El cambio climático se lleva un pueblo por delante

El cambio climático se lleva un pueblo por delante

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El remoto pueblo de Shishmaref, en Alaska, ha experimentado de primera mano los efectos del cambio climático. En las últimas décadas, el mar ha ido erosionando las costas de la isla, provocando grandes desprendimientos cuando se produce una fuerte tormenta. (Foto: Gabriel Bouys/AFP/Getty Images)

Es una mañana de miércoles de finales de agosto, el primer día de clase en la escuela de Shishmaref. Las puertas del edificio azul claro no se han abierto aún, y el nuevo director está en la cocina untando a toda prisa las tostadas para el desayuno de los alumnos. Los maestros no paran de hacer ajustes de último minuto en sus clases, mientras que los niños, ansiosos, desde preescolar hasta secundaria, esperan en el porche, con las chaquetas abrochadas contra el aire frío de la mañana. Todo parece tan perfectamente normal que resulta difícil creer que hace sólo unos años nadie pensaba que Shishmaref sobreviviría.

Este pueblo remoto de 563 habitantes está situado a 48 kilómetros al sur del Círculo Ártico, flanqueado por el mar Chukchi al norte y una caleta al sur, y sobre una capa de permafrost que se derrite con rapidez. En las últimas décadas, el mar ha ido erosionando las costas de la isla, provocando grandes desprendimientos cuando se produce una fuerte tormenta.

Los residentes de Shishmaref, la mayoría indígenas inupiat de Alaska, han intentado contrarrestar estos problemas, alejando las casas de los acantilados y construyendo barreras a lo largo de la costa norte para intentar parar las olas. No obstante, en julio de 2002, teniendo en cuenta la realidad a largo plazo a la que se enfrenta la isla, votaron por hacer las maletas y trasladar el pueblo a otro sitio.

Sin embargo, la relocalización ha sido mucho más difícil que una simple votación. Y 13 años más tarde, Shishmaref sigue ahí, dispuesta a comenzar otro año escolar.

Aun así, existen señales obvias de que algo raro pasa. Una de las primeras cosas que se ve al llegar a Shishmaref es una pequeña construcción de madera que se sostiene a duras penas al borde de la playa, volcada hacia un lado, con el agua del mar a un par de metros.

La ciudad está construida sobre una estrecha franja de arena fina sedimentada de menos de cinco kilómetros de largo y 400 metros de ancho, rodeada de agua por todas partes. La única forma de entrar o de salir es en barco o en avión, a una hora de vuelo de Nome, que cuesta unos 400 dólares (340 euros) ida y vuelta. Sólo hay una pequeña carretera pavimentada en la isla que empieza justo al final del pueblo y llega al aeropuerto. Las demás calles de Shishmaref son de arena. La mayoría de la gente se mueve en quad y bicicletas sucias o en motos de nieve en invierno.

Teniendo en cuenta la realidad a largo plazo a la que se enfrenta la isla, votaron por hacer las maletas y trasladar el pueblo a otro sitio. Trece años más tarde, siguen ahí.

La mayoría de las casas no tiene agua corriente ni tuberías, así que el pueblo recoge agua y nieve para reutilizarla y la mayoría de los habitantes se ducha y lava la ropa en las lavanderías públicas. No hay muchos trabajos a tiempo completo, e incluso tener un empleo a tiempo parcial es complicado. Dado el tamaño de la isla, no queda demasiado espacio para nuevas viviendas o infraestructuras. En algunas casas, conviven varias generaciones en estructuras de madera pequeñas de una sola habitación. La mayoría de las familias vive de la caza, la pesca y la recolección de bayas. El pueblo es conocido en la región por producir aceite de foca y esculturas de hueso y marfil, que se venden a los turistas en las tiendas de regalos de Nome.

Todo lo demás de la isla —vehículos, comida, materiales de construcción— tienen que traerlo en barco. Como consecuencia, los alimentos frescos, aparte de lo que se puede cazar o recolectar, son escasos y los precios del mercado general indignarían a cualquier estadounidense: 14,76 dólares (más de 12 euros) por un bote de limpiahogar, 21,61 dólares (más de 18 euros) por un paquete de seis pañales Huggies, 7,40 dólares (más de 6 euros) por una caja de cereales. La gasolina y el combustible de calefacción también llegan a la isla en barco como producto premium en una carga cada verano. Un galón (3,8 litros) no cuesta menos de 6 dólares (5,2 euros). Y cuando se acaba el suministro, no queda otra que esperar al próximo barco.

