Mi patria, la igualdad

Mi patria, la igualdad

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Cuando llegó la crisis económica de 2010 nos parecía, con ingenuidad, que el mundo aunque con problemas graves, no estaba del todo mal. Pero a partir de entonces, se nos empezó a hundir todo lo que creíamos solido; sin orden cronológico, recordamos el Brexit, referéndum convocado por un Primer Ministro inglés con afán de afianzarse políticamente, contribuyendo al desastre europeo y al de un gran país, el Reino Unido; después, Francia, el referente de la libertad y la igualdad, tras sufrir brutales atentados yihadistas, acaba con el partido socialista gobernante y le sucede otro, nacido de la nada, que no sabemos bien a donde llevará a franceses y europeos. Merkel no logra formar gobierno en Alemania. La socialdemocracia se hunde en Europa sin que sea fácil percibir su renacimiento, excepción hecha de nuestro querido Portugal, que va ganando posiciones en los organismos internacionales, algo de lo que nos felicitamos los/as progresistas.

Mientras, nacen y crecen los populismos, de todas las naturalezas, con un peligroso componente de extrema derecha, que nos estremece, al recordar aquel terrible nacionalsocialismo que desembocó en la Segunda Guerra Mundial y casi en la destrucción de Europa. Populismos y nacionalismos, acompañados de un crecimiento pavoroso de las desigualdades, pobreza y desesperación de cada vez mayor número de personas.

Patrias, banderas, religiones, todas muy loables, siempre que sirvan para respetarnos y no para enfrentarnos.

Y para colmo, gana las elecciones norteamericana un personaje siniestro, un millonario, abusador de mujeres, que proclamó aquello de "América first", (América, lo primero) que, desde entonces, se ha convertido en una "plaga" política. Todos y todas queremos que "lo nuestro" sea lo primero, y así han vuelto a florecer con brío, banderas, patrias y religiones en cuyo nombre nos peleamos, si es preciso, hasta la muerte. La irracionalidad se ha instalado en nuestras vidas y aquí andamos a "banderazo" limpio, unos contra otros, sin saber a dónde llegaremos; en nombre de la patria, de las banderas y de las religiones, la humanidad se ha destrozado durante siglos y parece que seguimos empeñados en ello. Patrias, banderas, religiones, todas muy loables, siempre que sirvan para respetarnos y no para enfrentarnos.

"Si se busca en qué consiste el bien más preciado de todos, y que ha de ser objeto de toda legislación, se encontrará que todo se reduce a dos cuestiones principales: la libertad y la igualdad, sin la cual la libertad no puede existir", escribió Rousseau en "El contrato social" en 1762; lástima que olvidara que la mitad de la humanidad éramos las mujeres y nos relegará al mundo privado, ese en el que el patriarcado nos encerró y del que llevamos siglos peleando por salir.

Sin igualdad no hay libertad y la primera de todas las desigualdades es la que afecta a las mujeres.

Sin igualdad no hay libertad y la primera de todas las desigualdades es la que afecta a las mujeres. La igualdad o es real o no es igualdad. Antón Costas afirma que "la desigualdad asesina la democracia". Ni patrias, ni banderas ni religiones: igualdad y libertad, siempre necesarias, hasta para poder elegir patria, bandera y religión. El sentido de pertenencia no se impone, se elige, y solo se puede hacer si somos libres e iguales.

El orden constitucional es el orden de la igualdad y de la libertad, y aunque la formulación del objetivo es sencilla, su realización resulta muy difícil. El orden constitucional es el orden de la igualdad y de la libertad de las personas, tanto en sus relaciones privadas, como en sus relaciones públicas; de la combinación de ambos resulta la ordenación de los poderes del Estado.

Hoy las mujeres no estamos como sujetos políticos en la Constitución, ni, por tanto, como ciudadanas de pleno derecho (Octavio Salazar)

La igualdad, reitero, es la premisa de todos los derechos y la que hace posible su ejercicio efectivo. El artículo 1,1 de nuestra Constitución consagra la libertad, la justicia y la igualdad como valores superiores de su ordenamiento jurídico, y la igualdad ha de ser paritaria para que lo sea de verdad.

El principio de igualdad es un principio de no discriminación. La enumeración contenida en el el art. 14 de la Constitución no es una enumeración cerrada, sino indicativa; es un principio limitador de la actividad de los poderes públicos y también un principio promotor de dicha actividad, por eso, el art, 9,2, obliga a los poderes públicos a remover los obstáculos que la impidan.

En la patria nos nacen, la bandera nos la dan y la religión la elegimos si somos libres e iguales. Hoy las mujeres no estamos como sujetos políticos en la Constitución, ni, por tanto, como ciudadanas de pleno derecho (Octavio Salazar). La imprescindible reforma de la Constitución necesita reconocer tanto la diversidad como la igualdad entre hombres y mujeres y también entre territorios. Necesitamos que los hombres cojan con fuerza la bandera de la igualdad. Así será nuestra patria.

Este artículo se publicó originalmente en Diario de Sevilla

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