Hélène Carrère: "A Putin le importa un rábano Al-Assad"

Hélène Carrère: "A Putin le importa un rábano Al-Assad"

Ariel

La Historia siempre acaba contándose a través de símbolos. La del final de la Unión Soviética tiene uno: centenares de personas asaltando el Muro de Berlín sin que las autoridades comunistas de la RDA abriesen fuego contra ellas. Pero Hélène Carrère d’Encausse se opone a que esa sea la imagen final de un proceso complejo y fascinante. “Hemos confundido un episodio del final del comunismo con el final del comunismo”, afirma tajante.

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Y ha escrito un libro, Seis años que cambiaron el mundo. La caída del Imperio soviético, para vencer ese equívoco. Porque de esa equivocación, fruto y causa al mismo tiempo de una sempiterna “incomprensión de Rusia”, surge una Europa más débil y la incapacidad para entender el origen de algunos de los problemas que la acechan. Siria y el auge de ISIS, sin ir más lejos.

Esta historiadora de 92 años, miembro de la Real Academia Francesa, madre del novelista Emmanuele Carrère, habla con vehemencia y escribe con claridad sobre la defunción tranquila de un Imperio que duró 75 años y se deshizo como pan viejo. En sus migas han nacido los problemas.

¿Por qué afirma que Europa y Occidente han arrojado siempre una mirada superficial al proceso que acabó con la Unión Soviética?

Porque la memoria colectiva es muy corta. Convertimos el Muro de Berlín en el símbolo, cuando en realidad era un episodio más de un proceso que había empezado en Hungría cuando los húngaros comenzaron a cortar las barreras que tenían con Austria. No llegamos a entender que el Muro de Berlín cayó porque Gorbachov decidió no actuar. Dijo que se iba a la cama y que dejaran hacer. Si hubiera enviado carros de combate, las cosas hubieran ocurrido de manera muy diferente. En aquella época, aunque la Unión Soviética estaba ya muy debilitada, todavía tenía los medios para parar todo lo que ocurrió después y no lo hizo.

El principio del final del Imperio Soviético fue Afganistán. ¿Por qué entró la Unión Soviética en esa guerra?

Los rusos fueron a Afganistán a salvar una revolución. En los principios de la Revolución soviética se recogían que, si un país ideológicamente afín se encontraba en peligro, la Unión Soviética tenía que acudir forzosamente a defenderlo. En los años 70 y 80, la Unión Soviética estaba en parada económica, había un problema tremendo en todo el país. Pero los Estados Unidos seguían tirando de ella en la carrera armamentística y en la carrera espacial. Breznev, consciente de que en el escenario principal de la Guerra Fría estaban completamente agotados, trataba de mostrar el dominio soviético en algunos escenarios secundarios como Somalia o la propia Afganistán. Todo esto dibuja en realidad la huida hacia adelante de la URSS, que se veía obligada a estos movimientos también por la presión de China, que la acusaba de haber abandonado la línea directriz de la revolución de 1917.

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En esa crítica situación económica, con las tropas empantanadas en un conflicto sin victoria posible y con una nomenklatura avejentada y mediocre, surgió Gorbachov. ¿Cómo fue posible su irrupción?

En los años ochenta, el sistema se desmigajaba a ojos vistas. Lo que hizo el aparato fue buscar a alguien más joven que fuera capaz de salvar el sistema que se les estaba deshaciendo entre las manos. Ese personaje es Gorbachov. En circunstancias normales, no habría llegado tan lejos como llegó. Porque era hijo del aparato y había sido formado por el aparato, pero sus dos abuelos habían estado en el gulag. Solamente porque él fue un tipo brillante salió adelante. Normalmente nadie hubiera imaginado que pudiera llegar a tener el poder que tuvo.

¿Cómo logró que el hecho de que sus dos abuelos hubiesen sido condenados como enemigos de la revolución no le pasase factura en su carrera política?

Esto es algo muy curioso, sí. Haber tenido familiares en el gulag impedía, entre otras cosas, ir a la Universidad o tener un puesto remarcable dentro del partido. Gorbachov me contó una vez que, en los cuestionarios que las autoridades le obligaban a rellenar en su época de estudiante, él siempre había escrito que sus dos abuelos habían estado en el gulag. No podía mentir sobre eso, pero tampoco lo ocultó. Los dirigentes soviéticos de ese tiempo eran mediocres pero no eran completamente idiotas y se dieron cuenta de que hacía falta savia nueva para salvar todo lo que fuese posible salvar dentro y fuera de la URSS. En la época de Lenin, la revolución soviética estaba dirigida por intelectuales brillantes. Pero Stalin acabó con la vida de todos ellos y en las altas instancias solo quedaron mediocres.