Durante mi visita en agosto, la isla había agotado el suministro de gasolina anual y el próximo barco no se esperaba hasta dentro de una o dos semanas. Los habitantes se vieron obligados a racionar el uso de sus quads y lanchas.

El nombre original de la isla en idioma indígena era Kigiktaq y las muestras arqueológicas señalan que ya en el siglo XVII estaba habitada. La isla está rodeada por lo que ahora es la Bering Land Bridge National Preserve, más de un millón de hectáreas aisladas como parte del sistema de parques nacionales para preservar la integridad natural y arqueológica del punto de entrada de los primeros residentes de Norteamérica. Los exploradores rusos que llegaron en 1816 la llamaron Shishmarev por el navegante ruso Glieb Semenovich Shishmarev. La isla abrió una oficina de correos en 1901, según la historia local, pero el pueblo no se incorporó de forma oficial hasta 1969.

Las fotos antiguas de la isla muestran amplias playas de arena. Los ancianos del pueblo recuerdan jugar al pilla-pilla y al béisbol esquimal en la playa hasta tarde, ya que el sol sigue brillando pasadas las 11 de la noche en pleno verano.

"Había una gran playa de verdad", recuerda Nora Kuzuguk, de 67 años. "Era nuestro patio de recreo".

Ahora, estas playas están desapareciendo con rapidez.

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Las fotos antiguas de la isla muestran amplias playas de arena. Los ancianos del pueblo recuerdan jugar al pilla-pilla y al béisbol esquimal hasta tarde junto al mar. (Fotos: Alaska State Library Historical Collections)

La isla se enfrenta a la erosión, como mínimo, desde los años 50. Pero ahora el cambio climático está exacerbando el problema de forma considerable. Las temperaturas medias están incrementándose más rápido en Alaska que en el resto de los Estados Unidos, concretamente 3,4 grados Fahrenheit en los últimos 50 años. La subida de temperaturas está provocando que la capa por debajo de la superficie permanentemente helada se esté descongelando en algunas áreas. Esa fina capa de permafrost es más vulnerable a las tormentas y a las mareas, lo que está contribuyendo a la pérdida de costa en Shishmaref.

Las temperaturas más cálidas también han reducido el tiempo en el que el mar Chukchi permanece helado cada año, dejando la línea de costa expuesta a las tormentas de otoño y principios de invierno. Ahora, durante las tormentas, la arena "se fundirá con el agua", comentaba Luci Eningowuk, de 65 años. Entre 2004 y 2008 Eningowuk fue la representante de la coalición Shishmaref Erosion and Relocation, el grupo encargado de desarrollar y ejecutar un plan de traslado del pueblo. "Las olas se llevaron un buen trozo de tierra", dice.

Tras una gran tormenta que se produjo en octubre de 1997, tuvieron que trasladar 14 casas desde el norte de Shishmaref al otro extremo de la isla. En octubre de 2001, otra fuerte tormenta desprendió grandes trozos de la costa norte.

Comparando las fotos aéreas, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército estima que la isla está perdiendo entre 0,8 y 2,7 metros al año de media. Pero los datos de los últimos años tras las grandes tormentas muestran una pérdida de tierra de hasta 6,8 metros.

"Las olas se llevaron un buen trozo de tierra".

Cuando sus habitantes votaron por la relocalización, Shishmaref se convirtió en el mejor ejemplo del impacto del cambio climático. Una página web de la Agencia de Protección del Medio Ambiente que describe los efectos del cambio climático en Alaska incluye una foto de una de las casas de Shishmaref cayendo de un acantilado. "La severa erosión ha obligado a algunos pueblos indígenas de Alaska a reubicarse para proteger su vida y sus propiedades", apunta la web. Pero, aunque Shishmaref y otros pueblos más han intentado reubicarse, han descubierto que es mucho más complicado de lo que se pensaba.

