Qué igualdad nos quieren vender para España ¿La libertad es poder?

Qué igualdad nos quieren vender para España ¿La libertad es poder?

Tal y como ocurre con la gravedad, la idea de la igualdad se ha convertido para el ejercicio de la política actual en una ley del Universo: omnipresente y transversal, cruzando por todas las dimensiones ideológicas, a todos los agentes y tradiciones, aunque no sea exactamente lo mismo que el emisor que la argumente sea el Partido Popular o Ciudadanos, el PSOE o Podemos.

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Foto: ISTOCK

Todos los partidos políticos, viejos y nuevos, que desde ahora hasta el final de la década aspiran a ejercer el poder desde las instituciones españolas, que tendrán la responsabilidad de ordenar con sus decisiones cómo se debe distribuir la recaudación de nuestros impuestos, y de diseñar cuál debe ser la forma de avanzar económicamente para dejar atrás los obstáculos que impiden producir y repartir más riqueza "por" y "entre" un mayor porcentaje de la población, comparten, independientemente de la esencia ideológica que determina sus actos, el discurso de la igualdad.

Tal y como ocurre con la gravedad, la idea de la igualdad se ha convertido para el ejercicio de la política actual en una ley del Universo: omnipresente y transversal, cruzando por todas las dimensiones ideológicas, a todos los agentes y tradiciones, aunque no sea exactamente lo mismo que el emisor que la argumente sea el Partido Popular o Ciudadanos, el PSOE o Podemos, o incluso el FMI y el Partido Republicano estadounidense; lo cierto es que ya nadie se priva de dar sus propias premisas conceptuales y las recetas pragmáticas para alcanzar lo que para cada uno (es decir, para sus intereses particulares) debe representar el significado y el alcance de una sociedad más igualitaria o tendente a la igualdad, infiriendo de muchos de los modelos propuestos que existe una correlación auténtica entre un país que funciona bien y una presencia relativa (y pragmáticamente justa) de desigualdad entre sus ciudadanos.

El gradualismo interminable con el que se categoriza hoy en día la lista de efectos derivados de cualquier fenómeno de la realidad ha permitido que las ideas y los argumentos ensamblados por, a priori, grupos sociales con intereses de clase diferentes, estén compartiendo sesgos de interpretación acerca de por qué ocurre algo de una determinada manera, modificando discrecionalmente los significados de los resultados para encontrar un juicio valorativo poseedor de justicia que les coloque en una posición de superioridad ante cualquier tipo de fuerza opositora que bloquee sus objetivos.

Así es cómo los de un extremo y los del otro entran tan fácilmente en contradicciones ideológicas, incongruencias cognitivas y, lo más decisivo, terminan por transformar una situación colectiva sin comprender el fin, es decir, sin tomar conciencia de lo que traerá esa mutación al final del proceso histórico, prefiriendo, si resulta necesario, hacer uso del síndrome de la ignorancia motivada, para no tener que afrontar la responsabilidad causada por decisiones y prejuicios que traicionaban la verdad, pudiendo seguir construyendo nuevas esperanzas a la vez que renovando creencias basadas en metáforas con las que persuadir la voluntad del pueblo. En el trasfondo, se autoengañan para luego vender la identidad simulada de lo satisfactorio que resulta "el tener", elevado a la causa principal que posibilitará el goce de sentir que uno mismo es mucho más de lo que posee.

Mi intención es revisar una noción de la igualdad para fijar unos límites, clasificarla y así poder distinguir como la homogeneidad argumentativa de los discursos políticos que aluden a ella no solo no existe, sino que el cambio que conlleva partir de una premisa o de otra no exactamente igual tiene efectos bien contrarios. Luego, pasaré a exponer algunos de los ejemplos que nos rodean y que determinan la vida de nuestras familias. Por último, no podré dejar de citar las "enfermedades" que conlleva practicar la mentira y acoger la ignorancia tan amistosamente con tal de hacer prevalecer la fe en que unos siempre merecerán la "Ascensión" y otros no, fortaleciendo la mentalidad de la supervivencia individual como fundamento último del progreso civilizatorio.

