No son espíritus, es que todos podemos alucinar (y sin drogas)

No son espíritus, es que todos podemos alucinar (y sin drogas)

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¿A quién no le ha sucedido algo parecido? Merodeando por nuestra casa a oscuras, creemos ver de reojo una figura humana oculta entre las sombras. Tras el sobresalto inicial, llega la explicación cuando observamos más fijamente: no es más que un abrigo colgado de un perchero sobre un par de botas. Nuestro cerebro nos ha jugado una mala pasada, pero no podemos culparlo por ello: ha hecho exactamente aquello para lo que está entrenado, interpretar patrones reconocibles entre la información que nuestra percepción le suministra.

De hecho, tan bueno es nuestro cerebro en esta tarea que continuamente nos ofrece imágenes familiares donde no las hay: animales en las nubes o caras en los relojes, pero también apariciones fantasmales o supuestos mensajes del más allá en las psicofonías, que habitualmente nadie, salvo el presunto experto, es capaz de traducir. Un truco de la mente y un poco de fe es todo lo que se necesita para contactar con los espíritus.

Y cuando el cerebro no encuentra nada, se lo inventa: si no recibe información, aguza su sensibilidad para entresacar patrones del ruido. Es el llamado Efecto Ganzfeld, que ocurre en situaciones de privación sensorial o de exposición a un estímulo uniforme sin cambios durante un tiempo prolongado. El resultado es un fenómeno alucinatorio que toma distintas formas según la persona. De hecho, es algo parecido a lo que ocurre cuando soñamos. Históricamente se ha relacionado con las experiencias narradas por los eremitas en las cuevas, los mineros atrapados o los exploradores polares.

CARAS MONSTRUOSAS

Un curioso caso relacionado se publicó en la revista Psychiatry Research en agosto de 2015. El investigador de la visión Giovanni Caputo, de la Universidad de Urbino (Italia), reunió a 40 voluntarios y los separó en dos grupos. Los primeros debían sentarse frente a frente por parejas y mirarse fijamente a los ojos durante diez minutos en una habitación tenuemente iluminada. Los otros 20, el grupo de control, debían observar una pared vacía.

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Según los cuestionarios completados por los voluntarios al finalizar el experimento, los del grupo de control no notaron nada especial, mientras que "los participantes pertenecientes al grupo de disociación describieron que habían tenido una experiencia cautivadora como nunca antes habían sentido", escribía Caputo. ¿Y en qué consistía esta experiencia? Según el investigador, "los resultados indican síntomas disociativos, percepciones faciales dismórficas y apariciones de caras extrañas de tipo alucinatorio". El 90% de los participantes vio rostros deformados, el 75% una cara monstruosa, el 50% apreció sus propias facciones en las de su pareja, e incluso el 30% creyó ver la cara de un animal.

El estudio no es el primero que describe este fenómeno. De hecho, el propio Caputo ya había llevado a cabo un experimento parecido en 2010. En aquella ocasión, los voluntarios contemplaban su propio rostro en un espejo, pero los resultados fueron similares: visiones alucinatorias de caras deformadas, rostros de familiares (vivos o muertos), animales o monstruos, junto con una inquietante sensación de estar viendo a otra persona y no a sí mismos.

Aunque los mecanismos cerebrales implicados en este tipo de fenómenos aún no están definitivamente identificados, los experimentos de Caputo muestran que todos tenemos esta posibilidad de experimentar alucinaciones. Pero no todos en el mismo grado. En octubre de 2015, un estudio elaborado por investigadores de las Universidades de Cardiff y Cambridge (Reino Unido) empleó un ingenioso método para evaluar la capacidad alucinatoria de 18 personas con síntomas tempranos de psicosis y de 16 individuos sanos.

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A unos y a otros se les mostraron imágenes en blanco y negro formadas sólo por manchas irreconocibles. Sin embargo, algunas de ellas se habían obtenido a partir de fotografías de personas, que los participantes tuvieron después ocasión de mirar. Cuando de nuevo se les presentaron las imágenes en blanco y negro, los sujetos con principio psicótico reconocieron las figuras humanas con más facilidad que los controles.

COMUNES EN TODA LA POBLACIÓN

Según los investigadores, la explicación es la misma que en el caso del abrigo en el perchero: nuestro cerebro integra la información que procede de los sentidos (de abajo arriba) con nuestro conocimiento previo (de arriba abajo), y de esta integración obtiene una representación del mundo a nuestro alrededor. "Tener un cerebro predictivo es muy útil: nos permite crear una imagen coherente de un mundo ambiguo y complejo de forma muy eficiente", señala el coautor del estudio Paul Fletcher. "Pero esto también significa que no estamos muy lejos de percibir cosas que realmente no están ahí, que es la definición de una alucinación".