En Estados Unidos sigue prevaleciendo la idea de que el cambio climático sólo es un concepto, una idea que se nos ha olvidado con el tiempo, la distancia y las circunstancias económicas. Es algo que podría afectar a las generaciones futuras y a otros países. Los debates sobre la realidad actual del cambio climático tienden a centrarse en pequeñas naciones isleñas como Tuvalu, las Maldivas o Kiribati, tan amenazadas por la crecida del mar que se han planteado adquirir tierra en otros continentes para poder trasladarse por completo.

No hace falta que busques más. Las comunidades indígenas de la costa de Alaska han estado intentando decirnos durante más de una década que los efectos del cambio climático ya están aquí.

Si crees en las predicciones serias publicadas últimamente por la ciencia, Shishmaref es sólo el principio. Los pueblos en planicies costeras deprimidas y en cuencas de ríos con tendencia a inundarse pueden ser los siguientes. Un estudio del Servicio Geológico de Estados Unidos advierte de que el 50% de la costa estadounidense corre el riesgo (grave) de sufrir impactos debidos a la subida del nivel del mar. Según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, 16,4 millones de estadounidenses viven en llanuras costeras inundables. Si no somos capaces de dilucidar cómo salvar a un pueblo de menos de 600 habitantes, ¿qué esperanza nos queda para los demás?

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Es evidente que algo va mal en Shishmaref. Lo primero que se ve al llegar es una pequeña construcción de madera que se sostiene a duras penas en el borde de la playa. (Foto: Kate Sheppard/The Huffington Post)

La caseta de madera inclinada pertenece a Tony Weyiouanna, de 55 años, que la utiliza para conservar pescado y producir aceite de foca. Weyiouanna es el presidente de la plataforma Shishmaref Native Corporation, que gestiona la tierra y los recursos asignados a la comunidad por la Ley de Resolución de Reclamaciones Territoriales de las Personas Originarias de Alaska. Cuando el pueblo votó por primera vez por la reubicación, Weyiouanna lideró la misión como asistente técnico de la coalición, que incluye a representantes del Ayuntamiento, del Gobierno y de la corporación nativa. En aquella época, Weyiouanna trabajaba como responsable de transporte de Kawerak, la asociación para el desarrollo socioeconómico regional, donde se ocupaba de las carreteras y otros proyectos de obras públicas.

Planificar el transporte es una cosa. Organizar el traslado de una ciudad es otra. "Yo pensaba '¿cómo narices voy a hacer esto?'", recuerda Weyiouanna. Estamos sentados en la mesa de su cocina bebiendo café y se acuerda de los esfuerzos que hicieron por el traslado aquellos días. Se para de vez en cuando para mirar el reno asado del horno, cuyo olor, rico y casero, llena la pequeña casa. Uno de sus tres hijos descansa sobre el sofá en el salón de al lado, viendo la televisión.

La coalición llevó a cabo un detallado plan de acción que explicaba a la comunidad, al Estado y a las agencias federales lo que una relocalización ordenada conllevaría. El primer paso era identificar los lugares potenciales para la reubicación que fueran lo suficientemente grandes para alojar a la población creciente de la ciudad, y que tuvieran acceso a la tierra, al agua y a las actividades de caza y pesca de las que dependían sus antepasados durante generaciones. Se estudiaría la geografía, la hidrología y la adecuación medioambiental del lugar. El pueblo determinaría las infraestructuras necesarias para la nueva comunidad, como un aeropuerto, carreteras, una clínica y un colegio. Finalmente, recuperarían lo que pudieran de Shishmaref y limpiarían la isla al irse.

Todo esto, por supuesto, requería dinero. Un estudio del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de 2004 estimó que trasladar Shishmaref a tierra firme en Alaska costaría 179 millones de dólares (unos 167 millones de euros). Weyiouanna y otros miembros de la coalición decidieron hacer lobby a las agencias estatales y federales para buscar apoyo financiero. El pueblo también creó una web con el lema "We Are Worth Saving!" [Merecemos ser salvados] en la que pedían donaciones, asistencia técnica y ayuda de cualquier persona dispuesta a prestar su tiempo.

Sus esfuerzos se vieron respaldados por una masiva atención mediática posterior a la decisión de la ciudad de trasladarse. Weyiouanna estima que unos 65 medios visitaron la isla sólo en 2003 y 2004, de Estados Unidos y de todo el mundo. "Para mí eran un actor importante", dice. "Era una herramienta para convencer a alguien de D.C., Juneau o Anchorage de que necesitábamos ayuda".