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Gorbachov aparece en su libro como la gran figura de ese tiempo, y esa es la reputación internacional que tiene. Pero, ¿cuál es la verdadera dimensión de su labor política?

En el primer año de su mandato no hizo nada que valiera la pena. Chernobil es la clave, la censura en su carrera. Hubo una revolución interior en el propio Gorbachov y se dio cuenta de que la mentira no era posible. Esa revolución interior fue la que le llevó a decir públicamente que la Unión Soviética no podía seguir así. Era un hombre muy inteligente y sabía que había que hacer muchas reformas y transformar el país. Pero su idea fija era que había que poner fin a la Guerra Fría. Se embarcó en negociaciones para terminar de una vez por todas con la locura de la carrera armamentística. Pero fueron negociaciones muy complicadas, porque EEUU había ganado y no sentía la necesidad de negociar nada. Para convencer a los americanos de que iba en serio, tomó la decisión de salir de Afganistán. Esta es una decisión extremadamente importante, porque puso fin a la teoría de la revolución irreversible. Todos los rusos, desde el primero hasta el último, fueron conscientes a partir de ese momento de que no estaban condenados eternamente a padecer el sistema soviético.

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La trayectoria de Gorbachov dibuja una absoluta ironía: un comunista convencido, elegido para salvar el sistema, acabó viéndose ante la tarea de desmontarlo...

En realidad, a Gorbachov le ocurrió lo mismo que al aprendiz de brujo. Comprometido con una dinámica de cambios que a su juicio eran imprescindibles, se vio envuelto en algo que ya no podía parar. Ahí está la glasnost, que no era “transparencia” como dicen algunos, sino “decir la verdad” y además decirla en alto. Cada vez que proponía una reforma, esa propuesta acaba yéndosele de las manos, porque cada cosa llevaba a una cosa más complicada y todo el sistema se iba viniendo abajo. Un ejemplo es el sistema electoral: él pidió que, de una vez por todas, el sistema electoral soviético fuese honesto. Claro, en el momento en que propones eso es imposible detener los cambios que se generan a continuación.

Parece como si los cambios, largamente reprimidos, se hubiesen desatado de golpe y condenasen al sistema a la autodestrucción, dado que no estaba diseñado para soportarlos...

Los cambios comenzaron a moverse solos. Los países de Europa del Este, como Polonia o Checoslovaquia, empezaron a tener movimientos reivindicativos en su interior y por todas partes cundieron transformaciones y reclamaciones que no se podían parar. Al mismo tiempo, dentro de la propia Unión Soviética, se despiertan las dinámicas nacionales. Hay que tener en cuenta que la URSS agrupaba a varias decenas de nacionalidades distintas y religiones distintas. Estas nacionalidades, por una vez no reprimidas, se despiertan, se reivindican y comienzan a denunciar, entre otras cosas, las atrocidades de Stalin. A partir del momento en que se instituyen gobiernos nacionales no comunistas en los países del Europa del Este, Gorbachov decidió tratar de ir más deprisa que los propios cambios, con el fin de salvar algo del sistema, y deja hacer, concede más libertad. Pensaba que esa manera de actuar convencería a los demás de que había algo del sistema que podía salvarse. Pero no ocurrió así. El sistema se deshacía como una miga de pan.

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Frente a la figura de Gorbachov, la de Boris Yeltsin. En su libro se lleva a cabo una “recuperación” de la verdadera dimensión de un hombre que, al menos en España, parece casi una caricatura del ruso brusco y aficionado al vodka.

