Anette Cabelli, superviviente del Holocausto: "Después de lo que vi, ya no tengo miedo de nada"

Anette Cabelli, superviviente del Holocausto: "Después de lo que vi, ya no tengo miedo de nada"

Anette Cabelli veía imposible salir de Auschwitz, pero tenía claro que quería seguir luchando: "Quiero vivir, no quiero morir", se repetía continuamente durante los tres años que estuvo presa en tres campos de concentración y durante la marcha de la muerte. Esta superviviente de uno de los complejos más tenebrosos levantados por el nazismo ha podido contar su historia gracias a un encuentro organizado por el Centro Sefarad de Israel en colaboración con la Comunidad Judía de Madrid, con motivo del Día Europeo en Memoria de las Víctimas del Holocausto.

Nacida en Salónica (Grecia), Anette Cabelli fue deportada a los 17 años a Auschwitz junto con su madre. El viaje duró cinco días en un tren de carga, sin comida ni bebida, junto con otras 29 personas. Al llegar, su madre fue directamente enviada a la cámara de gas; Anette consiguió librarse de la muerte gracias a un oficial nazi que la bajó del camión. "Tuve suerte... no me llevaron a la cámara de gas. Él me salvó la vida", relata.

Como a todos los internos, el primer día le cortaron el pelo, le dieron la ropa y le tatuaron en el antebrazo su número, el 4065. Los primeros 15 días estuvo encerrada en una barraca debido a la malaria que había en Grecia y a la que los alemanes tenían pavor. A partir de entonces, la joven Cabelli tuvo que hacer trabajos forzados en una fábrica de bombas durante 12 horas al día. También recuerda algunas experiencias con los doctores, que duda estuvieran cualificados; su hermano llegó a estar bajo sus manos, le cortaron los testículos, explica. "Los médicos tenían la posibilidad de ir a Auschwitz y practicar todo lo que necesitaban. Tomaban a las mujeres jóvenes, les abrían y les sacaban las tripas y las dejaban sin dormir y sin hacer nada. También experimentaban sacando los gemelos y practicando con enanos", recuerda Cabelli.

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EL FRÍO IMPOSIBLE

El frío de Polonia es una de las cosas que más recuerda, llegaron a los 12 grados bajo cero sin tener con qué resguardarse, y la gente moría por las noches, mientras ella tenía que sacar y apilar los cuerpos todas las mañanas. "Había unos ratones que se comían la carne de las personas. Ellos no chillaban, no podían más", rememora.

Esta anciana aún fuerte fue partícipe de una de las marchas de la muerte, donde se tenía que alimentar a base de nieve. Acabó en el campo de Ravensbrück, un sitio pequeño en el que tenían que pelear por la comida, pero no iba a durar mucho tiempo allí, porque se ofreció para trabajar y se la llevaron a Malchow, donde fabricaba cerillas, pero la comida acabó y se los llevaron también. Es ahí donde comienza a hablar de su libertad: "Por la mañana caminábamos y por la noche dormíamos al aire libre con él (el oficial). Y una mañana, al ver que no estaba el viejo -así le llamábamos-, nos preguntábamos ¿Ya ha llegado la libertad?".

Anette, superviviente del horror, tiene 91 años y actualmente vive en Francia, no quiso volver a Grecia pero sí ha regresado varias veces al campo de concentración en el que estuvo, con sus hijos y sus nietos, para no olvidar. "Esto no se puede contar en los libros", resume.

Cabelli luchó desde el primer día por su supervivencia, tenía claro que quería salir de allí y se aferraba a que el día siguiente fuera el último encerrada. "Mañana veremos, mañana será otro día, así los días pasaban y yo tenía una fuerza para vivir y no abandonar". Durante tres años estuvo viendo cientos de atrocidades y de muertes, pero en ningún momento lloró. "Después de lo que vi, ya no tengo miedo de nada", sostiene, valiente. Ella sólo sabía que tenía que luchar.

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