La ciudad identificó 11 posibles lugares para reubicarse en Alaska y los primeros estudios llevados a cabo por el Servicio de Conservación de Recursos Naturales del Departamento de Agricultura de Estados Unidos contribuyó a que la lista se redujera a dos lugares.

En una convención pública en diciembre de 2006, el pueblo seleccionó como nuevo hogar una zona llamada Tin Creek a menos de 19 kilómetros de Shishmaref. El lugar estaba lo suficientemente cerca para que los habitantes pudieran seguir pescando y cazando en los mismos sitios.

Sin embargo, en un par de años, el plan de trasladarse a Tin Creek se desmoronó. Los siguientes estudios revelaron que había algunos problemas. El lugar también se asienta sobre una capa de permafrost y, teniendo en cuenta que el Ártico se derrite, podría tener los días contados. La ciudad tuvo que seleccionar un lugar diferente.

Conseguir un apoyo adicional por parte de Washington se hacía cada vez más difícil. Ted Stevens, un poderoso senador republicano de Alaska y buen recaudador, había sido un factor clave para obtener fondos para los estudios de erosión y reubicación de la ciudad. Pero a los demócratas y a los republicanos de Washington no les gustó la asignación de gasto público —la principal fuente de financiación para estas obras—. Y cuando Stevens no fue reelegido en 2008 en medio de un juicio por corrupción federal, Shishmaref perdió su principal baza.

"Stevens era nuestro senador", explica Weyiouanna. "Es el que consiguió toda la financiación".

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Los habitantes de Shishmaref han alejado las casas del acantilado y han construido barreras como ésta, en la costa norte de la isla, para hacer frente a las olas. (Foto: Kate Sheppard/The Huffington Post)

En ese momento, el entusiasmo por la reubicación de Shishmaref decaía. Según el plan inicial, la ciudad debía estar trasladada para el 30 de abril de 2009, pero enseguida se hizo evidente que el proceso se alargaría, probablemente entre 10 y 15 años más. Para ganar tiempo, la ciudad construyó un dique de unos 60 metros de largo para proteger la costa norte de la isla en 2004. Desde entonces, el dique ha crecido con la agregación de nuevas secciones en 2005 y 2007, llegando a alcanzar los 850 metros.

Sin embargo, el dique sólo cubre una porción de la isla, dejando expuestas importantes infraestructuras como el aeropuerto, el vertedero y gran parte de la carretera principal. No obstante, Weyiouanna afirma que ha dado a los habitantes una falsa sensación de seguridad. Dice que intentó avisar a otros dirigentes de la comunidad: "Una vez que se empiecen a construir los diques, la comunidad empezará a sentirse cómoda con esa protección, y enseguida pensaréis que la relocalización es innecesaria".

Pese a que el dique reforzara la costa norte, siguen desapareciendo otras partes de Shishmaref. Tras defender la causa de la reubicación, fue difícil conseguir fondos estatales o federales para proyectos en la isla, como la restauración de un centro sanitario o la construcción de nuevas viviendas.

"Se dejó de invertir en esta comunidad", explica Percy Nayokpuk, dueño de los principales almacenes de la isla. "Se han perdido muchos proyectos por la decisión de trasladar la isla. Es lo único que se ha conseguido con la votación".

Los dirigentes opinan que, de momento, los planes de reubicación están paralizados. Los habitantes involucrados en el proyecto dijeron que estaban demasiado ocupados con otras cosas. Una mujer fue diagnosticada de cáncer y tuvo que tomarse un descanso. Otros dijeron que tenían obligaciones familiares o laborales, y otros simplemente se frustraron por la impracticabilidad de la misión.

También Weyiouanna dejó su cargo en la coalición por el traslado a finales de 2007. "Había una importante facción de personas en contra del proyecto", entre otros, líderes locales, explicó. "Así que me pareció mal".

Shishmaref ya había intentado trasladarse antes, pero luego se cambió de opinión. En 1973 hubo dos tormentas que dañaron mucho la isla y la comunidad decidió mudarse a tierra firme. Pero el pueblo se lo pensó mejor y decidieron construir un muro de sacos de arena junto a la costa norte para reforzarla frente a las olas. Nayokpuk ya trabajó en los primeros esfuerzos de reubicación cuando era un joven recién salido de la universidad. En aquella época también fue un gran desafío reunir el apoyo y los recursos necesarios para el traslado.

