El propio equipo de Trump, alarmado por su conducta

El propio equipo de Trump, alarmado por su conducta

REUTERS

Hace poco, el presidente Donald Trump quiso saber cuál era la situación del dólar. ¿Era un dólar fuerte que beneficia a la economía o estaba de capa caída?

Para averiguarlo, llamó a alguien por teléfono, pero no a uno de los empresarios que Trump ha incluido en su Administración o a uno de sus viejos amigos de cuando era un magnate inmobiliario. En su lugar, llamó a su Consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn, según dos fuentes cercanas a Flynn. [Así están siendo los primeros 100 días de Donald Trump en la Casa Blanca]

Flynn tiene un largo historial en el sector de inteligencia nacional, pero no en el de economía. Por eso, le dijo a Trump que no sabía, que no era su campo de especialización y que quizás debería preguntar a un economista.

A Trump no le gustó mucho esa respuesta, pero puede que sea por la hora a la que se hizo la llamada. Según una de las fuentes cercanas a Flynn, el presidente le llamó a las 3 de la mañana (aunque ni la Casa Blanca ni la oficina de Flynn han respondido a las peticiones de confirmación de ese detalle).

Para los estadounidenses que creían que Trump era el magnate competente y decidido que aparecía en sus reality shows, la imagen que se saca de estas historias de su Administración puede resultar sorprendente: un jefe de Estado impulsivo, y a veces mezquino, al que le preocupa más la adulación que puede recibir de los ciudadanos que los detalles de sus políticas (y un jefe de Estado que no tarda en echar balones fuera cuando las cosas no salen como quería).

Naturalmente, el volátil comportamiento de Trump ha creado un entorno perfecto para que existan filtraciones por parte de las agencias ejecutivas e incluso de la propia Casa Blanca. Y aunque la mayoría de las filtraciones proceden de empleados que quieren sabotear a otros para ascender o que quieren hundir políticas que consideran realmente problemáticas, la Administración Trump cuenta con una tercera categoría de filtraciones: aquellas que vienen de empleados de la Casa Blanca y de las agencias alarmados por el comportamiento del presidente.

"Llevo 26 años en esta ciudad y jamás había visto algo así", explica Eliot Cohen, empleado del Departamento de Estado de la época del presidente George W. Bush y miembro de su Consejo Nacional de Seguridad. "De verdad, creo que [Trump] no está bien mentalmente".

Llevo 26 años en esta ciudad y jamás había visto algo así. — Eliot Cohen, trabajó con George W. Bush

También está la cuestión de las sesiones informativas de Trump. Al presidente no le gusta leer informes largos, explica un empleado de la Casa Blanca que ha pedido permanecer en el anonimato. Es preferible que no ocupen más de una página y tienen que estar divididos en varios puntos, pero nunca más de nueve por página.

Los pequeños detalles pueden alegrarle mucho o irritarle inmensamente. Trump confesó en The New York Times que le fascina el sistema de telefonía de la Casa Blanca. Al mismo tiempo, ha emitido una queja sobre las toallas de mano del Air Force One porque no están lo suficientemente suaves, revela este trabajador.

Últimamente está obsesionado con la actuación de sus subordinados en la televisión por cable. Normalmente, los anteriores presidentes no veían las ruedas de prensa diarias de sus secretarios de prensa, pero ahora eso forma parte de la rutina de Trump. También está en su agenda ver lo que dicen de su Administración cada semana en Saturday Night Live (su reacción va desde enfurecerse hasta no hacerle gracia).

La edición estadounidense del HuffPost ha tenido acceso a información sobre las interacciones personales de Trump y el funcionamiento interno de su Administración gracias a empleados de las agencias ejecutivas y de la Casa Blanca. Han hablado con la condición de permanecer en el anonimato por miedo a perder sus puestos de trabajo.

Aunque parte de las filtraciones se basan en la oposición a sus políticas (el veto a los refugiados y a los visitantes de siete países principalmente musulmanes, por ejemplo), muchos han hablado porque creen que las acciones, las palabras y los tuits de Trump constituyen una amenaza real.

Por ejemplo, cuando Trump tuiteó sobre los misiles de Corea del Norte tres semanas antes de jurar su cargo, alteró al aparato de seguridad nacional del entonces presidente Barack Obama, que consideró arriesgado provocar a un joven dictador inestable que cuenta con armamento nuclear.

Richard Nephew, experto del Departamento de Estado en materia de sanciones a Irán durante el mandato de Obama, afirma que es posible que algunas de las filtraciones de las agencias sean el resultado de un esfuerzo para que los ciudadanos sepan que no se han seguido los consejos de los empleados en caso de que acabe ocurriendo algo malo. "Creo que tratan de dejar claro que ellos han intentado hacer lo correcto y que no pueden hacer más con una Administración así", opina Nephew.

