdaderos motivos que han configurado el mundo tal y como lo conocemos hoy.

El autor jienense incorpora ahora La Primera Guerra Mundial contada para escépticos a sus ya publicados Historia del mundo contada para escépticos o Historia de España contada para escépticos. El lanzamiento no es casual: este año se cumple el centenario del inicio del conflicto que implicó a Inglaterra, Alemania, Francia, el Imperio austrohúngaro, Rusia, Japón, EEUU, Canadá, Bélgica, Portugal, Grecia… Las librerías ya se atestan con obras similares; los medios de comunicación preparan sus especiales; los países involucrados —los vencedores y los vencidos— cierran sus actos conmemorativos. 2014 es, en definitiva, el año de la I Guerra Mundial.

Un conflicto cuyo detonante, efectivamente, se localiza un 28 de junio de 1914 en Sarajevo, cuando el archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero del trono del Imperio austrohúngaro, fue asesinado junto a su esposa por Gavrilo Princip, miembro de la organización Mano Negra, que abogaba por la creación de una gran Serbia.

Los profesores, por tanto, no andaban tan desencaminados.

“Sí, nos cuentan que la I Guerra Mundial estalla por el asesinato del heredero del Imperio austrohúngaro, pero también está el envés de esa historia”, puntualiza Eslava. Ese ‘envés’ no es otro que ampliar el foco sobre el mero detalle. Profundizar para entender los motivos reales que provocaron la locura colectiva. Ninguna guerra estalla por un solo motivo, sino por una confluencia de disputas larvadas en el tiempo.

“Todo los países que participaron en el conflicto estaban preparados para la guerra porque Alemania, que llegó tarde al reparto colonial, no se conforma con lo que tiene. Quiere más, y sólo puede conseguirlo a costa de los otros”. Es uno de los factores para que una simple chispa acabe provocando el mayor de los incendios. Pero hay más: Francia quiere vengarse de Alemania y recuperar sus perdidas Alsacia y Lorena, mientras que Inglaterra está muy preocupada por el empeño alemán de dotarse de una gran armada naval, mayor incluso que la británica, y que haría peligrar su absoluta preponderancia en el Atlántico. Inglaterra, en definitiva, no puede permitirse otra gran escuadra que le haga frente en el mundo porque pondría a sus colonias en peligro.”Y, por otra parte, existe la competencia comercial que se están haciendo todos entre sí. Todo esto empuja a que cada uno encuentre sus motivos y justificaciones para entrar en la guerra”, señala Eslava.

Hay muchos más aspectos que no siempre nos cuentan (o que nosotros no hacemos esfuerzo por aprender): “Durante la Paz Armada, que empieza en 1871, todo el mundo se dedicó a acumular arsenal”. Todos se estaban preparando para la lucha. Sólo necesitaban una excusa para comenzar a utilizarla.

El estallido de la guerra no coge a nadie desprevenido. E incluso la población, en un acto de absoluta ignorancia sobre lo que podría suceder, lo celebra. Está convencida de que será una guerra corta, “una cosa que apenas durara dos meses” y terminará antes de que acabe 1914. La cena de Navidad, piensan, servirá para que los soldados evoquen sus hazañas heroicas en el campo de batalla. “El pueblo fue feliz al conflicto”, asegura el historiador.

Batalla a batalla, muerto a muerto, esos dos meses se convirtieron al final en cuatro años. Y esos jóvenes que alegremente se habían alistado, o les habían alistado, contagiados por “esa visión un poco romántica de la guerra” acaban luchando por su vida “en una guerra espantosa, de trincheras, barro, mal tiempo… un espanto”.

Ese entusiasmo inicial no fue ajeno a ningún país. “Inglaterra no tenía un ejército muy numeroso, pero cuando se abren en los primeros días las oficinas de reclutamiento de voluntarios es tal la cantidad de postulantes que las autoridades tienen que mandar a la mayoría a casa. Se esperaban 20.000 solicitudes y se reciben 70.000. Ni siquiera el país tiene tantos uniformes o armas”, explica Eslava Galán.

Ese conflicto heroico se hace desde el primer minuto insoportable. Esa guerra tradicional, decimonónica, con cargas de caballería, se convierte en una contienda “cruenta y moderna” impulsada por los avances en tecnología militar. “Ya hay ametralladoras, sobre todo en el bando alemán, alambradas o submarinos, y al final tanques, gases y aviación”.

Es lo que Juan Eslava Galán define como “fascinación por la tecnología”. “Los bandos echan un pulso tecnológico tremendo. A veces avanza uno, otras el otro. Unos inventan algo y el otro replica con otra cosa aún mejor. Existe el espionaje, la propaganda. Son todos los elementos de la guerra moderna” combinados con otros propios de una película surrealista. Por ejemplo el uso de ciegos, cuyo oído es mucho más fino que el de los que pueden ver, para detectar a los Zepelines enemigos mediante el sonido.