Hoy en día, los residentes de Shishmaref están divididos por la decisión. En 2002, sólo el 11% de los vecinos votó contra el plan de reubicación, según informan los medios locales. Muchos de los votos en contra eran de ancianos, que sentían que quedarse era importante para proteger su forma de vida. La lejanía de la isla es lo que ha mantenido su singularidad, preservando la lengua y la cultura inupiat. Ahora, Weyiouanna estima que sólo la mitad de los residentes quiere mudarse, y que la otra mitad preferiría quedarse lo máximo posible.

"Yo voté por el traslado", confiesa Nora Kuzuguk, de 67 años. "Pero ahora no, no quiero irme de Shishmaref. Es único".

Stanley Tocktoo, antiguo alcalde de 53 años y defensor de la reubicación, piensa que aún podrían convencer a los habitantes para trasladarse si hubiera un destino claro. "Creo que lo harían, pero no sabemos cuál puede ser el lugar adecuado. Tenemos que encontrarlo".

Cuando conocí al hijo de Kuzuguk, Richard, estaba en el despacho del alcalde, presentando su dimisión del Ayuntamiento. Además de trabajar allí, Kuzuguk fue coordinador medioambiental de Shishmaref durante cinco años y dirigió los trabajos de reciclaje desde la iglesia. También participó en la campaña contra la perforación del Ártico y en el comité de reubicación en sus primeras fases.

Pero a sus 51 años, Kuzuguk hace ahora las maletas y se muda con su familia a Nome, donde le ofrecen un puesto para labores de mantenimiento en el hospital. Es un trabajo a tiempo completo (a diferencia del que realiza ahora) y ofrece prestaciones.

Para Kuzuguk, Nome es un lugar donde ve futuro para su familia. Conocí a Lydia, una de sus seis hijos, el primer día que estuve en el pueblo. La extrovertida niña de 11 años se presentó una noche de cine en el gimnasio del colegio, contenta porque se mudaba a Nome en unos días.

"Tengo que pensar en el futuro de mis hijos", comenta Kuzuguk. "Lo mejor que podemos hacer es trasladarnos a Nome, empezar allí de nuevo, mostrarles el estilo de vida occidental. Siempre podrán volver y aprender la vida tradicional, de subsistencia".

Es demasiado complicado mover el pueblo entero, reconoce Kuzuguk. "Nos toca a nosotros explicar al Congreso por qué lo queremos… Aunque, en mi opinión, es una batalla perdida, imposible".

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"Yo voté por el traslado", confiesa Nora Kuzuguk, de 67 años. "Pero ahora no, no quiero irme de Shishmaref. Es único". (Foto: Kate Sheppard/The Huffington Post)

Una cosa es que sólo fuera Shishmaref. Pero también son Kivalina y Newtok, y otros nueve pueblos indígenas que sufren la amenaza inmediata de la subida de temperaturas y las condiciones cambiantes, los que han votado por la reubicación. La Oficina de la Fiscalidad del Gobierno reveló que la mayor parte de los 200 pueblos indígenas de Alaska están sufriendo inundaciones y erosión relacionadas con el cambio climático.

De esos pueblos, Newtok es el que más cerca está del traslado. Se pusieron de acuerdo sobre la nueva tierra y encontraron financiación de agencias estatales y federales para empezar la construcción. Sin embargo, las disputas políticas en la ciudad han parado la decisión de forma indefinida.

No hay ningún manual que describa el traslado de una ciudad. No hay ninguna agencia gubernamental, ni estatal ni federal, encargada de este proceso. No hay un fondo reservado para ayudar a estas comunidades. No hay reglas para elegir otra localización, ni listas de cosas que llevarse. Cada comunidad se las ha apañado para dar con su propio plan.

"Cada uno hace lo que puede por su cuenta", explica Robin Bronen, director ejecutivo del Proyecto de Justicia para la Inmigración en Alaska y quizás el principal investigador de la región sobre la migración asociada al clima. Bronen ha estudiado a estas comunidades al tiempo que intentan sobrellevar esta situación aparentemente imposible. "No creo que la gente de fuera de Alaska comprenda lo increíble que resulta que estas comunidades con recursos tan limitados hayan llevado a cabo un esfuerzo digno de Goliat para hacer entender sus necesidades al Congreso y al Estado".

