El preparacionismo en un país anti-intelectualista

El preparacionismo en un país anti-intelectualista

¿Cómo es posible que tras la primera victoria de Obama, miles de personas fueran al día siguiente a comprar provisiones de supervivencia ante un inminente colapso derivado de la llegada de un "socialista negro" a la Casa Blanca? ¿Por qué hay tantos norteamericanos que dedican su vida con pasión a prepararse?

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¿Cómo es posible que tras la primera victoria de Obama, miles de personas fueran al día siguiente a comprar provisiones de supervivencia ante un inminente colapso derivado de la llegada de un "socialista negro" a la Casa Blanca? ¿Por qué hay tantos norteamericanos que dedican su vida con pasión a prepararse para hacer frente a una futura hecatombe natural, militar o económica, abandonando cualquier idea de ingeniería social o participación política, convencidos de la irreversibilidad de un mudo arruinado, y estrangulados por la creencia enfermiza de que el mal prevalecerá? Estados Unidos y sus circunstancias son un todo fascinante y extraño a la vez. Huracanes, tornados, el Tea Party, matanzas perpetradas por jóvenes desquiciados y privados de la razón. La respuesta de su sociedad siempre suele corresponderse con una solución emocional, cuya inmediatez pasa por tomar medidas de contingencia económica (ayudas para damnificados, multas y desinversiones en empresas del sector de venta de armas) y, con suerte, desarrollar alguna norma nueva para desestresar el inconsciente colectivo y la culpa. Las causas últimas o los principios esenciales que explican situaciones extremas se desvinculan de teorías políticas por miedo a que puedan alterar el orden esencial de las cosas. No hay novedad. Sólo reforma.

Al final de ese proceso hay un vacío político de una tipología muy particular. En 1946, Albert Camus lo diagnosticó por primera vez cuando en su revista Combat llamó la atención sobre el fin de la ideología (en aquel momento, el socialismo francés trataba de reconciliarse con el marxismo y su valores éticos, intentando convencerle para que desechara sus presupuestos revolucionarios. Era el principio del fin del radicalismo para una buena parte de la izquierda histórica). En EEUU, ese vacío está relacionado principalmente con su alergia al intelectualismo y al pensamiento filosófico, y creo que tal tradición ha ido marcando el destino para muchas generaciones. Paso a explicar mi hipótesis, donde integro una relación con los fundamentos con los que juega el preparacionismo o survivalist.

Desde los tiempos de resistencia al progresismo del New Deal y la irrupción de la Gran Inquisición anticomunista de los años 50, en EEUU se ha ido arrinconando la figura del intelectual hasta su casi completa extinción. La mayor parte de la opinión pública norteamericana y de sus instituciones considera que el intelecto es una fuente subversiva, sospechosa y desestabilizadora para el bienestar de la sociedad. John Dewey escribió una vez: "Cualquier pensador suele poner en peligro alguna porción del mundo aunque en apariencia sea estable, y el riesgo de hacerlo es la imposibilidad de garantizar lo que emergerá como sustitutivo". En esta conservadora afirmación puedo estar de acuerdo en un elemento: el intelectual siempre está moviéndose contra algo, ya sea contra la opresión, el fraude, la ilusión, el dogma o el interés egoísta, con el propósito de exponer las contradicciones, indignándose o ridiculizando.

Así, el intelecto se ha ido estigmatizando, negándole conexión alguna con la emoción. Enfrentado como opuesto al carácter y a la voluntad, tildado de blando, contrario a la práctica, inservible para la vida real. Y en su lugar se ha colocado a la inteligencia como destreza técnica para alcanzar el auténtico éxito material. El intelectual es ya un exiliado, destronado por la figura del experto y la superioridad de la ciencia aplicada. Este experto es el gerente del negocio, el técnico que resuelve problemas, que busca la practicidad y la utilidad, que sabe usar su inteligencia y sus habilidades manuales para dominar la naturaleza, y en todo momento no es percibido como una fuerza social sospechosa de independizarse, sino que es un medio de la sociedad para lograr maximizar el bien económico y el interés general. El experto se convierte en el mediador ideal tanto para los objetivos del empresario laico como del empresario evangélico (históricamente, el movimiento evangelista ha sido uno de los transmisores más eficaces del pensamiento anti-intelectual).