No cabe duda de que en el desarrollo de la utopía democrática capitalista, la igualdad de oportunidades para garantizar la justicia y la igualdad para todos ha sido la que más intentos (y variabilidad de interpretaciones) ha tenido desde hace más de dos siglos. Su significado, como principio igualitario puro, yace sobre una lógica negativa, puesto que implica eliminar, erradicar, extinguir o destruir todos los obstáculos que afectan a unos, pero no a todos, en el acceso a las oportunidades de hacer algo, de tener algo, y de ser. Su objetivo es suprimir que, de partida, una parte disfrute de ventajas o privilegios con respecto al resto, que ya siendo mayoría ya siendo minoría, sufrirá las consecuencias económicas, sociales y de salud por tener ese menor grado de posibilidades.

En el desarrollo liberal de este precepto, se asume que no se puede consentir una restricción de oportunidades a través de leyes o prejuicios que nieguen a unas determinadas clases el acceso a unos derechos. Resulta evidente que aquí quedarían las acciones correctivas para sacar fuera de la ley a todas las discriminaciones por razón de raza, sexo o religión o cualquier desventaja física. Si prestamos atención a la sociedad estadounidense, tal desarrollo estaría representado formalmente por la Bill of Rights en su Constitución, y principalmente por las Enmiendas de la XIII a la XV, incorporadas a ella tras su guerra civil (para abolir la esclavitud y permitir el derecho a voto de los afroamericanos liberados). Es cierto que las crisis económicas del capitalismo y la influencia del comunismo durante el largo siglo XX permitieron que esta tradición, tan específica en sus objetivos, evolucionara socialmente, ampliando sus tesis para obliterar elementos de desigualdad social que sufrían aquellas personas que, por no tener condiciones económicas suficientes, quedaban prisioneras de unos trabajos mal remunerados en condiciones abusivas por el hecho de, entre otros factores de carácter histórico, cultural y político, estar desposeídos de aspiraciones, al carecer de una educación y una formación que les permitirá ascender en la estructura. La reacción de esta visión impulsó un consenso social para construir unos sistemas de educación y de salud que permitieran a los más desfavorecidos poder competir en mejores condiciones con los más "fuertes".

En la lógica de esta interpretación siempre hubo una rendición a los valores de la tradición aristotélica, en el sentido de separar el contexto social de la esencia del individuo, de modo que, aplicando procesos externos de higiene, fueran siempre el talento innato y el mérito objetivado los motores de desarrollo de cada persona. Una forma sencilla de clarificar cómo es la creencia colectiva que se ha formado entorno a esta noción de igualdad sería: "utiliza tu talento, trabaja duro, y toma las decisiones correctas para alcanzar tus objetivos, puesto que de retirar de tu camino al resto de obstáculos ya se encarga la sociedad, a través del Estado y las normas. El resultado depende de ti".

La implementación de esta interpretación del ideal ha conllevado el habitual choque de propuestas entre aquellos que disminuyen los procesos distributivos de riqueza para garantizar que los sistemas de educación y salud ofrezcan las mismas oportunidades y capacidades a todos ciudadanos sea cual sea su origen social, y los que defienden la obligación de una mayor inversión sobre ellos, denunciando su inevitable falta de efectividad como mecanismos igualitarios en el caso de que la distribución de los recursos no sea la suficiente. Por consiguiente, la graduación de cómo llevarlo a cabo y fijar los límites del bien común ha caracterizado el esfuerzo de diferenciación en los programas del bipartidismo nacional en España. Lo que significa, a mi juicio, que sus propuestas han sido concéntricas, girando siempre sobre el mismo eje de gravedad: la premisa liberal. Unos, tendiendo a estar cada vez más cercanos a ese núcleo originario y los otros alejándose algo más de él.