A Bronen le preocupa que pronto no sean sólo los pueblos indígenas de Alaska los que quieran trasladarse; se unirán más ciudades costeras en Estados Unidos. "Mi lema es: tenemos que crear ya un marco institucional de reubicación", explica Bronen. "No auguro nada bueno para las zonas del mundo que se enfrenten a este problema".

"No creo que la gente de fuera de Alaska comprenda lo increíble que resulta que estas comunidades con recursos tan limitados hayan llevado a cabo un esfuerzo digno de Goliat".

En noviembre de 2014, el presidente Barack Obama anunció un nuevo decreto dirigido a las agencias federales para que revisen los programas y las políticas que entorpecen la adaptación climática, y creó un equipo de trabajo sobre la preparación y la resiliencia del clima, que reúne a líderes estatales, locales y tribales para colaborar en las estrategias destinadas a reducir los impactos del cambio climático.

Ese mismo mes, el equipo recomendó que la Administración "investigara el papel federal sobre el desplazamiento relacionado con el cambio climático", reflejando la preocupación de Bronen de que los problemas de pueblos como Shishmaref se extiendan a "todas las regiones del país". Básicamente, el grupo concluyó que es preciso encontrar, cuanto antes, la forma de resolver este problema.

Reggie Joule, alcalde del Northwest Arctic Borough y antiguo diputado de Alaska por el distrito de Shishmaref, fue el único representante indígena de Alaska en el equipo de trabajo. Cuando le preguntamos sobre las recomendaciones del grupo, Joule reconoce que sólo investigar el papel del Gobierno federal en los proyectos de traslado "no llega lo suficientemente lejos, puesto que las comunidades locales no tienen la capacidad de hacer nada". Pero, sobre todo, agradece que, aparentemente, Shishmaref y otros pueblos indígenas de Alaska entren ahora en el radar del Gobierno. "Que nos incluyan dentro de las recomendaciones", decía Joule, "es un gran progreso, porque antes teníamos muy poco".

"No estamos hablando de zonas muy pobladas. Por eso, es fácil que nos ignoren", dice Joule. "Para la gente que está a más de 11.000 kilómetros de aquí, una cosa es lo que saben y otra lo que entienden. Puedes saber que hay zonas que se erosionan, pero, ¿entendemos realmente lo que significa, sabemos el tiempo con el que contamos y lo vulnerables que son esas comunidades?... Cuando envías las fotos y explicas una propuesta, sólo somos datos y cifras sobre el papel. ¿Hay alguien ahí [en Washington] que entienda la urgencia de la información que tienen delante?".

El Departamento del Interior apoyó el proyecto del dique en el pasado a través del Despacho de Asuntos Indígenas. También está trabajando en un enfoque de Gestión Integrada del Ártico para acercar el trabajo de la agencia a las cuestiones del Ártico. Uno de los mayores retos a nivel federal es que muchos de los programas que podrían dar asistencia a un pueblo como Shishmaref requieren financiación local (a menudo, inexistente). Jessica Kershaw, secretaria de prensa del Departamento del Interior, contó al HuffPost que se han "coordinado con otras agencias federales para evaluar los esfuerzos que se deberían llevar a cabo en situaciones como la de Shishmaref" y que siguen "trabajando con una amplia coalición de accionistas para identificar el camino que hay que seguir".

El Cuerpo de Ingenieros del Ejército también ha jugado un papel clave a la hora de evaluar las opciones de reubicación, así como la financiación y el apoyo para la construcción del dique. Pero el trabajo del Cuerpo está limitado a lo que el Congreso ha autorizado y financiado, y ese trabajo también requiere cierta distribución de costes con un colaborador local. Bruce Sexauer, jefe de planificación en el departamento del distrito del Cuerpo del Ejército de Alaska, dijo que se están planteando financiar más estudios de reubicación y refuerzo en Shishmaref como parte de su petición de presupuesto para el año siguiente; aunque no se sabe si lo conseguirán.

