El show de Trump llega a Europa

El show de Trump llega a Europa

A ratos ha sido amable, a ratos irreverente. El niño grande que está orgulloso de ser presidente y el que tiene que seguir largos protocolos que le aburren.

EFE

Trump se ha estrenado en Europa siendo fiel al Donald Trump que conocemos: nada de ruedas de prensa, ni diplomacia tradicional. Ni tampoco esfuerzo alguno por proyectar el poder de atracción (soft power o poder blando) que el cautivador Obama dominaba con maestría. A ratos ha sido amable, a ratos irreverente; entre el niño grande que está orgulloso de ser presidente y el que tiene que seguir irremediablemente largos protocolos que le aburren. Quizá sea un respiro ante la presión que vive en Washington, donde ha dejado de ser tabú la palabra impeachment; la sombra de otro Watergate se alarga sobre la Casa Blanca y alejarse en una larga gira tal vez le ha ayudado a aguantar las sesiones de trabajo de su primer viaje oficial.

Quien no se ha enterado de que el show de Trump está en la ciudad, vive en otro planeta. Más de 4.000 agentes vigilan Bruselas, sin contar con los soldados que patrullan las calles desde los atentados de París. Se han cortado calles y estaciones de metro y para blindar a los centenares que componen el cortejo presidencial (en este vídeo pueden contar, si tienen paciencia, el número de vehículos que lo componen), los norteamericanos han pedido a sus homólogos belgas los nombres y apellidos de todos los ciudadanos que viven en las calles por las que pasa la comitiva. "Tengo dudas de que eso sea del todo legal", ha admitido Olivier Maingain, el burgomaestre del barrio Woluwe Saint-Lambert. Los controladores aéreos locales han cedido los mandos a los servicios de seguridad norteamericanos para el aterrizaje del Air Force One. Nada escapa al control personal del servicio de seguridad del presidente.

Las medidas de seguridad han sido similares a las tomadas con las visitas de Obama en 2014 (si acaso, agravadas ahora por el nuevo clima tras los atentados de 2016), pero Trump, a diferencia de su predecesor, cae bastante mal a los bruselenses. No sólo por sus comentarios sobre las mujeres, los latinos o sus visiones sobre la política en general, sino porque a principios del 2016 dijo que hacía 20 años había estado aquí, que le pareció que era una ciudad muy bonita, pero que ahora se había convertido en un "agujero infernal", en relación a la presencia de terroristas y la falta de seguridad.

TRUMP, GO HOME

Si los hombres de Trump han tomado la ciudad, algunos ciudadanos de Bruselas se han organizado para plantarle cara, aunque, eso sí, en la distancia porque nadie – ni siquiera la prensa, a la que ha dado tratamiento "plasma"– se ha podido acercar a Donald Trump. "No nos gusta Trump, es un sexista y un racista. Y tampoco quiere respetar los acuerdos del clima", dice Morgan, belga de 24 años, mientras su hermana Iris, de 14, asiente. Ambas van vestidas de estatua de la libertad junto a otras 98 activistas.

"Con el símbolo de la estatua de la libertad queremos recordarle a Trump su responsabilidad para defender los derechos humanos, una cuestión que ignora en su agenda doméstica e internacional", explica a El HuffPostWies de Graeve, director de la oficina de Amnistía Internacional en Bruselas y responsable de la campaña. A la marcha, en la que la policía calcula que han participado unas 9.000 personas, han acudido muchas mujeres con sus gorros rosas, emulando la manifestación que recorrió Washington tras la inauguración de Trump.

Alejado del ruido, Trump degustaba los famosos chocolates belgas junto a su esposa en compañía de los reyes de Bélgica. En las escalinatas del avión presidencial, le había esperado unas horas antes, con todos los honores, desfile militar e himnos incluidos, el liberal Charles Michel, primer ministro belga. Ante la antipatía de sus electores con Trump, Michel se justificaba en Twitter afirmando que Bélgica albergaba la sede de la OTAN y era su responsabilidad recibir a Trump. A la noche daba la bienvenida al también liberal y canadiense, Justin Trudeau, pero se deshacía en halagos con él.

Trump desayunó el jueves con una gran pancarta que llamaba a "resistir". Cinco activistas de Greenpeace se habían colgado de una grúa en los alrededores de la residencia del embajador estadounidense en Bruselas, donde Trump se ha alojado. Si no pudo escuchar las protestas, quizás sí vio la pancarta.

