Calabaza, huerto, lego. El modelo único de la escuela L'Horitzó

Calabaza, huerto, lego. El modelo único de la escuela L'Horitzó

Verano de 1968, abre sus puertas en Barcelona la escuela L'Horitzó. Josep Oliveras y Montserrat Ballús dirigen el centro que arranca el curso con una más que discreta lista de alumnos: sólo uno. El hijo de los horchateros de la Plaza Collblanch, en Hospitalet de Llobregat.

Verano de 2016, 15.000 alumnos después y con 48 años de historia a sus espaldas, la escuela se convierte en centro educativo pionero en Europa por su estrategia pedagógica activa.

Anna Valero es ahora la directora y, entre bambalinas, Marc Oliveras, hijo de Montserrat y Josep -los fundadores del colegio- y exalumno del centro. El presente de una familia que en menos de 50 años ha conseguido situar la escuela entre las más innovadoras del país. Varios viajes a Massachusetts a la Tuffs University, terminan en un acuerdo para que el centro incorpore este curso actividades, proyectos y un plan de estudios único en el país. El punto de partida, el STEM del Museo de la Ciencia de Boston al que se añadido la faceta artística para convertirlo en el STE(A)M propio de la escuela L'Horitzó.

Este novedoso sistema, según Oliveras "no sólo potencia las habilidades de cada alumno, sino que los acerca a los conocimientos científicos a través de la experimentación". Una filosofía que se traduce a diario en aulas poco convencionales como la sala de LEGO o la de robótica o el huerto, donde partir una calabaza se convierte en una experiencia educativa sin límites.

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"Al principio a los padres les llama la atención que las aulas no tengan puertas, por ejemplo, o que los niños aprendan matemáticas o alemán sentados en balones ergonómicos, luego entienden que forma parte de una manera diferente y más amplia de entender la educación", explica Anna Valero.

El modelo, con cursos de ventaja en Estados Unidos, aporta a los estudiantes amplios conocimientos de ciencia, tecnología, ingeniería, arte y matemáticas, más allá de los estándares curriculares. Ionanis Miaoulis, director del Museo de la Ciencia de Boston, es el encargado de implementar el sistema en las escuelas americanas a la vez que sigue de cerca el caso de la escuela L'Horitzó. Su filosofía, “crear generaciones que sean capaces de adaptarse al mundo".

El matrimonio Oliveras ya sabía que su escuela nada tendría que ver con otros centros educativos. Entre otras cosas porque bebía de la filosofía Freinet, impulsada por el pedagogo francés Célestine Freinet, y del que muy poco se conocía en la España regalada de autoridad y disciplina de 1968.

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En aquella época poco más del 1% de la población cursaba estudios universitarios y para la mayoría lograr una licenciatura era sinónimo de empleo de por vida. “En algunos momentos se hizo difícil explicar que los alumnos no necesitaban usar libros de texto, ni tenían deberes, que no se les examinaba o que recibían una educación personalizada. Todavía se hablaba poco de la autonomía del alumno y de sus preferencias. Quizás los padres con falsas expectativas, los maestros poco preparados y el miedo fueran nuestros primeros detractores”, explica Montserrat Oliveras.

El método, presente actualmente en las escuelas públicas finlandesas, obligó a los maestros de L'Horitzó a seguir una formación especial. Una preparación que se tradujo en las aulas en clases de teatro, técnicas de impresión, ajedrez o cocina, que potenciaban la creatividad y acercaban a los niños a las matemáticas y otras disciplinas a través del juego.

“Con el tiempo se implementaron otras técnicas como el método de María Montessori del que todavía bebe la escuela”, explica Marc Oliveras, que hace un año aprovechó el impulso de sus padres para seguir innovando y crear un centro educativo de referencia, por el que pasan al año 300 alumnos.

La escuela, que empezó con un único alumno, es hoy una de las más avanzadas de Europa

Actualmente, con las facultades masificadas (30% de la población de 18 a 24 años es universitaria) y los estudios universitarios en busca de nuevos horizontes, Oliveras -junto a un equipo de expertos- ha implantado un STEAM propio para “dar respuesta a necesidades profesionales que todavía no existen”, asegura.

STEAM es el acrónimo en inglés de las cinco materias troncales que se imparten en este programa educativo. “Los alumnos se acercan a las ciencias, tecnologías, ingenierías, artes y matemáticas a través de la experimentación, las aplicaciones prácticas y sobre todo, a través de la realidad y del juego, porque jugar es una de las maneras más efectivas de aprender”, afirma Oliveras.

Anna Valero, directora del centro, explica que la escuela conserva todavía la filosofía que sembró el matrimonio Oliveras. Pero ahora, gracias al acuerdo cerrado con el Museo de la Ciencia de Boston y la Universidad TUFTS de Massachusetts, con un programa “más competitivo, adaptado a las necesidades actuales. Siempre respetando el ritmo de cada alumno y sin perder de vista el aprendizaje colaborativo".

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Pero, ¿cómo transcurre el tiempo en este centro?

La escuela se pone en pie desde bien temprano, ya que los alumnos empiezan sus actividades escolares (que no clases) a las 8.30 de la mañana, antes que en cualquier otra escuela de primaria del país.

"Al día los estudiantes de más de 8 años hacen 150 minutos más, que al final de ciclo supone entre 3 y 4 cursos más que un programa lectivo convencional. Hay que tener en cuenta que para que los alumnos no dediquen tiempo libre a las necesarias actividades escolares, hay que dedicarles tiempo en la escuela", cuenta Valero.

Para empezar, nadie abre un libro de texto porque las mochilas llegan llenas, pero no de manuales. Una calabaza, un puñado de conchas marinas, una roca o el libreto de una ópera, son el motivo perfecto para empezar a descubrir el mundo y "sin quererlo", entroncarlo con las matemáticas, la ciencia, la física y hasta con lengua.

La biblioteca y espacio de recursos, centro neurálgico de la escuela con 23.000 títulos, es uno de los lugares donde los alumnos se documentan y aprenden a responder a sus propias dudas. El lugar en el que los chavales se arman de argumentos para explicar a sus compañeros los que han descubierto sobre las curcubitáceas o sobre la proporción áurea, por ejemplo. Mientras, otro grupo quizás esté partiendo la calabaza en la cocina y el resto analizando a qué temperatura hierve el agua.

"Las actividades (o clases, con el permiso de la escuela) se alejan del objetivo de muchos otros centros docentes: transmitir conocimiento de maestros a alumnos. Aquí es el estudiante el que toma las riendas de sus inquietudes diarias y a la vez el que contagia al resto de compañeros", explica la directora.

Por otro lado, el aula de robótica, las piezas de LEGO (Lego Education Innovation Studio), los juegos de role playing o incluso el huerto, forman parte de los recursos educativos de esta escuela con los que los niños aprenden a resolver retos y problemas y a encontrar estrategias.

Según Ricard Huguet, miembro del patronato de la escuela, el método STEAM de la escuela se basa en dos principios: "Hands on y Problem-based learning". Esto quiere decir que el alumno aprende experimentando con sus manos y solucionando problemas reales. “Los niños no vienen al colegio a saber dónde y a qué hora se cruzarán dos trenes que han salido de diferentes estaciones. Experimentan sobre casos reales como por ejemplo un terremoto. Descubren la resistencia de los materiales y aprenden a fabricar alternativas a partir del 'yo construyo' . Los estudios demuestran que cuando nos implicamos en algo, no olvidamos lo que aprendemos. Y en eso basamos el aprendizaje de los niños”, explica Huguet.

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Huguet añade que a su vez, el método implica un mayor esfuerzo y preparación por parte del maestro ya que “no hay una única respuesta válida. Hay varios caminos para llegar a la respuesta correcta y cada alumno tiene el suyo”.

De las aulas de L'Horitzó han salido por ejemplo, el ganador de la Copa de Oro de Pastelería 2011 o el creador de Foxize School. Jóvenes talentos que han formado parte de la revolución educativa emprendida por el matrimonio Oliveras en 1968.

“No sabemos qué serán nuestros alumnos de mayores, entre otras cosas, porque quizás todavía ni exista la profesión a la que se quieran dedicar. Tampoco si nuestra escuela dará más ingenieros, científicos o informáticos. Lo único que tenemos claro es que serán profesionales felices, porque desde niños se les ha dado permiso para hacer las cosas que les apasionan”, reafirma Marc Oliveras.