Hay organismos federales dispuestos, como la Agencia de Gestión de Emergencias Federal, pero su papel está prácticamente limitado a proporcionar asistencia tras los desastres. "Al observar el proceso, pienso que somos bastante buenos reaccionando ante las emergencias", opina Joule. "Pero no estoy seguro de si somos tan buenos con la planificación".

La Administración de Obama también ha avanzado en las cuestiones del cambio climático. En septiembre, el presidente pidió a todas las agencias federales "medir la resiliencia climática en el diseño de sus programas de desarrollo internacional e inversión". En noviembre, la Administración anunció que contribuiría con 3.000 millones de dólares para un fondo internacional destinado a ayudar a las naciones en desarrollo a actuar contra el cambio climático.

El pasado verano viajaron a Shishmaref varios trabajadores del Departamento del Interior y de la Oficina de Administración y Presupuesto de la Casa Blanca. Pero la falta de acción y la falta de ayuda han llevado a que la senadora republicana de Alaska Lisa Murkowski alzara la voz para protestar. "Al mismo tiempo que la Administración se niega a proporcionar recursos para comunidades como la de Shishmaref, prioriza la financiación para ayudar a Vietnam a adaptarse al clima", escribió Murkowski en una carta a Obama en enero. "Pido que ponga a Estados Unidos por delante, especialmente a la gente de Alaska que tiene que lidiar con esta realidad a diario".

Michael Boots, jefe del Consejo de la Casa Blanca sobre la Calidad Ambiental, respondió a la carta de Murkowski en mayo, diciendo que el Departamento está "estudiando cuál puede ser la mejor manera de actuar" ante las peticiones de Shishmaref. Boots señaló que muchos de los programas que podrían ayudar resultarían inaccesibles para la comunidad debido a los costes, pero aseguró que la Administración está "comprometida a identificar las opciones disponibles" con la autoridad actual.

Mientras tanto, en Alaska, los pueblos se preguntan si el traslado puede llegar a ser una opción realista. "Estamos esforzándonos por trasladar la comunidad. Ése es nuestro proyecto", dijo Joule. Pero, "¿entra eso en los planes? ¿Puede alguna autoridad garantizar que se puede realizar y que está dispuesta a ello?".

"Hemos tomado medidas temporales", explicaba, "pero estamos hablando de la vida de las personas que viven aquí".

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"Tengo que pensar en el futuro de mis hijos", comenta Kuzuguk. "Lo mejor que podemos hacer es trasladarnos a Nome, empezar allí de nuevo, mostrarles el estilo de vida occidental. Siempre podrán volver y aprender la vida tradicional, de subsistencia". (Foto: Kate Sheppard/The Huffington Post)

El alcalde actual de Shishmaref, Howard Weyiouanna, sabe lo que supone el traslado. Su casa fue una de las que fueron arrastradas al otro extremo de la isla cuando la tormenta de 1997 destruyó la costa norte. Él estaba en su casa durante la tormenta. "Había mucho ruido", recuerda. "Sentí cómo se movía el suelo". Ahora, 17 años después, sigue echando de menos "escuchar el océano".

Howard es primo de Tony, y Weyiouanna es uno de los apellidos más comunes del pueblo. Cuando nos encontramos en el ayuntamiento, Howard se mostró optimista acerca de las últimas inversiones en la ciudad. Tras años de escasa financiación gubernamental, la ciudad por fin está volviendo a construir gracias a una subvención del Departamento de Desarrollo Urbano de Estados Unidos. Están dando los últimos retoques a las casas nuevas, siete edificios de un discreto beige y friso marrón que, a diferencia de la mayoría de residencias de la ciudad, tendrán agua corriente e inodoros. Su hija Nellie se mudará junto con sus tres niños a una de ellas. La clínica sanitaria también será remodelada.

Pero hay una gran cantidad de problemas que requiere atención. Para empezar, el edificio del ayuntamiento no cumple con el código de incendios. Necesitan un sistema de almacenamiento de agua mayor. La mayor parte de la ciudad depende del embalse, que recoge nieve derretida, pero la población ha crecido y ya no basta. También necesitan una nueva lavandería y unos tanques de almacenamiento más resistentes para el petróleo que se transporta a la isla.

