Tarragona, una perla en una ostra gigante

Tarragona, una perla en una ostra gigante

GTRESONLINE

Si me pusiera poética te hablaría de Tarragona como una ciudad que se asienta con aplomo sobre una colina junto al mar; una pequeña población acariciada por el viento mistral que, en su avance desde los Alpes, se humedece al contacto con el Mediterráneo; un auténtico mosaico de historia y de cultura que nació en la Tarraco Romana y que ha sabido adaptarse al siglo XXI sin perder ni una pizca de su identidad. Pero lo último que pretendo es sumergirme en pausadas contemplaciones poéticas porque nuestro reto de hoy es optimizar el tiempo. Tenemos dos horas para conocer esta ciudad Patrimonio de la Humanidad y las vamos a aprovechar. Pero… ¿Cómo escoger entre tantos puntos de interés?

El punto de partida será el Ayuntamiento, en la Plaça de la Font, al que hemos llegado, saboreando las huellas del pasado, por la Vía del Imperio Romano y atravesando la Porta del Roser. La Plaça de la Font es un buen lugar para pasear en familia y para tomar una cerveza al abrigo de la ciudad. Aunque, como acabamos de empezar, no nos detenemos más que para hacer un par de fotos. Lo siguiente es buscar la Plaça dels Sedassos.

Un caballo que asoma la cabeza por la rendija de una puerta a pie de calle, un grupo de gigantes cabezudos ataviados con ropas del S. XIX, una señora que cuida de las plantas del balcón en compañía de sus peques y un pintor que se esmera con la paleta y que parece querer inmortalizarnos en su obra. Este mural de Carles Arola quedó grabado en mi cerebro cuando visité por primera vez Tarragona a los catorce años. Por aquella época aún no se había despertado mi pasión por viajar y el divertido trampantojo se convirtió para mí en un símbolo clave de la ciudad. Lo más probable es que en ti no cause el mismo impacto, pero estoy segura de que te gustará.

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El célebre mural de Carles Arola.

LAS HUELLAS DE TARRAGONA

Tras el curioso grafiti, nos dirigimos hacia Pla de la Seu por la Baixada de la Misericordia, un hermoso recorrido hacia la Edad Media que desemboca en la Catedral de Santa Tecla y que nos da una buena muestra de la Tarragona monumental. Ante nuestros ojos, un edificio híbrido entre románico y gótico que, para no alterar esta costumbre nuestra de pisar lo que otros construyeron antes, fue erigido donde antes hubo un templo a Júpiter y después una mezquita árabe.

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La catedral de Tarragona.

Más allá de tintes religiosos, la catedral ofrece un buen pedazo de historia y numerosos rincones donde se respiran buenas dosis de belleza y tranquilidad.

No obstante, si me dieran a escoger, no dudaría ni un instante. La Tarragona monumental tiene algo que yo no había visto en ningún otro lugar: un edificio dentro de otro edificio o, como dicen los tarraconenses, "una auténtica joya dentro de un claustro". Me refiero a la Capilla de San Pablo, que nació en el siglo XIII para servir de rincón de oración en el hospital canónigo y que, cientos de años después, acabó convirtiéndose en una extraña perla dentro de una ostra gigantesca.

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La capilla de San Pablo.

Y ahora toca cambiar de aires… O de tiempo. Nos adentramos de nuevo en las callejuelas de la Parte Alta de la ciudad y caminamos en busca de más huellas del pasado. La Tarraco Romana se revela ante nosotros aquí y allá, esparcida por toda la ciudad y regalándonos un recorrido a caballo entre el siglo I d.C. y la actualidad. La Plaza del Forum es un buen ejemplo de ello, pero no el único, ni mucho menos.

Dejamos atrás el Museo de Arte Moderno, la Plaza de los Ángeles con restos del antiguo barrio judío y, después de una rápida visita al Museo Nacional de Arqueología de Tarragona, nos metemos en las entrañas del Circo Romano, cuyos restos quedan a la intemperie en varias zonas de la Parte Alta. Pasear por sus galerías, sobre todo a pie de calle, hace brotar la imaginación: todo a nuestro alrededor desaparece y el Circo emerge como antaño, con las gradas llenas de gente y las bestias preparadas para las carreras de cuadrigas. "¡Al pueblo, pan y circo!", oímos en nuestras cabezas y, casi sin darnos cuenta, regresamos a la realidad, esa en la que el Circo sigue existiendo, solo que ahora el césped sustituye a la arena y los tacos de las botas a los cascos de los caballos.

Se nos echa el tiempo encima, así que bajamos de las nubes y nos subimos a un ascensor, el de la Torre del Pretor, comunicada con el Circo por un pasillo subterráneo. Arriba, en la azotea, disfrutamos de unas vistas que quitan el hipo: el mar Mediterráneo lame las playas de una ciudad rociada aquí y allá por huellas de hace más de mil años, un conjunto que convierte a Tarragona en un lugar muy especial.

TOCAR FERRO PARA REGRESAR

El Anfiteatro cierra el itinerario por la Tarraco Romana que nos da tiempo a visitar y, no sé qué te ha parecido a ti, pero a mí el paseo de dos horas se me ha quedado corto. Me encantaría conocer el Teatro, los restos del Foro y los sarcófagos del Museo Paleocristiano… También el Serrallo, la Casa Canals y el Museo de Arte Moderno, a cuyo lado hemos pasado. Desearía regresar a Tarragona para disfrutar más de la ciudad así que, si te parece, podemos asomarnos al Balcón del Mediterráneo y "tocar ferro", me han contado que es la mejor forma de regresar a Tarragona, si es que lo deseas: mirar hacia el mar aferrando con fuerza la barandilla.

Pero la cosa no acaba ahí. Sería un auténtico pecado visitar la ciudad y no dar un paseo por la Rambla Nova hasta saludar al monumento a los Castellers.

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El monumento a los Castellers.

Puedes ver la ruta completa del artículo en un mapa aquí

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