10 leyendas de terror españolas para pasar mucho miedo

10 leyendas de terror españolas para pasar mucho miedo

Las hay de punta a punta de España y con todo tipo de horrores.

Los cuentos clásicos de miedo provienen casi todos de Inglaterra, pero en España también hay buenos ejemplos de relatos aterradores, cuyo máximo exponente quizá sean las leyendas de Bécquer y los programas de Iker Jiménez.

Un país como España acumula muchos siglos de cultura, y con éstos surgen los mitos que se transmiten de generación en generación. Por toda la geografía se pueden encontrar historias de fantasmas, posesiones, alienígenas y brujas.

En El HuffPost te proponemos estas diez leyendas patrias para leer en Halloween.

A mediados del siglo XIX, limpiando en un trastero de la Universidad de Valladolid, un bedel se encontró con una silla abandonada en una esquina, como un trasto más. Cansado, decidió sentarse un rato. Tres días después lo encontraron en el trastero, en la misma esquina, en la misma silla, muerto. Cuando un segundo bedel murió en las mismas circunstancias, las alarmas se dispararon y la leyenda se fraguó.

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La historia se remonta a principios del siglo XVI, cuando la Inquisición detuvo al médico Andrés de Proaza por asesinato, tortura y pacto con el diablo. Había abierto una cátedra de Anatomía pero los rumores decían que sus conocimientos provenían del Maligno. La desaparición de un niño cerca de su casa alertó a las autoridades, que le sacaron la confesión de asesinato, pero no de un acuerdo demoníaco.

Sí admitió que poseía un sillón, regalo un nigromante de Navarra, que le permitía entrar en trance y del que obtenía todo el conocimiento que necesitaba para sus diagnósticos. Aseguraba que sólo un médico titulado podía hacer uso de él, y que cualquier otra persona moriría a los tres días...

En la actualidad, el sillón se encuentra en el Museo Provincial de Valladolid.

Dos años de ruidos extraños y sucesos inexplicables mantuvieron despierta a una pareja en la localidad madrileña de Coslada en 1993. Cuando su hijo cayó enfermo sin razón aparente, decidieron investigar.

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Al arrancar el papel de una de las paredes de su casa, en lacalle del doctor Barraquer, de donde procedían los fenómenos más virulentos, descubrieron que debajo se dibujaba un nombre: Charo.

Algunos vecinos recordaron la época en la que el apartamento estuvo ocupado por una mujer que decía ser vidente. Tenía una bola de cristal y se decía que realizaba rituales extraños, además de practicar la ouija. El nombre de la vidente, de la que no se supo nada después de que abandonase la casa, era Charo.

Clara Tahoces, colaboradora de Cuarto Milenio, estuvo investigando el caso y descubrió que la pareja decidió mudarse. Pero los vecinos siguieron escuchando ruidos que provenían de la vivienda vacía.

Chamoco, como se conoce también al Barranco de Badajoz, es un cañón situado en Tenerife, en el archipiélago canario. Las leyendas en torno a este lugar son tantas que se pierden en el tiempo y resulta difícil abarcar todas. La mayoría convergen en un punto común: la aparición de luces o figuras luminosas.

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Una de las primeras historias se remonta a 1912, cuando dos mineros buscaban vías para sus excavaciones. Una pared se derrumbó ante ellos, dejando al descubierto una cavidad que ocupaban dos entes luminosos. Hay dos versiones: en una, huyeron despavoridos en busca de la Guardia Civil; en la otra, los entes les mostraron el lugar perfecto para cavar.

No era la primera vez que alguien se topaba con los seres brillantes. Décadas antes, una niña salió a buscar fruta por el barranco. Al llegar a un peral, le pudo el cansancio y se durmió. Se despertó al notar la presencia de un hombre alto vestido de blanco, que la invitó a irse con él. No sintió miedo alguno y lo acompañó al interior de una cueva que daba a un valle en el que había más entes como él.

La niña salió al rato de la cueva acompañada por el misterioso ser, que la ayudó a recoger las peras antes de volver a casa. Pero cuando regresó al pueblo, todo el mundo estaba perplejo: lo que para la niña habían sido unas pocas horas eran en realidad 20 años.