Puede que estas innovaciones se interpreten como señales de que la comunidad no se va a ningún sitio; al menos, no por el momento. Una de las cosas que preocupa al alcalde es la carretera que lleva al vertedero, pasado el aeropuerto en el extremo oeste de la isla. La lejanía de la isla significa que casi todo lo que llega se queda. El vertedero, situado en el punto más alejado de la isla, está plagado de restos de frigoríficos, barriles, basura doméstica, y hasta una camioneta vieja. Como la mayoría de las casas carece de cañerías internas, los residuos humanos también se depositan en una gran laguna del vertedero. Una tormenta que se produjo en noviembre de 2013 destrozó varios segmentos de la carretera, llevándose consigo hasta 15 metros de tierra en algunas zonas e impidiendo prácticamente el acceso al vertedero.

La ciudad desvió la carretera para rodear los destrozos provocados por la tormenta. Pero todos saben que se trata de una solución temporal. "Parece que va a volver a fragmentarse de nuevo", dijo Weyiouanna.

Perder el camino que va al vertedero ya es bastante grave, pero aún más preocupante sería que el mar inundara el final de la pista del aeropuerto. Más que un lugar donde aterrizan aviones, es la cuerda salvavidas de la ciudad, por donde llegan alimentos, provisiones y personas. Es la única vía de salida en caso de evacuación. En otras tormentas, el punto más alto del agua ha llegado a 22 metros de la pista de aterrizaje.

"Sin protección, llegará a las pistas", asegura Weyiouanna.

El cambio climático plantea la pregunta no ya de si se producirá, sino de cuándo ocurrirá la gran tormenta… y la evacuación de emergencia.

"Cuando sean evacuados, nadie tendrá permiso para volver a la isla", dice Kuzuguk.

Sería ideal conseguir dinero para extender el dique con el fin de proteger el resto de la costa norte. "Ganaríamos tiempo, pero no puedo decir cuánto".

De hecho, el cambio climático plantea la pregunta no ya de si se producirá, sino de cuándo ocurrirá la gran tormenta… y la evacuación de emergencia. Este desastre probablemente marque el final de Shishmaref como pueblo independiente, considera Kuzuguk.

"Cuando sean evacuados, nadie tendrá permiso para volver a la isla", dice. Se convertirían en refugiados, en Nome, Fairbanks o Anchorage.

Eso es lo que muchos querrían evitar. Al fin y al cabo, el objetivo de establecer un plan de relocalización era garantizar la continuidad de Shishmaref como pueblo, pero en otro lugar. Al trasladarse juntos, esperaban poder salvaguardar lo que les hace únicos, su estilo de vida, la agricultura y pesca de subsistencia y sus costumbres.

Kuzuguk no se muestra demasiado optimista. "No creo que haya suficientes personas razonables que sepan que debemos mudarnos por elección, más que vernos obligados por una evacuación. Por elección, podríamos mantener nuestra identidad, como cultura, como comunidad", dice. "Pero, si no estamos dispuestos a hacerlo nosotros mismos, no ocurrirá".

Pese a sus anteriores frustraciones con el proceso de relocalización, Tony Weyiouanna no ha tirado la toalla. "Sigo creyendo en ello. Sigo diciendo a la gente que tenemos que mudarnos", cuenta. "Sigo pensando que es importante tener un portavoz fuera que siga contando las historias, transmitiendo experiencias, explicando a la gente que todavía necesitamos ayuda".

Ahora tiene una nueva idea, que explicó a legisladores, a jefes de instituciones y a la Casa Blanca en un viaje que realizó a Washington hace un año. En vez de trasladar toda la ciudad, quizá podrían probar un proyecto piloto de reubicación sólo con "el grupo que realmente quiera mudarse".

Sigue intentando dilucidar a cuántos voluntarios necesitarían exactamente para lograr apoyo estatal y federal para construir una nueva clínica y una escuela. Con un proyecto piloto así, estima, se resolverían cuestiones complejas como encontrar una localización viable, y ofrecería una hoja de ruta a otras comunidades con el mismo problema. Además, costaría la mitad de lo que habían planeado que sería un traslado mayor.

"Sólo tenemos que hacer el planning", dice. "Tenemos que empezar de nuevo y planificarlo todo".

Weyiouanna cree que, posiblemente, funcionaría en uno o dos años. "Al final, todos se unirán".

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Este artículo fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano.