Las tensiones entre Francia y Bélgica cuando más se necesitan

Las tensiones entre Francia y Bélgica cuando más se necesitan

AFP

La complejidad de la relación entre Francia y Bélgica y las diferencias entre los dos países están resultando evidentes en la lucha antiterrorista. Desde los atentados del 13 de noviembre en París, cuando se supo que una parte de los los terroristas provenían de Bruselas, los dos vecinos han intensificado su colaboración en materia de justicia y seguridad. Y con el roce, han aumentando también los reproches entre ambos, aunque el esquema suele ser un clásico: Francia ataca y Bélgica se defiende.

Bruselas tendrá que explicar a su opinión pública algunos errores graves cometidos en los últimos meses, como la falta de coordinación de sus diferentes cuerpos policiales, o cómo el presunto terrorista más buscado de Europa, Salah Abdeslam, estuvo casi cuatro meses escondido sin que los servicios de seguridad le pillasen. O que tras su detención y el peligro de represalias, las autoridades no elevasen el riesgo de atentado al máximo, apenas cuatro días antes de que varios terroristas suicidas saliesen a matar y se llevasen por delante 32 vidas.

Los belgas demandan responsabilidades políticas y exigen respuestas, pero empiezan a estar bastante hartos de la superioridad y la arrogancia que exhiben sus vecinos del sur. Como cuando un diputado francés, Alain Marsaud, afirmó el sábado pasado que "o Salah Abdeslam ha sido muy listo o los servicios belgas han sido unos ineptos". Didier Reynders, ministro de Exteriores belga, consideró "deplorables" estos comentarios del experto antiterrorista, al que respondió que la operación para atrapar a Abdeslam se desarrolló en un contexto "particularmente restrictivo y no exento de riesgos", pero resultó un éxito y consiguieron detenerle vivo.

CUANDO ACUSAS A TU VECINO DE INGENUIDAD

Este martes, horas después de los atentados en Bruselas en los que han muerto 32 personas, el ministro de Finanzas francés, Michel Sapin, tachó de ingenuos a los belgas. Como recoge Le Monde, cuando le preguntaron por el barrio de Molenbeek, donde detuvieron a Salah Abdeslam, declaró que en Bélgica "ha habido una voluntad, o ausencia de voluntad por parte de ciertos responsables políticos, quizás por querer hacer el bien, quizás por un sentimiento de que, para permitir una mejor integración, hay que dejar a las comunidades desarrollarse, quizás también por una cierta ingenuidad". De paso, dejó caer que los belgas deberían seguir el ejemplo de Francia, que tiene claro que "frente al comunitarismo, hay que reaccionar".

Al ministro belga de Exteriores, Didier Reynders, le pidieron su opinión sobre estas afirmaciones. Reconoció que en su país hay un debate sobre esa cuestión, pero invitó a sus homólogos franceses a "mirar hacia adelante, y juntos" los problemas que deben abordar, también "en los balieues franceses". Además, lamentó que la declaración de Sapin se produjese en un momento en lo que hace falta es "unidad".

Para la vicepresidenta del partido socialista belga, Laurette Onkelinx, las declaraciones de Sapin son "indecentes para un pueblo que sufre, que está en estado de shock. Necesitamos solidaridad, no lecciones. Cuando atacaron a Francia, toda la ciudadanía belga mostró su solidaridad".

INDISCRECIÓN, O DIFERENCIAS CULTURALES

Tres días antes, unas declaraciones del fiscal general de París, François Molins, también a propósito de Abdeslam, produjeron malestar del lado norte de la frontera. El día siguiente de la detención del presunto terrorista, el pasado sábado, Molins informó en rueda de prensa de que, según la declaración del detenido, Abdeslam había estado en París el día de los atentados y "debía haberse inmolado en el Estadio de Francia, pero dio marcha atrás".

El abogado de presunto terrorista, el penalista Sven Mary, aprovechó para denunciar que la difusión de parte de la declaración de su cliente constituía una violación del proceso, y que emprendería medidas legales contra el fiscal, como publicó Le Soir.

El ministro belga de Interior, Jan Jambon, afirmó que las declaraciones de Molins "no facilitan ni la vida ni los resultados de la investigación". Jambon reconoció que en los últimos meses de colaboración francobelga se había dado cuenta de "las diferencias culturales" en las fiscalías de los dos países. "Nosotros somos más reservados, porque no hay que poner en peligro la investigación", explicó.

'BELGIKISTÁN' Y OTRAS PULLAS

Las pullas y reproches se desataron pocos días después de los atentados de París, cuando el presidente francés, François Hollande, señaló al país vecino. "Los actos de guerra del viernes no se decidieron ni planificaron en Siria; se organizaron en Bélgica, se perpetraron en nuestro suelo con cómplices franceses". "Instantáneamente, el pequeño reino se convirtió en 'Belgikistán', reconocía el diario francés Libération.

A partir de ahí, algunos franceses se soltaron. Alain Chouet, experto antiterrorista, afirmó que "Bélgica no estaba a la altura". Eric Zemmour, periodista y escritor, dijo que "en lugar de bombardear Raqqa, Francia debería bombardear Molenbeek, de donde proceden los comandos del viernes 13".