Pero existe otra posibilidad para interpretar la igualdad de oportunidades con una visión más transformadora de la estructura social. En su premisa, incorpora como fundamento la evidencia de que no todas las personas nacen en familias y entornos homogéneos, razón por la que el lugar de nacimiento y las condiciones innatas de cada recién nacido forman de por sí un factor de desigualdad e injusticia social en relación a lo que podrá llegar a ser su vida. Por ejemplo, el que nace en una familia económicamente desahogada, con muchos recursos acumulados y con un contexto cultural y político cultivado y democrático, aunque su talento natural sea estándar o incluso ligeramente por debajo del promedio, a priori tendrá un coeficiente bajo en este factor, mientras que para el caso de alguien que nazca con un talento natural sobresaliente pero en una familia con recursos económicos y culturales reducidos o escasos, y en un contexto político menos democrático, claramente tendrá un coeficiente mucho más grande que el primero. De igual manera, si los rangos de ese talento innato los llevamos en cada uno de los ejemplos a su extremo contrario, observaremos cómo se establece una correlación todavía mayor en cuanto a la injusta desigualdad de oportunidades que se provoca para el segundo caso.

Para esta concepción, la lógica para acabar con la desigualdad consiste en eliminar radicalmente cualquier desventaja que no haya sido elegida por el individuo. Tanto para Gerald A. Cohen como para Richard J. Arneson (dos de los más destacados intelectuales que, siendo de tradiciones diferentes, mejor han profundizado en esta visión de la injustica) la desigualdad de ingresos solo debe ser el reflejo de una elección consciente de cada persona siempre y cuando haya podido retener parte de su libertad en el momento de seleccionar su preferencia, en el sentido de si puede decidir trabajar más para consumir más (y no estar obligado a trabajar más para sobrevivir). De tal manera que el resultado de su elección sustanciaría su preferencia por esforzarse para obtener más ingresos y poder disfrutar de más ocio o bien optar por el resultado contrario (trabajar menos a cambio de consumir menos). Además, mediante la estructura necesaria para implantar esta interpretación igualitarista, las necesidades básicas quedarían cubiertas para todos los casos sea cual fuera la elección.

Una de las ramificaciones de esta tesis sostiene que nacer con talento en ningún caso puede llegar a ser una "maldición" en una sociedad con una estructura igualitarista de oportunidades para el bienestar, es decir, que esa característica excepcional provoque que esa persona tenga que sufrir mecanismos de freno para equilibrarte con el resto de personas con menor capacidad o rendimiento (de ser así, se estaría generando una situación de injusticia), de la misma manera que ese regalo o "bendición" de nacimiento tampoco debería de otorgar a esa persona una ventaja desmesurada para poder optar a muchas más oportunidades que el resto. En consecuencia, una persona con talento podrá optar por una preferencia determinada que le permita retener su libertad para dirigir su fuerza de trabajo allí donde considere, pero este tipo de preferencia no puede ser exigible a otra persona como una conducta que deba cultivarse si parte de una situación de partida inferior, puesto que el hecho de no hacerlo no deriva de una opción completamente libre para ella, sino que su decisión pudo estar condicionada por otros factores determinantes (factores a los que no ha tenido acceso o de los que ha estado privada desde el momento en que nació).

No obstante, el elemento más crítico y revelador por el que se desarticularía un sistema de igualdad como el expuesto anteriormente, surge de lo que Cohen ha denominado como "suerte en las opciones" de la economía de mercado. Es algo así como concebir al mercado como un enorme casino en el que haces apuestas todos los días, unas veces tienes suerte y otras, no. El azar es un factor importante pero no es el único que interviene. Lo que habría que constatar para un escenario dado es si cualquier persona que vive en él puede apostar (para lo que necesita haber accedido a una distribución de recursos), y si el retorno que puede obtener poseerá una correlación con la cantidad de recursos que haya decidido arriesgar, lo que ya sabemos que en la práctica histórica no sucede fácilmente (ya sea por la codicia, el contagio de la corrupción institucional o por la estructuración de procesos monopólicos). Ahora bien, la desigualdad empezaría a producirse de las siguientes maneras:

Primera, sucedería cuando no tuvieras recursos suficientes para apostar de un modo libre, es decir, no podrías satisfacer la preferencia que quieres elegir, lo que te fuerza a tomar una subopción (por carecer de conocimiento útil que otros sí acumulan).