Pero es que Yeltsin no era en absoluto una caricatura. Era un hombre del pueblo. Hay una anécdota entre las mujeres de Gorbachov y Yeltsin que explica muy bien esto. En una reunión del Politburó, Yeltsin dice: “Mi mujer me cuenta que va al mercado y ve a las mujeres del pueblo obligadas a comprar salchichas que son en un 90% almidón y un 10% colorante. ¿Cómo es posible?”. Y entonces se dieron cuenta de que existían las mujeres. También estaba Raísa Gorbachov, pero ella no era lo mismo: no iba a los mercados y no veía esas cosas. Yeltsin era quizás un hombre brutal, que provenía de los Urales, pero era un buen comunista, muy bien educado y lo único que pasó fue que se oponía con uñas y dientes a las maneras y las cosas que hacía Gorbachov. Éste, a pesar de todo, vivía bien, tenía privilegios y usaba coche oficial; Yeltsin, en cambio, vivía muy modestamente y se mezclaba con la gente normal. Gracias a la glasnost, esto se sabía y reforzaba su predicamento entre el pueblo.

Gorbachov y Yeltsin, en definitiva, fueron cada uno a su modo los conductores de una nave que se desintegraba. Pero usted sostiene que no hemos entendido de verdad lo que ocurrió en Rusia en 1991 y 1992. ¿Qué se nos escapa?

Se nos escapa que cuando el Partido Comunista fue prohibido, a finales de 1991, no tuvo defensores. El Partido tenía un enorme aparato a su disposición, Policía y ejército incluidos, que podía haberlo defendido. Sin embargo, el movimiento social fue de tal categoría que nadie se atrevió a utilizar aquello. Eso es lo que puso fin a un imperio injusto, terrorista que había durado 75 años. Y se produjo sin derramamiento de sangre. Ésa es la grandeza del momento y también la grandeza de Gorbachov. La Unión Soviética estaba debilitada, pero seguía siendo lo suficientemente poderosa como para haber optado por la vía de la represión. Y sin embargo, dejó hacer. Gorbachov se enfrentó incluso a las fuertes presiones que, desde el Ejército, le reclamaban intervenir.

En el año 1989 cae el Muro de Berlín, en 1990 se acepta la unificación de Alemania… Eso tiene un significado extraordinario. Porque la reunificación de Alemania suponía el fin de la Europa que la Unión Soviética había diseñado después de ganar la guerra a la Alemania nazi. Era el símbolo de la victoria comunista y el símbolo del éxito del mundo soviético.

Todo esto ocurrió sin que los dirigentes occidentales se lo reclamasen a la Unión Soviética. En todos había miedo a que Alemania fuera otra vez un país poderosísimo. Y era mejor dilatar el proceso de reunificación. A todo el mundo le venía bien la Guerra Fría. A todo el mundo le venía bien tener un “malo” oficial. El statu quo estaba establecido y era una situación relativamente estable.

Y sin embargo, todo acabó saltando por los aires. Y de aquellos años que usted esclarece en su libro, parten algunos de los problemas que siguen con nosotros hoy...

Si olvidamos lo que pasó ayer no podemos entender lo que pasa hoy. Efectivamente, hubo entonces un malentendido sobre lo que estaba pasando. No se entendió la dimensión y la dirección de los cambios, y eso es lo que ha provocado la debilidad de Europa y de sus relaciones con Rusia. En aquel momento el enfrentamiento era entre dos bloques definidos. Ahora el enemigo es el ISIS y eso lo cambia todo.

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Y a Isis se le combate en Siria, que recuerda mucho a uno de aquellos conflictos secundarios que Estados Unidos y la Unión Soviética abrían y cerraban durante la Guerra Fría...

Siria ha permitido a Rusia volver a la escena internacional, volver a ser protagonista. Y la situación es mucho más grave de lo que parece, porque lo hace para reguntarse si no hay un límite en la desintegración de los Estados. Es decir, si Occidente puede hacer y deshacer a su antojo. Si puede aconsejar o proponer un modelo sobre cómo se gestiona eso desde el punto de vista político.

A Putin le importa un rábano Al-Assad. Y lo abandonará en cuanto pueda. El problema es que existe un peligro de desintegración en Oriente Medio y lo que quiere hacer entender Putin es que en esa zona debe existir un estado fuerte. No se puede desintegrar Siria como se ha desintegrado Irak, como se está desintegrando todo. Hace falta un estado fuerte y el estado sirio necesita, para luchar contra ISIS, contra el radicalismo islámico, ser un estado muy fuerte.

El problema del extremismo islámico también atañe a Rusia. La Federación Rusa está habitada por millones de musulmanes y existe un riesgo de que esa población acabe radicalizándose. El asunto sirio va por ahí: para preservar Occidente frente a Isis, hace falta preservar Siria, sea lo que sea Al-Assad.