Por último, otra de las razones para explicar el casi extermino del ethos del intelectual norteamericano radica, tal y como apuntó Richard Hofstadter en 1962, en la apropiación del sistema educativo por sus perseguidores, quedando la Universidad también en manos de anti-intelectuales que postulan el fin de la filosofía y el reino de la utilidad que representa, por ejemplo, la unidad del conocimiento defendida ahora por Edward O.Wilson (Consilience).

En mitad de este caldo de cultivo, el individuo continúa improvisando, creando lazos sociales para sobreponerse a lo incontrolable y prevalecer frente al caos. Y es ahí donde surge el preparacionismo: entrena para preparar tu mente y tu cuerpo a sobrevivir ante un colapso o un desastre motivado por el ser humano o por la Naturaleza, aprendiendo a cazar, pescar, construir un búnker, acumular medicinas y kits de comida para sobrevivir 40 días al módico precio de 280 dólares y, por tanto, generando toda una industria millonaria que se moviliza para ayudarte a estar tranquilo y practicar el nuevo estilo de vida.

Si se observa todo el relato anterior, no es algo increíble su existencia. Quizás el asombro para un intelectual consistiría en percibir hasta qué punto la cultura descarrila en la construcción de relatos apocalípticos y redentores, con un sujeto hambriento de creencias, que continúa violentamente sin aceptar su propia mortalidad y el devenir de la Historia.

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Cúpula de la Bomba Atómica (Hiroshima). Foto: AGP.

Keith O'Brien, publicó en el New York Times un valioso artículo semanas antes de la matanza de Connecticut, tratando las motivaciones de los preparacionistas urbanos (con esta llamada no quiero decir en absoluto que una mayoría de preparacionistas estén a favor de la posesión de armas ni que tengan actitudes violentas hacia lo extraño y diferente). Lo sintomático es analizar el fondo de su mensaje y observar hasta dónde puede ser una cuestión de cultura y anarquía. El protagonista retratado por O'Brien, Ron Douglas, es un empresario que organiza congresos nacionales para seguidores del preparacionsimo. Se siente orgulloso de su elección, e incluso cita el principio de auto recuperación como guía personal, robado de la escuela trascendentalita norteamericana que lideró R. W. Emerson. Éste, en su concepción intelectual del mundo, se esforzó en empujar para que la élite más erudita de su época saliera a la calle para experimentar con ideas y transformar la sociedad.

De este modo, el emprendedor Douglas se siente a sí mismo no como un intelectual, pero sí como un hombre de acción, ya que concibe su estilo de vida como un modo de estar listo para emergencias reales, practicar una conducta financiera segura y responsable para evitar ser víctima de fraudes o de corralitos, y ser ecológico. Alguno se sentiría tentado de afirmar que es una vuelta post-industrial a la laguna Walden de David Thoreau. ¿Qué me llama la atención de esta "visión segura"? Principalmente, su huida del mundo, cegado por una ideología que no le permite pensar en una utopía real, en imaginar una radicalidad política para cambiar el estado de las cosas (no le interesa la democracia ni la revolución). La opción de Douglas no altera el poder establecido, pues se traslada a un espacio en el que no molesta, y en el camino hace un enorme gasto que es bueno para la economía. Simplemente es considerada como una tendencia neo, de manera que no hay una reacción intelectual, más allá de piezas de periodismo aisladas, que analice el fenómeno y se preocupe.

En mi opinión, el vacío que potencia la formación de este movimiento es un síntoma más del fin de la ideología entendida como el fin de la crítica radical (valorada como un bien común y no como un delito). No sería extraño que algunos socialistas, en su melancolía, puedan sentir el impulso de subirse al carro de Douglas e inscribirse a su congreso.