Carles Puigdemont, 365 días de un presidente interino

Carles Puigdemont, 365 días de un presidente interino

EFE

Hace justo un año, Carles Puigdemont recibió una llamada que le cambió la vida. Era sábado 9 de enero y acababa de comer en Gerona con su mujer y sus dos hijas. Al otro lado del teléfono, Artur Mas, presidente de la Generalitat en funciones. “¿Puedes venir a Barcelona esta tarde?”, le preguntó el president, deseoso de poner punto final a una negociación agónica que había durado tres meses. Puigdemont se subió a su coche y se dirigió a la capital catalana.

A Mas le acompañaban en su despacho Josep Rull -actual conseller de Territorio-, Jordi Turull -presidente del grupo parlamentario de JxS- y Lluís Corominas, hoy vicepresidente de la Mesa del Parlament y diputado de JxS. Los tres habían estado negociando en un hotel de Barcelona hasta altas horas de la madrugada un acuerdo con la CUP para salvar la legislatura in extremis, en el último día posible antes de que se convocaran elecciones automáticamente. El acuerdo obligaba a los anticapitalistas a garantizar la estabilidad parlamentaria mientras que JxS debería renunciar a Mas como candidato y proponer un nombre alternativo. El que fuera delfín de Jordi Pujol señaló a Puigdemont, en ese momento alcalde de Gerona y presidente de la Asociación de Municipios para la Independencia (AMI).

24 horas después de esa llamada, Carles Puigdemont estaba en el Parlament pronunciando su discurso de investidura. Un discurso redactado por el propio Mas y que Puigdemont adaptó y modificó ligeramente la mañana antes de pronunciarlo.

UN PRESIDENT DE PASO

Al acabar esa reunión en el Palau de la Generalitat, Mas y Puigdemont se dirigieron a la sede de CDC -actualmente PDECat- para informar a la ejecutiva sobre la decisión. Puigdemont hizo entonces una promesa que pocos pensaron que cumpliría. “Vengo a solucionar el problema y luego me iré”, afirmó el president, según recuerdan fuentes del PDECat. Un año después, Puigdemont ha confirmado que no repetirá como candidato a pesar de ser el principal activo de su partido y de tener una valoración de los catalanes muy por encima de la que tuvo Mas durante su presidencia.

A veces le incomoda la pompa de su cargo (...) Echa de menos tener más tiempo con su familia

En el Govern reconocen que a Puigdemont le costó adaptarse a su nuevo rol. Llegó a la Generalitat de la noche a la mañana, con el Govern ya confeccionado y siendo un completo desconocido para la mayoría del establishment de Barcelona. Su primera decisión fue no instalarse en la capital catalana y mantener su domicilio habitual en Gerona, a 100 kilómetros del Palau de la Generalitat, para tratar de mantener “cierta normalidad” con su familia. “Creo que a veces le incomoda la pompa de su cargo”, detalla uno de sus colaboradores. “Echa de menos tener más tiempo con su familia y su vida antes de ser president”.

Entre las filas independentistas ven la falta de ambición política de Puigdemont como una arma de doble filo. En su coalición destacan que le ha permitido movimientos que chocan con algunos postulados de su partido: mantiene muy buena relación con la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, en su búsqueda de un mayor consenso para el referéndum; las relaciones con el grupo parlamentario de la CUP, a pesar de sus dificultades, son mucho mejores que las que tenía Mas y su defensa de un referéndum para desencallar la situación no contaba con el aval de una parte del PDECat. Otros le reprochan, sin embargo, que el anuncio de que no repetirá como president ha puesto en marcha la carrera sucesoria en un momento en el que el independentismo reclama unidad.

UNA LEGISLATURA EN MANOS DE LA CUP

Si algo ha marcado la legislatura de Puigdemont ha sido la dependencia de la CUP para tirar adelante su hoja de ruta. Los anticapitalistas fueron determinantes en su llegada al Govern y lo han seguido siendo durante su presidencia. Cualquier propuesta de JxS en el Parlament requiere el beneplácito de la formación asamblearia y esto le ha granjeado algunos golpes que lo han curtido en el cargo.

El rechazo de los anticapitalistas a los Presupuestos de 2016 fue el primer bofetón que Puigdemont recibió de la CUP. Cuando todo el mundo daba por hecho que la legislatura iba a fracasar, se sacó de la chistera una moción de confianza que le reforzó en el cargo y obligó a la CUP a posicionarse a su favor. Puigdemont ni siquiera consultó esa solución con su vicepresidente, Oriol Junqueras, y la explicó a su grupo parlamentario durante un receso en el Parlament pocos minutos antes de anunciarla en la cámara. Tanto en el Govern como en su grupo parlamentario destacan este momento como un punto de inflexión en su mandato. “Ahí demostró que no era el hombre de paja de nadie”, explica un diputado de JxS adscrito a ERC.

Con el refuerzo que supuso la moción de confianza, "demostró que no era el hombre de paja de nadie"

Reforzada su confianza, Puigdemont dedica casi todos sus esfuerzos al referéndum de autodeterminación que quiere celebrar este septiembre. El resto del tiempo lo invierte en materializar un ambicioso paquete legislativo que anunció en su plan de gobierno: 45 nuevas leyes a aprobar durante una legislatura de 18 meses. Por ahora, solo se han aprobado cinco de esas 45 normas que prometió. El president, no obstante, ha conseguido superar el hiperliderazgo de Mas y mantener la cohesión de un Govern con miembros de dos partidos -PDECat y ERC- que de aquí a unos meses pugnarán por quedarse con el voto independentista.

Su tarea de llevar a Cataluña “de la postautonomía a la preindependencia” dependerá del éxito del referéndum unilateral que convocará el Parlament. Un año después de su investidura, sin embargo, la legislatura sigue colgando del mismo hilo que el pasado enero: la CUP decidirá el 28 de enero si aprueba los nuevos Presupuestos en los que hay una partida de 5,8 millones para celebrar este referéndum.

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