7 motivos por los que muchos tiemblan al escuchar la palabra matemáticas

7 motivos por los que muchos tiemblan al escuchar la palabra matemáticas

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Los españoles no sólo patinamos en idiomas. También en cifras y números. Lo pone de manifiesto el Programa Internacional para la Evaluación de la Competencia de los Adultos (PIACC), el conocido como ‘Informe Pisa para adultos de la OCDE. Ese estudio refleja que España es el último de una lista de 23 países en comprensión matemática. Muchos todavía sienten escalofríos al recordar los tiempos en los que tenían que enfrentarse a esa asignatura. ¿Qué falla para que tanta gente tenga un trauma con esa materia?

Adrián Paenza, ganador del premio Leelavati al mejor divulgador de matemáticas del mundo, subraya que el problema con esa ciencia no es exclusivo de un país o de una única generación. “Desde hace muchos años, la asignatura está en la intersección de todos los problemas y dificultades que tienen los niños”, se lamenta en conversación con El Huffington Post este argentino de 67 años que es el padre de la matemática recreativa.

Paenza, que acaba de publicar en España el libro Matemática para todos, da algunas claves de por qué mucha gente se echa a temblar solo con oír el nombre de esa materia.

El divulgador subraya que uno de los principales problemas es que los niños tienen que sentarse en los colegios y escuchar cómo les dan respuestas a preguntas que no tienen. “Es una situación muy incómoda, muy aburrida y un síntoma de salud que los niños rechacen esto”, asegura mientras subraya que un adulto no se quedaría sentado escuchando una conferencia de alguien que habla sobre un tema que no le interesa.

El problema se agrava, explica, porque cuando los niños llegan a casa y dicen que no saben para qué sirven las matemáticas, se encuentran con que los padres también lo desconocen porque ellos sufrieron lo mismo hace 20 o 30 años. “Y esto va pasando generacionalmente”, alerta.

La raíz del problema anterior, subraya Paenza, es que en las escuelas se trabajan problemas que no tienen ninguna aplicación práctica en la vida actual. Y, por tanto, es imposible que los niños encuentren utilidad a lo que se les enseña. Pone un ejemplo: “Cuando era muy difícil marcar un ángulo recto, el teorema de Pitágoras venía a resolver un problema que era que, para dividir tierras, uno descubría que había una manera de hacerlo. Hoy no se resuelve porque uno puede marcar un ángulo recto sin necesidad de eso”.

El divulgador insiste en que, en algún momento, algunas de las soluciones resolvían problemas de la época. Pero hoy no. Eso podría cambiar, advierte, si por ejemplo los alumnos diseñaran una clave que sólo conocieran ellos, escribieran un mensaje y se lo dieran a sus compañeros para decodificarlo.

“Ese sí que es un problema de la vida cotidiana porque uno tiene una tarjeta de crédito o una contraseña en su email y entiende lo que eso significa. Se da cuenta de que necesita encriptar para proteger cierto tipo de datos”, insiste el experto, quien asegura que se podría explicar cómo intervienen los números primos en ese proceso haciendo copartícipe al alumno.

Para Paenza, otro error es que no se comienza a enseñar las matemáticas por su parte más lúdica, “que tiene una belleza maravillosa y que le estamos escamoteando a la gente”. La forma de impartir la materia, dice, es como si a un grupo de niños extraterrestres se les intentara inculcar la pasión por el fútbol poniéndoles a formar una barrera y dándoles balonazos en la cabeza, en la cara o en el cuerpo.

“Claro que la barrera forma parte del fútbol, pero uno no empieza por ahí porque los niños van a decir que no quieren jugar al fútbol y que eso no es para ellos. Si quieres seducir a alguien para que juegue al fútbol, empezarías por otro lugar, haciendo algo que sea más atractivo”, insiste.

Con las matemáticas, asegura Paenza, se está haciendo eso: comenzar por lugares que no son adecuados, que no seducen a nadie. “Y las matemáticas tienen una rama que se llama teoría de juegos. ¿Cómo es posible que uno salga hasta de la universidad y lo ignore?”, se pregunta. Y dice que, por ejemplo, los niños sí estarían interesados en hacer tareas de detective encriptando o codificando un mensaje.

El divulgador asegura que uno de los principales motivos por los que tanta gente tiene un trauma con las matemáticas son los recuerdos de la infancia a los que las asocian: la asignatura suele estar vinculada a momentos de humillación y de frustración.

“Uno lo vive de una manera tan fea cuando es niño... Es una sensación de tanta amargura... Provoca tanta tristeza porque uno se pregunta: ‘¿Cómo puede ser que yo sea tan burro que no entienda nada? ¿Por qué no me gusta esto, que es tan importante?’

Y esa frustración, subraya, es consecuencia directa de la forma en que se enseñan las matemáticas en los colegios.

Y hay más problemas, según Paenza: como la gente no acaba de entender para qué sirven las matemáticas, no va a permitir que las matemáticas le perturben. Para demostrarlo pone un ejemplo de lo que sucede al contrario. Cuando alguien está aprendiendo a conducir, puede llegar a tolerar que su instructor pierda la paciencia y le grite porque entiende que saber conducir es mejor que no saber.

“Uno da cuenta de que gana algo en su vida personal pasando por eso. Pero en las matemáticas... ¿Por qué tendría que tolerar eso si uno ve que al finalizar el camino no hay luz? ¿Para qué sirve?”, indica.

Por eso, el divulgador llama a que se “devuelvan los naipes” para “empezar de nuevo” y poder “demostrar que las matemáticas no es eso que la gente cree que es”.

Paenza cree que en otras disciplinas, como la medicina, la sociedad comprende que no todo está descubierto, que es necesario seguir avanzando para hacer progresos. En cambio, señala, la mayoría de las personas creen que en las matemáticas está hecho todo y que todo está escrito. Pero no.

Por ejemplo, advierte, las matemáticas producen cerca de 200.000 teoremas al año, de menor o mayor importancia, de lo que se deduce que cada año se descubren 200.000 cosas nuevas que no se sabían. “Si uno pudiera demostrar que no se sabe todo y que cada vez que se descubre algo se hace consciente lo inconsciente, que es algo vivo…”, se lamenta el divulgador.

El experto critica también que existe la sensación de que el experto en matemáticas vive “en una torre de marfil”. “Hay que romper el mito de que hay un grupo de personas privilegiadas. No es cierto eso”, asegura mientras llama a “socializar el conocimiento”.

Y eso se puede hacer incluso con pequeños gestos en casa: “Cuando el padre no sabe algo, debe saber decir ‘no sé’, sentarse con su hijo y entre los dos buscar la respuesta. Porque la sociedad castiga mucho a la persona que no sabe”.

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