Segunda, cuando las pérdidas que sufrirías por fallar la apuesta no son proporcionales, sino bastante mayores a lo que habrías apostado, lo que te dejará en una situación mucho más desventajosa que al comenzar.

Tercera, cuando siendo consciente de que tu preferencia final no fue tu primera opción, y que la penalización por perder iba a ser elevada, resultara que no podías dejar de apostar. Usted y yo podremos, quizás, no estar de acuerdo en que del casino es absolutamente imposible escapar, pero probablemente coincidamos, al menos, en que resulta muy difícil hacerlo. Al final, me cuestiono si la persona que obtiene altos rendimientos del mercado ¿acaso lo hace por una mezcla de suerte y esfuerzo invertido en saber elegir la mejor opción, o, por el contrario, es porque la apuesta que realiza, siendo inevitable, en realidad no le estaba obligando a arriesgar nada en ella? ¿Podría ser esta descripción una premisa probable para explicar cómo crece la brecha entre ricos y pobres en los países democráticos que aspiran a impulsar la igualdad?

La disyuntiva fundamental en el desarrollo de una sociedad igualitaria dentro del modelo capitalista es optar entre un modelo de igualdad de oportunidades o una rectilínea y robusta nivelación igualitarista. Optar por el primer camino supone, como cualquiera se puede imaginar, la interpretación más generalizada y despilfarrada que han hecho los partidos europeos, independientemente de si su filiación era más conservadora o más social. La opción implica que el individuo debe asumir una responsabilidad (mérito y demérito) como consecuencia de las decisiones voluntarias que le lleven a ganar o perder bienestar o recursos. Pero, absteniéndome de negar lo razonable de esta hipótesis,¿se puede afirmar sin ningún género de duda que el bien común se ha visto beneficiado por esta interpretación de lo que debe ser una sociedad basada en la igualdad?

El bien común es el vector que cohesiona el sentido de una comunidad justa. Los que forman parte de ella se supone que están dispuestos a ayudarse mutuamente, hay reconocido un interés por cuidar del prójimo, lo que impulsa a todas las personas a cooperar entre sí al margen de la economía de mercado. Es decir, a priori, nadie persigue activar un proceso de empatía utilitarista consistente, en último término, en prestar un servicio esperando que a largo plazo esa conducta (como otra forma de inversión) traiga un beneficio específico. Aquí, de lo que se trataría es de servir al otro por generosidad, esperando provocar una relación de amistad a largo plazo que forme parte de la normalidad del ecosistema social en el que cada uno se mueve, por lo que cada persona adquiere la tranquilidad que otorga el poder esperar la ayuda de cualquiera de los miembros de esa comunidad en el instante en el que necesite de su asistencia. La producción de valor de la comunidad reside en la confianza y en el intercambio de recursos para distribuir el bienestar, opuesta a la producción de valor de un mercado competitivo basado en la desigualdad de partida (no de resultado), equivalente a la acumulación egoísta, el aislamiento individual y el miedo. El efecto definitivo que provoca esta forma de producción de valor es que el individuo se preocupe únicamente de que a él le vayan bien las cosas, siendo indiferente a cómo le van al resto.

En paralelo, las personas tienden a ser codificadas como medios para alcanzar la propia autoprotección y mejorar el bienestar individual, y en la misma medida, como "cosas" amenazadoras para mantener la posición que uno ocupa en la estructura social. En este marco, la igualdad no solo no es factible, sino que puede llegar a sufrir una alteración en los significados literales e implicaciones morales que forman parte de su enunciado. No vamos a engañarnos sobre la motivación que en nuestros días tribula a la esencia de la conducta cooperativa, en el sentido de que obedece a un hábito útil para la adaptación: "coopero con los demás porque es la forma más perfecta y probable de alcanzar mis objetivos", pero (aquí reside su valor moral positivo) "adquiero la responsabilidad de prestarme a cooperar aun cuando hacerlo provoque que otros alcancen más beneficios que yo en un momento dado, del mismo modo que ellos estarán dispuestos a impulsarme para que yo obtenga más rendimiento que ellos en otra situación igual futura". Queda expuesto de modo efectivo un principio de reciprocidad, que es el peor explicado y el menos respetado por parte de la mayoría de los partidos políticos y los gobiernos.

A continuación, examinaré el caso de lo que está sucediendo en EEUU con la educación universitaria como inversión del estudiante para obtener un trabajo atractivo, ya que me servirá para explicitar las consecuencias de un modelo de desigualdad material donde el significado de la igualdad aplicada se ha desfigurado. Para empezar, el porcentaje de PIB invertido en la educación superior en los países de la OCDE ha pasado del 1,3% de 2000 al 1,6% del 2014. En el caso de EEUU, este índice se dispara hasta el 2,7%, acompañado por el hecho de que 19 de las 20 universidades cuyos artículos fueron más citados por el resto del mundo académico e investigadores en el ejercicio pasado fueron estadounidenses. Circunstancia que refleja dos elementos: el impacto internacional que logra el conocimiento que se produce en esas universidades, y el reclamo que provoca asistir a estas instituciones como instrumento para lograr capacidades con las que alcanzar el éxito. Ambos ejes han provocado otra circunstancia que caracteriza el funcionamiento de la economía de mercado: el precio de la matriculación ha crecido sin control según ha ido aumentando la demanda.

Así, el endeudamiento de los estudiantes estadounidenses para poder pagar sus matrículas ha crecido hasta aproximadamente 1 billón de euros. Aunque este endeudamiento todavía genera retorno, en torno al 15% cuando encuentran un puesto de trabajo, de lo que se deduce que todavía no es un mal negocio, la duda recae en hasta qué punto se está beneficiando al conjunto de la sociedad con esa asignación de recursos tan enorme. Descontando las apariencias bienintencionadas, el estudiante espera impresionar al empleador con el prestigio del grado o licenciatura que haya logrado obtener, pero resulta que el empleador discrimina la oferta para encontrar a los que le puedan ofrecer el grado más prestigioso y, por tanto, el más caro o escaso.

Esta realidad material es la que provoca que la educación superior, en relación al mundo del trabajo, continúe reproduciendo los mecanismos que propagan la desigualdad en vez de lo contrario. Hoy por hoy, el "proxy" o intermediario eficiente para demostrar la calidad de un título no es otro que el precio que cuesta obtenerlo. La institución con precios más caros resulta ser la más prestigiosa y armónicamente la que acumula más riqueza.

Así que la supuesta igualdad de oportunidades mediada por la concesión de créditos blandos, becas procedentes de organismos públicos y privados, y la proliferación de más universidades jóvenes para absorber la demanda, ha quedado supeditada a los mecanismos selectivos del mercado de trabajo. Si el trabajo comienza a ser escaso y las buenas remuneraciones pasan a ser todavía más escasas, la elección racional predilecta se dirigirá a correlacionar esa escasez con aquellos perfiles identificados también como recursos escasos. Aquí se puede reconocer nítidamente que se han reproducido los obstáculos para la igualdad de oportunidades y que no están siendo retirados por la sociedad, evidenciando que su organización interna desatiende la reciprocidad cooperativa. Es curioso, además, como la miopía hacia el valor que tiene el servicio a la comunidad está llevando al despilfarro de recursos y oportunidades de transformación social como ocurre con el uso del "talento" en espacios que no benefician al bien común, veámoslo:

Uno de cada cinco graduados en Harvard en 2014 optó por encarrilar su carrera hacia el mundo de las finanzas, convertido en la gran galería comercial para lograr las mejores retribuciones en el menor lapso de tiempo. A cambio, la sociedad adquiere grandes probabilidades de ir perdiendo capacidades que hubieran podido distribuir más riqueza para el conjunto, entre otras razones porque los perfiles profesionales supuestamente más talentosos dejaron de preocuparse por generar innovación, ni si quiera de hacerlo en el nivel de la tipología de bancos que se dedican a conceder créditos fundamentalmente a emprendedores e hipotecas a particulares. Su talento se empleará en gestionar las grandes fortunas, aprendiendo a diseñar nuevos productos financieros que sean atractivos para los inversores y los grandes "apostadores" globales.