EL PRESIDENTE DESCONCENTRADO

Quienes han trabajado con Trump han filtrado a la prensa norteamericana que el presidente tiene una capacidad de concentración reducida, que se cansa con las largas reuniones y que le gusta ir al grano. Quizás haya sido esa la razón por la que el encuentro entre Trump y los líderes de la Unión Europea (Donald Tusk, Jean Claude Juncker, Federica Mogherini y Antonio Tajani) ha durado poco más de una hora (tal y como estaba planeado).

A Trump se le ha visto relajado, y Jean Claude Juncker, fiel a sus bromas, no ha dejado escapar la oportunidad de decir que aunque había allí dos presidentes de la UE, uno de ellos, señalando a Tusk, sobraba. Tras la reunión, no ha habido ruedas de prensa, pero Tusk ha hecho unas breves declaraciones atizando a los fantasmas rusos que persiguen a Trump en Washington: "no estoy seguro de que compartamos la misma opinión sobre Rusia".

A medio día Trump ha compartido comida de trabajo con Emmanuel Macron. El sol y la luna. El primero, mitad hombre de negocios, mitad showman que a los 70 años ha llegado a la Casa Blanca aupado por una gran ola populista; el segundo, con 39 años, recién llegado al Palacio del Elíseo con la bandera de la UE bajo el brazo y con la promesa de combatir el populismo y la xenofobia de los Trump y Le Pen del mundo. A pesar de todo, Trump ha tenido palabras amables para Macron: "Has hecho una campaña increíble y logrado una formidable victoria. Se habla de ello en todo el mundo". El francés, cordial pero no tan efusivo, ha dicho que "está muy contento por poder cambiar muchas cosas juntos".

Durante la reunión de líderes de la OTAN el show de Trump ha desplegado todos sus fuegos artificiales, por si alguien hubiera olvidado que Trump es para la diplomacia lo que el sol es para la luna. En un momento en que los líderes estaban de pie delante de las cámaras, se ha podido ver a Trump apartando bruscamente con el brazo al primer ministro de Montenegro para tomar la primera posición (tras la jugada se ha colocado la chaqueta como diciendo soy Donald Trump y hago lo que quiero).

Pero el plato fuerte ha sido en el momento que estaba llamado a ser el más emotivo, el único en que Trump ha tomado la palabra en público en sus dos días de paso por Bruselas. Los aliados recordaban la caída del muro de Berlín y los atentados del 11S, y estaba planeado que Merkel y Trump tomaran la palabra junto a dos monumentos que conmemoran aquellos sucesos. La alemana ha recordado los valores de la sociedades abiertas que inspiran a la alianza atlántica. "Los muros fracasan, la apertura termina triunfando". Un mensaje dirigido especialmente a Trump y similar al que Barack Obama, unas horas antes en Berlín, había pronunciado junto a la canciller: "En este mundo nuevo no podemos escondernos detrás de muros".

Trump ha tomado la palabra. Ha comenzado por recordar a las víctimas del 11S y ha pedido guardar un minuto de silencio por las víctimas de Manchester. Pero como buen hombre de negocios, ha pasado rápidamente a hablar de dinero y a recordar que 23 de los 28 miembros de la OTAN no gastan en defensa lo que deben (un 2% de su PIB) –una demanda razonable que no es nueva de esta administración–. Con tono condescendiente, y rompiendo el clima emotivo que inspiraba el homenaje al 11S y al Muro, ha dicho que no iba a preguntar cuánto había costado la nueva sede que hoy estrena la OTAN (unos 1100 millones de euros), "pero es muy bonita". El resto de aliados expresaban caras de asombro por el momento elegido por Trump para sacar la calculadora.

Ni Trump se ha marchado de Bruselas con garantías claras de que los aliados gastarán más en defensa –sí ha logrado que se integre la OTAN en la coalición para luchar contra el ISIS- ni los europeos pueden estar mucho más tranquilos de que para Estados Unidos la OTAN sigue siendo tan sagrada como siempre incluso en los tiempos de Trump, a pesar de los esfuerzos del secretario general de la Alianza, Jens Stoltenberg, por asegurar lo contrario. Queda inaugurada la nueva e imprevisible fase en las relaciones transatlánticas.