Muere Simone Veil, la moral de Francia hecha mujer

Muere Simone Veil, la moral de Francia hecha mujer

Fue la impulsora del derecho al aborto en su país y superviviente del Holocausto nazi.

Simone Veil, retratada en el Palacio del Eliseo en 2009.LUCAS DOLEGA / EFE

Ha muerto Simone Veil, pero Simone Veil no ha muerto. La conciencia de Francia, su mayor autoridad moral, la mujer que hizo que el país se pensara y repensara a sí mismo, la que apostaba por la luz -o sea, por los derechos y la justicia-, la que se comprometió con Gobiernos de distinto signo político por el bien de los ciudadanos, ella, permanece entre los ciudadanos que la vieron superar el horror nazi y florecer como una politóloga, pensadora y gestora que creía en los ciudadanos, y no en los borregos. Por eso no la podrán olvidar. Por eso vive.

En su país no pasó de ministra, es cierto, pero no necesitó ser primera ministra o presidenta para ganarse más respeto ni más admiración. Era como esas frágiles mujeres fuertes de la Biblia, porte de Margaret Thacher y empeño rudo de superviviente que se rompía con sus ojos acuosos y su sonrisa fácil. Imperial y cercana. Humanísima en el pedestal de su nación. Estaba a dos semanas de cumplir los 90 años cuando anoche murió en su casa, según ha informado su familia. Deja un legado de siembra y cosecha difícil de igualar en toda Europa.

Nacida en 1927 en el seno de la familia Jacob, hija de un arquitecto judío laico de Niza, era adolescente cuando fue llevada en trenes de ganado al campo de exterminio de Auschwitz. Allí estaba, resistiendo, un año más tarde, cuando el recinto fue liberado, en 1945. Sólo le quedaba una hermana. Su padre, su madre y su hermano habían sido asesinados, destinados a diversos campos de la muerte. Así, apenas de la mano de su hermana sobreviviente, dio sus primeros pasos de adulta. En el brazo, un tatuaje con su número de interna, el 78651, que nunca se borró, para "recordar y no repetir". De 400 menores que hubo en aquel campo, sólo 11 -una, Simone-, sobrevivieron a los hombres de Adolf Hitler.

De aquella experiencia sacó una fortaleza formidable, ganas de vivir -"aunque sin muchas ilusiones", matizaba, realista- y la necesidad de entender el mundo y atender a quien más lo necesitaba. Estudió hasta convertirse en magistrada y se casó con un joven conocido en la universidad, Antoine Veil, con quien tuvo tres hijos. No quería pasar su vida en los juzgados, así que pronto comenzó a dedicar su tiempo a peleas como la de los derechos humanos de los prisioneros de la guerra de Argelia, los olvidados.

Entró en contacto por primera vez con la política en los años 60, aunque sin adscripciones claras. La prensa local la sitúa hoy entre el gaullismo y el socialismo, pero siempre con sus causas por primera bandera: el entendimiento de los pueblos, la lucha contra el racismo. En este tiempo, y ya hasta su muerte, inició también un periplo de testimonio de su experiencia en Auschwitz, con un mensaje de defensa de la memoria histórica y de aprendizaje a través del dolor que desterraba la autocompasión.

Fue en el año 1969 cuando el presidente Georges Pompidou la convenció para que ocupara un puesto en el gabinete de Justicia y en breve se convirtió en secretaria general del Consejo Superior de la Magistratura. El salto al Gobierno lo dio con el presidente Valéry Giscard d'Estaing y el primer ministro Jacques Chirac, cuando se convirtió en ministra de Sanidad. Mujer de armas tomar, era la ideal para una misión titánica: aprobar la ley que incluía la despenalización del aborto y normalizaba el uso de anticonceptivos en Francia. Aguantó los insultos -hasta de su propia bancada-, las acusaciones demoníacas de la iglesia católica y también de los judíos ultraortodoxos, los gritos de "asesina", "libertina", "mala influencia", "rebelde", "histérica", todos ellos sacados de las crónicas de aquellos días, de las protestas dentro y fuera de la cámara. ¿Imaginas? Hacer eso en los años 70...

"Ninguna mujer recurre, por gusto, al aborto. Basta con escuchar a las mujeres. Siempre es una tragedia", dijo Veil ante una asamblea francesa mayoritariamente masculina, defendiendo la llamada Loi Veil (ley Veil). Para la historia quedó su discurso del 26 de noviembre del 74: "No podemos seguir cerrando los ojos ante los 300.000 abortos que, cada año, mutilan a las mujeres de este país, que ofenden nuestras leyes y humillan a aquellas que los padecen", recuerda la agencia AFP. Habló de derecho, de principios, de salud. Y Francia vio que aquello era bueno. Años después reconoció en un libro de entrevistas con la periodista Annick Cojean que "nunca" se imaginó "el odio que iba a suscitar" ese avance para las mujeres francesas.

Su ascenso en la política gala fue seguido de un tiempo fuera, no por ostracismo, sino precisamente por el empeño de París de poner en las instituciones europeas a lo mejor de los suyos. En 1979 encabezó las listas de la UDF en las primeras elecciones al Parlamento Europeo por sufragio universal y se convirtió en la primera presidenta de la Eurocámara. Una pionera. Ocupó el cargo entre 1979 y 1982. "Una Europa de la solidaridad, de la independencia, de la cooperación", defendía entonces desde Bruselas.

No sería hasta los años 90 cuando regresó de Estrasburgo al gobierno francés, esta vez como ministra de Justicia, su verdadera rama. Luego fue miembro del Consejo Constitucional, la máxima autoridad judicial francesa, durante casi una década, e integrante de la Academia, donde dicen que los que entran se convierten en inmortales. Aunque ya un poco delicada de salud, su último compromiso con la política fue en 2007, cuando apoyó la candidatura del derechista Nicolas Sarkozy.

También tuvo tiempo y pasión para ser presidenta de la Fundación para la Memoria del Holocausto y encabezar el Fondo para las Víctimas, dependiente del Tribunal Penal Internacional (TPI).

En 2005, al retirarse, su europeísmo le valió el premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional en reconocimiento a "los ideales y realizaciones de una Europa unida y la proyección de los valores europeos al resto del mundo", así como por "su coherencia, fuerza y constancia en la defensa de valores y objetivos en un momento histórico, en el que están apareciendo ciertas dudas y vacilaciones con respecto al futuro de Europa y a su propia identidad".

"Que su ejemplo inspire a nuestros compatriotas, que encontrarán en ella lo mejor de Francia", ha dicho hoy el presidente, Emmanuel Macron. No queda más que hacerle caso...

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