En resumen, el riesgo para la sociedad surge porque los cerebros de estos jóvenes altamente cualificados quedan comprimidos en la búsqueda de rentas en vez de crear riqueza a escala colectiva, afinados como un instrumento eficiente para localizarla y extraerla de otros hacia sí mismos (y para sus empleadores). Una extracción de valor que no generará contribución a la productividad ni recompensa al resto de empresas o consumidores. Incluso, dicho de otra manera, se privará a la sociedad de que ese talento contribuya a la investigación y el desarrollo, la mejora de las prácticas de negocios, la capacitación de otros empleados, o la generación de bienes de capital adicionales.

Otra forma de intentar diluir la persistencia de la sociedad desigual es intentar confundir el debate público con el concepto de la movilidad social, señalándolo como el fin relevante al que se ha de dirigir el proceso de reforma política para lograr disimular la brecha entre ricos y pobres. En el discurso de una propuesta liberal convencional (como la que aparenta representar Ciudadanos), poner el foco en recuperar la desaceleración de los salarios como un problema crítico para la mayoría de la población, motivada no solo por la congelación salarial, sino porque el aumento retributivo no ha sido proporcional ni con el aumento de la productividad ni con los costes de acceso a determinados bienes, representan los frenos que están impidiendo que haya una ascensión social más pronunciada (partiendo de un supuesto doctrinal por el que un crecimiento de la productividad tiene el potencial de hacer más por la movilidad económica ascendente que redistribuir el dinero desde la parte superior que representa el 1% de los más ricos). La cuestión principal para este tipo de agenda es lograr que la noción de igualdad que se institucionalice consista en reconocer que, una vez la mayoría de las personas logran tener suficiente para sus necesidades diarias, se pueden tolerar las desigualdades que surgen por encima de un nivel mínimo de ingresos, siempre y cuando haya una protección para las clases más bajas y un montón de oportunidades para aquellos que son económicamente ambiciosos. Complementariamente, se generan procesos para producir más oportunidades y una mayor libertad para ganarse la vida, de modo que lo importante es dar con ideas para producir más riqueza en vez de redistribuir la que ya hay.

La asunción que termina de culminar esta visión de la realidad sobre que una proporción de desigualdad es completamente natural e incluso deseable porque los individuos tienen diferentes talentos, gustos y oportunidades, así que nunca podrán ser totalmente igualadas. Ante esta disposición argumental, un modelo realmente alternativo se centraría en articular un discurso inverso que estaría basado en términos:

(i)Asumir que las personas pueden ser lo suficientemente generosas y cooperativas como para transformar un modelo de desigualdad, más allá de colaborar por un tiempo limitado y en un contexto no competitivo, siempre y cuando haya reciprocidad.

(ii)Esa generosidad se alcanzaría de un modo negativo para el entorno vigente, en el sentido de que los incentivos admitidos responderían a cubrir las necesidades humanas y no a los estímulos de compra provocados por los incentivos monetarios.

(iii)Poner límites para que las personas acepten limitar la persecución del interés propio cuando implica consentir la codicia y legitimar el egoísmo como conductas ventajosas e irremediablemente necesarias.

Ante los diferentes procesos de elecciones en España de los próximos meses, una fórmula para distinguir nítidamente las preferencias de cada partido político, viejo o nuevo, será analizar si el cambio que reclaman y que asumen como pilar de su actividad responde a la visión de quienes quieren romper estructuras, creencias e ideas establecidas, y los que utilizarán el "cambio" para proteger sus privilegios o generar los suyos propios. Será necesario saber distinguir, sean cuales sean las siglas, si lo que se pretende es reformar para preservarse a sí mismos, o reformar para que los cambios permanezcan.