La conclusión de los autores es que las alucinaciones de los psicóticos no reflejan tanto una mente en ruinas como una sutil ruptura del equilibrio normal del cerebro; a diferencia de los controles, ellos priman el conocimiento previo sobre la información sensorial que reciben en tiempo real, y por eso tienen más tendencia a ver cosas que no existen. Su cerebro está "forcejeando de una manera muy natural para encontrar sentido a los datos ambiguos que le llegan", apunta el coautor del estudio Naresh Subramaniam. En las condiciones del experimento, este desplazamiento del equilibrio en los psicóticos "les confiere una mayor eficacia en la tarea", aunque "en la mayoría de las situaciones normales puede provocarles experiencias anómalas de percepción", escriben los investigadores.

Tener un cerebro predictivo es muy útil: nos permite crear una imagen coherente de un mundo ambiguo y complejo de forma muy eficiente"

Pero la existencia de este equilibrio en todas las personas implica que existe un riesgo de perderlo. Cuando se sometió al mismo test a un grupo más amplio de 40 voluntarios sanos, se descubrió que su mayor facilidad para identificar las imágenes del ensayo se correspondía con su tendencia a la psicosis de acuerdo a la puntuación en un cuestionario. Los investigadores no encontraron dos grupos diferenciados, sino una gradación continua. "En los últimos años hemos llegado a la conclusión de que estas experiencias de percepción alterada no están ni mucho menos restringidas a personas con enfermedad mental", dice Fletcher. "Son relativamente comunes, en una forma más moderada, en toda la población. Muchos de nosotros habremos visto u oído cosas que no estaban ahí".

Tal vez alguna respuesta sobre cómo se producen las alucinaciones pueda llegar gracias a un estudio publicado ahora que, por una afortunada casualidad, ha permitido observar el cerebro de un hombre justo en el momento en que experimentaba un potente delirio en forma de revelación mesiánica. Sucedió en el Centro Médico Hadassah de la Universidad Hebrea de Jerusalén. El paciente era un hombre de 45 años, judío pero sin especial devoción religiosa, y que desde niño sufría una epilepsia del lóbulo temporal para la que había sido medicado en varias ocasiones.

"DIOS ME HA ENVIADO A TI"

Cuando estaba siendo sometido a observación por vídeo-electroencefalografía, algo sucedió. Según escriben Shahar Arzy y Roey Schurr, los autores del estudio, "ocho horas después de la última crisis, mientras estaba tumbado en la cama, el paciente se quedó paralizado de repente y contempló el techo durante varios minutos, afirmando después que sentía que Dios se le estaba acercando". El hombre comenzó a entonar cánticos, buscó su kipá (gorro ritual judío) y se la puso. Súbitamente, prosiguen los investigadores, exclamó: "¡Y tú eres Adonai [uno de los nombres hebreos de Dios], el Señor!".

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A continuación relató a los investigadores que Dios se le había revelado, ordenándole que llevara la redención al pueblo de Israel, por lo que se levantó de la cama, se arrancó los electrodos y se lanzó a los pasillos proclamando a cuantos encontraba a su paso: "Dios me ha enviado a ti". Más tarde explicó que no tenía un plan concreto, pero que Dios le instruiría sobre lo que debía hacer.

Tras el examen psiquiátrico, el paciente fue diagnosticado de psicosis postictal (PPI), un cuadro de alteraciones que aparece en ocasiones tras una crisis convulsiva, cuando el cerebro se está recuperando, y que puede incluir alucinaciones. "Se han documentado numerosas experiencias religiosas en pacientes con epilepsia, aunque el mecanismo neural exacto que las provoca aún no está claro", escriben Arzy y Schurr.

Analizando los datos grabados, los investigadores descubrieron que el delirio religioso se correspondía con una hiperactividad del córtex prefrontal izquierdo del cerebro del paciente, lejos de su lóbulo temporal donde se originaban las crisis epilépticas. Durante la visión mesiánica, esa región generaba un tipo de ondas llamadas gamma, que suelen asociarse a la atención consciente y que, curiosamente, se han registrado en monjes tibetanos durante la meditación.

Los autores confían en que su fortuita observación ayude a conocer los mecanismos cerebrales de los episodios psicóticos y de las alucinaciones que provocan, incluyendo las de carácter religioso. Al fin y al cabo, nos puede ocurrir a cualquiera: según una vieja leyenda infantil que no conoce fronteras, uno debe mirarse fijamente al espejo ante una vela y repetir ciertas fórmulas para invocar a un determinado personaje de ultratumba, ya sea Verónica, María Sangrienta, Bloody Mary o Candyman. Y tal vez más de uno lo haya probado sin sospechar que el posible efecto de este ritual no tiene nada que ver con ningún presunto espíritu o demonio, sino con un misterio mucho más real: nuestro propio cerebro.

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