A la entrada de Campanillas, en Málaga, se levanta un edificio solitario, marcado por la leyenda, la guerra y la miseria. Es el Cortijo Jurado, construido por la familia Heredia a mediados del siglo XIX.

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Luces extrañas, psicofonías y mensajes en las paredes alimentan la leyenda de un lugar marcado por el misterio y la tragedia, desde que aparecieron los cadáveres de cinco chicas torturadas en la hacienda. Las miradas acusatorias puestas sobre los Heredia y el despilfarro los llevaron a la quiebra.

Vendieron su propiedad a la familia Larios. Se dice que los nuevos propietarios trataron de unir su nueva casa con la suya propia, el Cortijo Colmenares, mediante una red de túneles y pasadizos que, más tarde, habrían sido utilizados como calabozos durante la Guerra Civil.

Allí se produjeron fusilamientos y muertes en el cortijo, que fue empleado también como hospital. Los gritos de torturados, enfermos y muertos parecen recorrer los pasillos del lugar, atrayendo a investigadores de lo paranormal en busca de una puerta al Más Allá.

Como curiosidad, si se dispone de 16 millones de euros, se puede adquirir por idealista.com.

Un carro negro sobrevuela Ribadesella en busca de moribundos para recoger sus almas. Lo conduce el último fallecido en la parroquia más cercana. Utiliza ruedas de corcho para no hacer ruido por el camino y delatarse. Solo el grito de "Andai de día que la noche ye mía" delata que la güestía lo acompaña.

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La güestía es una versión de la Santa Campaña, una leyenda de Galicia y Asturias sobre una procesión de almas encapuchadas, ataviadas de blanco, que vaga por la noche por calles y bosques. Cada espíritu lleva una vela encendida, pero en cabeza marcha un vivo que porta una cruz y un caldero con agua bendita.

El vivo camina junto a la procesión en las horas en las que debería dormir, pero los muertos no le dan descanso y se ve forzado a liderarlos cada noche. El mortal no recuerda nada al despertar, pero su salud se va deteriorando hasta la muerte. Entonces pasa a formar parte de la comitiva de ánimas para siempre.

En 1952 se inauguró en Tarrasa el Hospital del Tórax, para tratar enfermedades respiratorias. El lugar elegido respondía a la necesidad de sol y aire puro de los enfermos. Lo que no se tuvo en cuenta fue el aislamiento. Los internos no tenían más contacto con el exterior que las llamadas y la radio.

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La mayoría requería una media de 18 meses de hospitalización, tiempo en el que debían convivir con pacientes terminales y enfermos mentales. Algunos eran abandonados por sus familias y esperaban la muerte entre los muros del centro. Había poco personal y se colaban extraños para guarecerse. Por todo ello, durante muchos años, el Hospital del Tórax tuvo el índice más alto de suicidios de España.

La mala gestión llevó al hospital a su cierre y abandono. Desde entonces, por sus pasillos se oyen gritos de "está muerto", chirridos y golpes. Entre los sucesos que han quedado registrados está el robo de un feto en formol de una habitación en 2003. Otro feto apareció envuelto en periódico cerca del edificio.

Poco queda ya del horror de lo que un día fue el hospital, reconvertido en un Parque Audiovisual, pero no era raro ver, en sus años de abandono, pentáculos y símbolos satánicos grabados en paredes y suelos.

Tres cazadores se adentraron en un barranco cercano al pueblo de La Yesa una mañana de agosto de 1968. Uno de ellos, Mateo, buscó unos arbustos para orinar y se topó con una figura vestida de forma extraña: un traje blanco cubría su cuerpo y llevaba una mochila plateada colgada a la espalda.

Parecía demasiado grande y más extraña aún era la protuberancia que asomaba por su espalda, a modo de larga cola, que se balanceaba como el rabo de un lagarto. La cabeza también era reptiliana, cubierta de escamas y con ojos grandes y brillantes. De su boca surgía una lengua de serpiente.

Los compañeros de Mateo fueron a buscarlo y observaron la llegada de un cilindro metálico surgido del cielo que descendía hacia la criatura. Volvían a por las escopetas cuando un fuerte estruendo resonó por la montaña. No quedaba rastro del ser, pero sí un fuerte olor a azufre y hierba quemada.