Siguiendo esta dirección, The Associated Press ha publicado detalles de una llamada que tuvo lugar el 27 de enero entre Trump y Enrique Peña Nieto, presidente de México: Trump dijo que México tenía "hombres malos" y que es posible que tuviera que enviar tropas estadounidenses para que se hicieran cargo. (Más adelante, la Casa Blanca explicó que Trump estaba de broma). The Washington Post dio más detalles de una conversación que tuvo lugar el 28 de enero entre Trump y el primer ministro australiano, Malcolm Turnbull. En ella, Trump criticó un acuerdo según el cual se reasentaba a refugiados de Australia en Estados Unidos.

Mientras, The New York Times retrató a un mandatario sombrío que se pasea en albornoz por la Casa Blanca, que ve demasiada televisión por cable y que se desahoga escribiendo en Twitter.

"Yo creo que es un grito de auxilio", opina Elizabeth Rosenberg, experta en la lucha antiterrorista del Departamento del Tesoro durante el mandato de Obama. Explica que muchos empleados que todavía trabajan en las agencias de seguridad nacional ven lo que está ocurriendo y se ven motivados a compartirlo por una razón muy simple: "Incredulidad. Y la necesidad de compartirlo".

Siempre hay filtraciones. Todos los presidentes de la historia han dicho: 'La prensa me odia y hay demasiadas filtraciones'. — Ron Kaufman, que trabajó con George H.W. Bush

La Casa Blanca ha negado muchas de estas informaciones, incluso la idea de que Trump posee (o peor, lleva) una bata de baño. Otros debaten la premisa de si las críticas del personal de Trump con respecto a su competencia son algo inusual. Ron Kaufman, que trabajó en la Casa Blanca durante la Administración de George H.W. Bush a finales de los años 80 y principios de los 90, sostiene que las filtraciones en la Administración Trump son normales para un gabinete joven. "Siempre hay filtraciones", afirma. "Todos los presidentes de la historia han dicho: 'La prensa me odia y hay demasiadas filtraciones".

El miembro del Comité Nacional Republicano Randy Evans, un veterano que fue compañero de Newt Gingrich, el presidente de la Cámara de los Representantes en los 90, asegura no tener "la impresión" de que el personal de Trump está cuestionando su idoneidad para el cargo.

"En cualquier caso, no de momento", añade Evans. "Es demasiado pronto... Creo que estáis viendo mucha competición y mucha prepotencia".

La idea de que Trump tiene un problema de conducta que le impide ser buen presidente no es nada nuevo. Fue el principal argumento en su contra tanto en las primarias republicanas hace un año como en las elecciones generales el pasado otoño. A veces Trump parecía meterse en este papel, llevando como emblema de honor su estatus como outsider anti-establishment.

Pero lo que durante la campaña eran sólo preocupaciones hipotéticas ahora son decisiones de vida o muerte en la Casa Blanca, como demostró la muerte de un comando de la marina en un ataque chapucero en Yemen el 29 de enero. Trump aprobó ese ataque después de una cena en la que estaba su principal asesor político, Stephen Bannon (el expresidente de la web de noticias Breitbart News), quien recibió un puesto permanente en el Consejo de Seguridad Nacional y a raíz se ello se filtraron información y advertencias por parte de la seguridad nacional.

"El servicio de inteligencia está buscando desesperadamente la forma de poder influir en las políticas peligrosas para que no se conviertan en catástrofe", comenta Rick Wilson, un ex trabajador del Pentágono familiarizado con cuestiones de inteligencia y crítico con Trump.

Evans opina que la Casa Blanca tendrá que ponerse seria con las filtraciones dañinas si quieren controlar su mensaje, al igual que se tuvo que hacer con Gingrich hace dos décadas. Cuenta que existe el método de soltar chismes de forma intencionada a los trabajadores y ver qué es lo que sale en la prensa. "Si la Administración se pone seria con las filtraciones, pueden hacer la prueba del algodón y pillarlos", explica Evans.

Pero para Cohen, que ahora es profesor en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados en la Johns Hopkins University, el problema no son las filtraciones. Es el presidente. Porque si Trump ha demostrado no tener ningún cariño ni respeto por nadie más allá de su familia inmediata —dice Cohen— no puede esperarlo de sus trabajadores. "Esto es lo que ocurre cuando tienes a un narcisista por presidente".

Este artículo fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés y Marina Velasco

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