'Frances Ha' o la explosión del amor sin sexo

'Frances Ha' o la explosión del amor sin sexo

Lo que quiero destacar de esta película es el retrato de la amistad, que también se idealiza, como toda relación de pareja. No recuerdo ningún largometraje en el que se exprese tan bien ese amor del compañero de viaje que recorre nuestro mismo camino sin la tensión violenta de las feromonas.

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Noah Baumbach (Brooklyn, 1969) coguionista de muchas películas -entre ellas La vida acuática, junto a Wes Anderson-, y director de siete largometrajes entre los que se encuentran Margot y la boda o Greenberg, acaba de presentar junto a su pareja Greta Gerwig, una cinta imperdible, maravillosa y sobre todo dulcemente desmitificadora: Frances Ha. Como Woody Allen con Diane Keaton, Baumbach elige a Gerwig (Days and weekends, A Roma con amor) para ser su musa en la vida real y en la ficción.

La película está escrita por los dos y lo que más nos hace vibrar es la naturalidad de los personajes, tan reales que permiten la catarsis que en otras películas resulta imposible. Viajamos a un New York actual pero en blanco y negro, que sabe a Truffaut, a Godard, pero también a Jim Jarmusch; que mezcla lo sublime de los clásicos con lo mejor del cine independiente, con un ritmo trepidante, el de Frances, la protagonista, una bailarina de veintisiete años que dista mucho de ser un prototipo pero que a partir de ahora creará tendencia. Torpe, inocente, hermosa sin pretenderlo, con esa pureza ya casi extinguida de la que no tiene miedo al ridículo, de la que sólo tiene miedo a perder lo que ama.

Pero lo que quiero destacar de esta película es el retrato de la amistad, que también se idealiza, como toda relación de pareja. Hasta ahora no recuerdo ningún largometraje en el que se exprese tan sumamente bien ese amor sin sexo que nos colma; la del compañero de viaje incondicional, que recorre nuestro mismo camino sin la tensión violenta de las feromonas, que todo lo enturbian.

Frances Ha comienza mostrándonos la felicidad (sí, la felicidad es eso, así de fácil) de dos amigas (escritora-bailarina) que viven juntas, y que juntas cocinan, fuman, duermen, ven películas, viajan, ríen e inventan posibles futuros en los que siempre están juntas. Nos empapamos de ese contacto constante, de esa complicidad que nadie más alcanza (ni los mejores amantes) y contemplamos cómo todo se rompe cuando una de ellas decide mudarse al piso de sus sueños en Tribeca, completamente fuera del presupuesto de la otra.

Frances sufre la distancia cada vez más acentuada de su mejor amiga, que comienza a salir con un chico, y experimenta la pérdida con el mismo dolor que si le amputaran un brazo. Así, desmembrada, intenta seguir su camino pero todo empieza a desmoronarse rápidamente una vez destruida la relación que tenía por pilar; esa relación limpia en la que todo cabía, sin postureos, sin escondites, donde se podía hablar abiertamente de cualquier cosa sintiéndose verdaderamente libre. La ausencia de la amiga pesa más que el fracaso en las relaciones con novios y amantes, que durante la juventud siempre se atisban como algo muy probablemente pasajero.

Le sobreviene entonces el vacío existencial que se produce cuando se consume una etapa. Uno cree que la amistad está a salvo de la vida y del drama, que durará siempre; no se concibe el rechazo, ni el abandono, ni la traición. La amistad está libre de miedo y de ahí lo exuberante de su belleza, ese enamoramiento súbito, largo, inigualable, limpio. Sin miedo, uno se muestra entero, sin reparos; se elige al amigo porque en él vemos reflejada nuestra mejor imagen, la parte de nosotros que nos gusta. Y sin embargo, en algún momento de nuestras vidas todos sufrimos esa profundísima decepción que produce el comprender que el amor del amigo también caduca, que se transforma, que se mitiga, y que debemos, como todo, dejarlo ir, con todo lo que eso implica: dar un paso hacia el mundo adulto.

La película nos recuerda ese momento exacto en el que uno trata de mantener el equilibrio, durante ese alejamiento paulatino dolorosísimo en el que sabemos ya que estamos al borde del cambio, para el que hemos de estar preparados, pero que aún estamos asumiéndolo, con ese vértigo que produce la incertidumbre. En Frances Ha recorremos ese tramo de la vida de la protagonista, cuando la confusión arde y se expande de forma incendiaria; la seguimos de cerca, espiando cómo vive en pleno caos, tratando de ser artista y sobrevivir en una de las ciudades más competitivas de la tierra, en el centro mismo del mundo, compartiendo piso con dos chicos, muy a lo Jules y Jim -Adam Deriver (conocido por su papel como exnovio de Hanna en Girls) es uno de ellos-; luchando contra lo obstáculos.

Frances no finge, se equivoca una y otra vez, pero asume las derrotas sin intensificarlas y continua construyendo su camino, fiel a sí misma. Esta película, con David Bowie cantando Modern Love de fondo, predica que también es hermoso el correr sin rumbo y el no saber; defiende la frescura del impulso, clama el amor a la autenticidad, enciende una luz hacia lo que viene después.