La Triple Alianza y la Triple Entente, dos contendientes cuyas filas se fueron incrementando con el paso de los años. La entrada de Estados Unidos fue capital para decantar de forma definitiva el sentido de la contienda, aunque en realidad la que estaba llamada a convertirse en gran potencia mundial actuó desde el primer momento como un personaje en la sombra: “Facilitó materiales casi desde el principio. Cuando Alemania hunde el Lusitania EEEU se lo toma como una ofensa. Como la gran ofensa. El presidente de EEUU no podía entrar gratuitamente en guerra si no era con el apoyo del pueblo. Y una de las cosas que hacen que el pueble entre en efervescencia es la venta de la idea de que ‘estos asesinos alemanes se han cargado el Lusitania, unos 240 compatriotas han muerto allí’”.

El 7 de mayo de 1915, el Lusitania fue torpedeado por el submarino alemán U-20 frente a la costa irlandesa. El naufragio se llevó por delante la vida de casi 1.200 pasajeros, un centenar de ellos niños y 234 estadounidenses. Los alemanes siempre replicarán a las críticas por su extremada crueldad que existían elementos militares en la embarcación. La historia acabó dándole la razón: iba cargado de munición destinada a las tropas del ejército británico.

Sin llegar nunca a involucrarse de forma definitiva, España optó por la neutralidad pese a que desde el primer momento “el país se dividió” en dos: aliadófilos y germanófilos. El día a día de la guerra se convirtió en tema común en bares, boticas, mercados y peluquerías, como narra Eslava Galán en su obra. “España fue neutral pero fue una neutralidad activa porque estuvo muy implicada en la guerra. Los submarinos hundieron 70 barcos españoles y en todos los puertos de aquí había espías”. La célebre Mata-Hari, por ejemplo.

¿Por qué no participó España en la Gran Guerra?

No estábamos en condiciones. Teníamos problemas en Marruecos, éramos una potencia de tercer orden y deprimida, con grandes problemas sociales que estallan en 1917. Además el rey, Alfonso XIII, tiene el corazón dividido porque está casado con una inglesa y su madre es alemana. Y las dos señoras eran de armas tomar. En cualquier caso, España no podría haber decantado nada.

A comienzos de 1918 la derrota Alemana era ya casi un hecho. La rendición, defiende Eslava Galán, no se produjo tanto por las bajas en el frente, por la inferioridad armamentística o por la debilidad de los apoyos. “Alemania se rinde por hambre”, argumenta. “La población civil ya no podía aguantar más” la falta de alimentos derivada del bloqueo marítimo británico.

Los famélicos soldados apenas tienen fuerzas para sostener las armas y los ciudadanos alemanes salen a la calle con un cuchillo para descuartizar los caballos tirados en las aceras. “Alemania se da cuenta de que ha perdido la guerra cuando ve que se le está hundiendo el tinglado por la economía. Pero los militares, los que dan órdenes a los soldados de las trincheras mientras ellos duermen en camas y desayunan caliente, no pueden permitirse quedar para la historia como los derrotados. En una maniobra encomiable pasan “la patata caliente” de autorizar la firma del armisticio a un Parlamento que, hasta entonces, apenas había sido escuchado. Esa firma permitirá a los militares vender más tarde que la política le asestó “una puñalada por la espalda porque los ellos estaban ganando la guerra y fueron los políticos los que cedieron”.

La humillación de la derrota fue uno de los caldos de cultivo que, dos décadas más tarde, alentaron la barbaridad de provocar una nueva Guerra Mundial. “También influyeron, claro, las condiciones leoninas que impusieron los franceses en el Tratado Versalles de 1919. Eso deja las piezas dispuestas para que estalle la Segunda Guerra Mundial”, explica Eslava.

Difícilmente, porque Alemania no se conformaba con ser potencia de segundo orden, porque industrialmente y en inventos estaba por delante de todos sus competidores. Como fue un país que se forjó a raíz de la guerra francoprusiana, y por lo tanto llegó tarde al reparto colonial, se da cuenta de que no se conforma con ser actor secundario. Necesita más tierra y mercados, y a eso sólo se puede llegar a través de la guerra. Eso lo tenía claro. El otro lado también tenía claro que los alemanes eran los competidores, que fabrican más y más barato que ellos, que están haciéndose con un ejército para arrebatarles el mercado… Tarde o temprano se hubiera producido la guerra. Alemania, concluye Eslava, perdió las dos guerras mundiales que marcaron todo el siglo XX. Y está ganando la Tercera. Sí, la Tercera: “Estamos en una Guerra Mundial que es económica. Los alemanes ya no tiene panzer pero sí euros. Y al euro le tiene cogido por los huevos. Alemania necesita una expansión económica, ya no es necesario ocupar los países. Sólo tienes que ocupar los mercados”.

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