Al huir del lugar, se cruzaron con dos guardias civiles. Cuando les contaron la historia, contestaron, impertérritos: "Por estas tierras eso es normal".

Akerbeltz era un espíritu protector de los animales, identificado como un macho cabrío. Sus seguidores eran en su mayoría mujeres que recibieron el nombre de sorginak, a las que se les atribuían poderes y malignas intenciones. También existe la leyenda de que adoraban a Mari, una diosa de la tierra que residía en la cueva de Amboto; por eso veces se hace referencia a ella como la Dama de Amboto.

Es uno de los mitos fundacionales de las brujas del País Vasco, una región que hierve de leyendas sobre brujería, de las que la más famosa tiene poco de magia y mucho de muerte: las brujas de Zugarramurdi, llevadas al cine por Álex de la Iglesia.

  "El Aquelarre", cuadro de Goya.FRANCISCO DE GOYA

De Zugarramurdi es otro de los mitos sobre las hechiceras de la zona, que trata de dos hermanos, uno rico y otro pobre, esclavo del primero, que huyó de casa en busca de mejor fortuna y se quedó dormido bajo un puente, donde escuchó a escondidas a tres brujas.

Las sorginas volvían de un aquelarre —una palabra de origen vasco que deriva del significado "prado del macho cabrío"— y se reían porque ocultaban a una enferma el remedio para curarse. El joven fue a por él y fue recompensado por el marido de la mujer, ya recuperada.

Cuando su hermano trató de espiar a las brujas para enriquecerse aún más, no tuvo tan buena suerte. Las sorginas se aparecieron con un dicho popular —"que no somos, que sí somos, catorce mil aquí estamos"—, detectaron que las estaban escuchando... y lo molieron a palos.

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A finales de 1983, dos niñas de 14 y 13 años, Mari Carmen y María del Mar, se toparon con lo desconocido en forma de figura tenebrosa y terrible en la localidad cacereña de Saucedilla.

Mari Carmen volvía a su casa cuando una figura enorme cruzó de acera y se plantó ante ella: un ser humanoide de tres metros, cuyos brazos y piernas —si los tenía— estaban cubiertos por una túnica negra. Antes de que pudiera verle con mayor claridad, el ser giró en una calle y desapareció.

Su encuentro fue similar al de María del Mar, pero esta vez la figura estaba quieta en mitad de la calzada, mirándola fijamente; la niña no pudo reconocer ningún rasgo al huir del lugar, presa del miedo.

Esa noche, al sacar la basura, el horror mostró su cara, asomándose por encima de un pilar de dos metros de altura. Era el ser que se había encontrado horas antes, y pudo distinguir su rostro a la perfección: una cabeza apepinada, pálida, con el pelo peinado hacia los lados y una cicatriz que surcaba su cara.

La niña salió despavorida hacia el interior de la casa justo cuando el ser reveló que sí tenía brazos y, con un gesto lento, le pidió que fuera con él.

La madrugada del 27 de septiembre de 1934, en el edificio que entonces había en el número 2 de la calle Anselmo Gascón de Gotor de Zaragoza, una risa estridente rasgó el silencio en la escalera entre las plantas 1 y 2. En los días sucesivos, la presencia de un duende se haría manifiesta por medio de la voz.

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El Heraldo entrevistó en 2008 a Arturo, de 78 años, que entonces era el niño de la casa donde sucedieron la mayoría de los fenómenos. Asegura que llamó "chalado" al duende y una voz le contestó: "Chalado no, pequeño". También se oía "cobardes, cobardes" y, por la noche, una voz pedía "luz, que no veo".

The Times y la BBC fueron a la ciudad para cubrir los sucesos. La Policía incluso mantuvo conversaciones con el ente. Tratando de localizarlo, peinaron el inmueble, levantaron el tejado y trataron de derribar la chimenea; pero al tomar medidas, una voz apuntó: "No se moleste, son 78 centímetros".

Según Arturo, la voz dejó de sonar en 1935 para siempre. Él está convencido de que no fue una gamberrada ni un timo. "No era nada físico", señaló a El Heraldo.