En Bruselas se lo tomaron bastante mal, según reconoció un diputado belga al diario francés, que añadió que ridiculizar a Bélgica, desde las más altas instancias, "era preocupante y contraproducente para el futuro". Una fuente del Gobierno consideró que Francia intentaba desviar la atención de sus propios fracasos señalando a un país vecino y Guy Rapaille, presidente del organismo independiente que controla a los servicios secretos belgas, recordó que de los ocho sospechosos de los ataques en París, tres eran belgas, "lo que significa que hay cinco franceses".

Joëlle Milquet, ministro de Interior de Bélgica entre 2011 y 2014, consideró "indecente" culpar a los otros, y recordó que él jamás acusó a Francia de ser responsable de la matanza en el museo judío de Bruselas del 24 de mayo de 2014, perpetrada por un francés, Mehdi Nemmouche. Otras fuentes cercanas al Ejecutivo belga no olvidaron mencionar a Libération los fuertes vínculos entre Francia y Arabia Saudita y Qatar, que financian las mezquitas salafistas de Europa.

Fuentes cercanas al primer ministro belga, Charles Michel, manifestaron su malestar por las críticas -en privado, para no echar más leña al fuego- al Elíseo.

"LA CONDESCENDENCIA FRANCESA NO TIENE LÍMITES"

El 23 de noviembre el francés Le Monde publicó un editorial titulado ¿Bélgica, una nación sin estado?. El texto arrancaba amorosamente -"Los belgas son nuestros amigos, nuestros hermanos"-, pero en seguida, con un tono semiindulgente, atacaba: "La simpática Bélgica se ha convertido en un centro neurálgico yihadista".

"Base logística del terrorismo internacional, Bélgica se ha convertido también en un centro de adoctrinamiento y reclutamiento", decía el artículo, que afirmaba que los grupos yihadistas "se han aprovechado de la gran tolerancia de las autoridades municipales, regionales o federales temerosas de perturbar la paz social". "Lejos de aislar a Bélgica, hay que ayudarle a protegerse, y eso es lo que hacen los servicios franceses", añadía.

El editorial de Le Monde no fue el único artículo que señalaba a Bélgica, pero sí fue la gota que colmó el vaso, especialmente para La Libre. En un artículo de su redactor jefe -No soy yo, eres tú... El peligroso juego de la prensa francesa-, tachaba de "corrosivo" el retrato que habían hecho de su país y denunciaba que "la condescendencia francesa no tiene límites".

La columna reconocía los errores, incontestables, de las autoridades belgas, pero le recordaba a sus compañeros franceses algunos olvidos, como los terroristas que nunca han salido de Francia y los que se han radicalizado en cárceles francesas. Pero más allá de decirle a Francia que tenía una viga en el ojo, consideraba "un poco miserable" estar echándole la culpa al otro, en lugar de reconocer que todos habían cometido errores.

"Lo repetimos. No queremos minimizar algunas responsabilidades y realidades belgas, la pesadez institucional que puede dañar las investigaciones. Pero las críticas serían más fáciles de aceptar si viniesen de un Estado infalible, un Estado que fuese un modelo de convivencia e integración", concluía el periódico belga, antes de ¡zas! soltarles que tener como primer partido al xenófobo y racista Frente Nacional les descalificaba como ejemplo. "Pero sin duda los responsables del FN se han formado en Bélgica..."

EL GOLPE MÁS BAJO: REFLOTAR EL 'AFFAIR DUTROUX'

El caso Dutroux, el del pederasta que violó, secuestró y torturó a seis niñas y adolescentes de entre ocho y 19 años, y mató a cuatro de ellas, traumatizó a Bélgica cuando en 1996. Durante años, los columpios y los parques belgas permanecieron casi vacíos y de la misma forma en que ahora se dice que Bélgica es "la cuna del yihadismo", durante años han tenido que escuchar que era "el país de los pederastas". Para incrementar el malestar de los belgas, varios defectos en la investigación destapó un escándalo sobre el sistema judicial.

A Bélgica todavía le duele Dutroux, pero con el tiempo, va cicatrizando la herida. El 19 de noviembre, a propósito de los reproches franceses sobre el yihadismo, un miembro del Gobierno que prefería guardar el anonimato, se acordaba de cómo Francia les acusaba de pedófilos hasta que detuvieron a Michel Fourniret, un pederasta francés que confesó haber violado, secuestrado y matado a nueve niñas entre 1980 y 2000 (aunque le acusaron de diez muertes más). "Ahí los franceses ya se callaron", decía esta ilusa fuente.

En su controvertido editorial, cuatro días después, Le Monde sacó a relucir el caso. "Hizo falta que se conociese el terrible caso Dutroux, en los años 90, para que [Bélgica] reformase por fin la policía y la justicia". En su indignada respuesta, La Libre contestaba: "¿Y Dutroux? ¿Qué pinta en todo esto? ¿Vamos a tener que volver a hablar del caso de Ortreau [otro caso de pederastia francés que cuestionó el funcionamiento de la justicia y los medios]?"

Para que la colaboración entre los dos países funcione cuando más lo necesitan, va a hacer falta mucho más que un idioma y la necesidad de solucionar un problema común: un poco de respeto.