A mi parecer, ninguno de ellos posee un aura auténticamente diferente, ninguno de ellos está acompañado por la confianza de generar una experiencia no conocida, una en la que se transmita y se persiga implantar un profundo sentido del dar y del compartir, pero con un significado mucho más profundo que cualquier placer superficial y efímero por el trabajo bien hecho, y que iría más allá del tan arraigado alivio que supone escapar de la soledad y del aburrimiento de uno mismo, logrando descubrir la irrealidad que supone la ambición personal. Un aura, el que demando y que no parece aflorar por ningún lado, cuya satisfacción de Ser hundiría el esfuerzo individual en las raíces de la comunidad para disfrutar del objetivo común y del fin común. Esta premisa nunca podría ser escapar de sí mismo; es la realización de uno mismo.

¿A quiénes apela Ciudadanos? ¿A quiénes apela Podemos?

No puedo dejar pasar la oportunidad de recuperar lo que supuso el New Deal liderado por Franklin Roosevelt para el renacimiento del partido demócrata en EEUU. El logro de pasar de ser el partido de las minorías al partido de las mayorías, vino gracias a su compromiso con todos aquellos que en su país se sentían alienados y aislados por el modelo de producción cultural y económica, ya fueran empresarios, trabajadores, intelectuales, sureños, afroamericanos y judíos, ya fueran todos los grupos que se veían a sí mismos como idealistas. Aquel éxito social hiló con tino para abandonar la mentalidad mercantilista que solo se había esforzado por dar respuesta al reto de "¿funcionará para traer riqueza?", sustituyéndolo por otro bien distinto: "¿Funcionará para que deje de haber diferencias?

Los jóvenes líderes políticos de nuestro tiempo ni siquiera corren el riesgo de movilizar el voto inspirando a la ciudanía con la construcción de un futuro socialmente diferente de lo que hemos conocido o distinto de proyectos fallidos de los que hemos oído hablar. No aspiran a determinar la historia, sino que apelan al electorado encauzando todas sus insatisfacciones hacia un terreno que, en realidad, ya fue intensamente trillado y que, además, les prima caer en el olvido de prodigar la cultura imaginativa del servicio a la comunidad, conformándose con el simple ajuste de cuentas para abrir un espacio en el que poder recuperar lo que ellos mismos y sus potenciales seguidores sienten que les pertenece. Pero ni siquiera un modelo así funcionará óptimamente para alcanzar una sociedad menos desigualitaria, puesto que con ese entramado, tan aminorado de criterios transformadores, seguramente se producirán efectos no deseados que terminarán por anular los frutos del nuevo recorrido. Quizás, todavía les quede algo de tiempo para ensayar un modelo diferente con el que convencernos, aunque para ello tendrán que estar dispuestos a perder la oportunidad de formar parte de la aristocracia.

"Cuando los hombres actúan en corporación la libertad es poder. Las gentes prudentes antes de declararse en uno u otro sentido observan el uso que se hace del poder". Esta desconfiada y ultraconservadora opinión de Edmund Burke contra la Revolución Francesa, publicada en 1790, resulta ser todavía en nuestros días el fundamento del discurso que exhibirán todos aquellos que decidan seguir afanados en negar la factibilidad de cualquiera de las novedades que pretendan aportar los partidos emergentes. Pero lo que me preocupa es si en la sociedad (todos los que votaremos) existe la convicción de que "la libertad es poder" únicamente cuando la igualdad es la idea democrática de la que deben emanar el resto de derechos.

Llegados hasta aquí, espero haber aclarado en qué deberemos fijarnos como ciudadanos para estar seguros de cuál es el verdadero trasfondo que combustiona las motivaciones de todos los que aspiran a ser nuestros representantes.