A Lydia Cacho la quieren descontar

A Lydia Cacho la quieren descontar

No es invencible pero sí una mujer acostumbrada a sobrevivir y a luchar por su país y por los derechos de mujeres, niñas y niños abusados, apaleados, torturados allá donde los encuentre.

Esta película se titularía Los Demonios del Edén, como el libro de la periodista mexicana. Lydia Cacho no es invencible pero sí una mujer acostumbrada a sobrevivir y a luchar por su país y por los derechos de mujeres, niñas y niños abusados, apaleados, torturados allá donde los encuentre.

Corría el año 2007. Yo descansaba tras una clase magistral sobre "El arte de dialogar" en la cama de un apartamento para profesores en la Universidad de Puebla (México) situada en Cholula, al pie del Popocatepetl, uno de los pueblos más mágicos que haya podido conocer, y conozco muchos. En la televisión Carmen Arístegui hacía una entrevista a una mujer morena y fuerte cuyo carisma me impidió seguir con el zapping. Había publicado un libro: Los demonios del Edén, en el que denunciaba a empresarios y políticos que practicaban la pederastia en México. Por tal osadía fue castigada con un "secuestro legal" orquestado por un empresario y permitido por un gobernador para torturarla física y psíquicamente. Yo que soy peliculera, presumo que también pretendían descontarla pero la jugada no pudo tener el final planeado. El hombre que les proveía a las niñas había sido detenido en EE UU y su caso revisado. Las aguas ponzoñosas del mal se revolvían a la par que ella se empeñaba en llevar al más alto tribunal mexicano a los responsables de su secuestro.

Mi teléfono sonó. La voz de una amiga me preguntaba "¿Has terminado ya tu clase? ¿Puedes venirte al DF?" "Claro", decía yo. "Pasan a recogerte". "¿Ahora?" "Sí", me respondió, "Es urgente. Te tengo una propuesta".

Algunas horas después estaba sentada frente a Lydia Cacho que me recibía con los brazos extendidos y una sonrisa tranquilizadora. El encuentro tenía lugar en una casa parecida a un búnker, con una furgoneta blindada en la puerta y cámaras en la entrada. "¿Quieres un poco de pastel?" Me preguntaron. Momentos después habían terminado de contarme una de las historias de lucha y terror más estremecedoras que jamás había escuchado. "¿Y para cuándo quieren tener el guión?" Pregunté y al escuchar la respuesta decidí comerme lo que quedaba del pastel porque ya no iba a tener ni tiempo para comer en meses.

Esa noche leí informes, el libro editado y el borrador de otro (Memoria de una Infamia), documentación de abusos a niñas, borradores. Una noche en vela con la más grande de las ignominias a un palmo de mi nariz. En las primeras horas de la mañana esperaban una respuesta por mi parte y el dolor me tenía sobrecogida. Llamé a mi madre por teléfono desde el DF: "Mamá me han ofrecido escribir un guión sobre el trabajo y la lucha de una mujer". "¿Y te gusta?" "Me preguntó. Sí, pero es doloroso". "Tu ya has escrito historias muy tristes", me dijo. "Pero esta vez además de triste puede ser peligroso". Hubo un eterno silencio de segundos. "Y me da miedo, mamá". "Hija", me dijo con mucha serenidad, "si dejas de hacer algo porque te da miedo no te lo vas a perdonar en la vida". Algunas horas después Lydia y yo nos fundíamos en un abrazo de bienvenida a esa dimensión en la que una hubiera preferido no estar nunca pero que una vez has entrado ya no puedes abandonarla jamás. Lágrimas y risas desde entonces, han recorrido cada uno de nuestros abrazos. Junto a ella pude ver y vivir las amenazas que recibía, por estar junto a ella comencé a recibir silenciosas llamadas durante el día y la noche y tuve que acostumbrarme a protegerme. Como ella aprendí a estar en los lugares sin aparentemente haber llegado, a ocultar mis citas, mis presencias. Algunas gentes me dijeron que todo era una estrategia de "esa periodista" para vender libros y estar continuamente en el candelero. No me lo pareció. La soledad del guerrero no es una manera confortable de vivir. La amenaza continua y real no es un camino a la fama. Yo misma desarrollé una paranoia que me llevó hasta la consulta de una psicóloga: "No es paranoia, es realidad", me dijo. Me levanté y me fui. Necesitaba escuchar que era todo una pesadilla. Perdí algunas amigas que jamás entendieron lo que ocurría. Mi madre callaba y me veía atender al teléfono sin responder a la llamada día tras día. El discriminador de llamadas fue una grata solución.

Han pasado muchos años y las amenazas a Lydia Cacho han continuado, al igual que esos hombres que ella denunció continúan en la cúpula del poder, gobierne quien gobierne. El verano pasado llegó otra de esas amenazas a través de la Fundación Lydia Cacho, a la que pertenezco. Ahora veo claro que lo que pretendían con aquella amenaza no era amedrentar sino tejer sofisticados hilos de seguimiento por internet para destapar su cadena de seguridad. Ha pasado apenas un año y la uña mugrienta de la amenaza ha vuelto a sonar y Lydia por fin deja que la protejan poniéndose a salvo para regresar más fuerte. Porque regresará.

Aquel guión que ya ha sido reescrito por más manos por su dificultad será una incómoda verdad, por eso algunos de los implicados en la red de pederastia luchan para que no sea película.

Gracias a Lydia Cacho he aprendido a diferenciar lo que es importante en la vida de lo que no lo es. Y por eso la quiero como a una hermana de vida aunque no lo sea de sangre.

Solo quiero añadir una cosa más. Un niño o una niña nunca, y cuando digo nunca estoy diciendo NUNCA, quiere hacer sexo con un hombre adulto. Siempre, SIEMPRE, este acto es una violación. Una violación que rompe a la niña y niño para siempre jamás, porque los genes de la supervivencia de la especie nos han enseñado durante siglos que los adultos cuidan y protegen a los niños para que a su vez lleguen a ser adultos que continúen protegiendo a la especie. Cuando una niña o un niño es abusado se rompe esa cadena de protección. UNA VIOLACIÓN A UN MENOR ES UNA VIOLACIÓN A TODA LA SOCIEDAD.

www.fundacionlydiacacho.org