Referéndum constitucional en Italia: ¿qué está en juego?
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Referéndum constitucional en Italia: ¿qué está en juego?

Lo que está en juego en el referéndum de hoy tiene que ver, sobre todo, con la manera de entender la democracia en Italia. No se vota por un partido, ni por un líder, ni para determinar el posicionamiento de Italia en el sistema europeo y mundial, se vota para elegir entre dos visiones distintas de democracia parlamentaria y entre dos posibles métodos de funcionamiento de las instituciones.

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Foto: EFE

En la mayoría de los medios de comunicación internacionales, el referéndum constitucional en Italia aparece como una especie de lucha entre el populismo y las instituciones, donde se define de alguna manera el futuro político del primer ministro Matteo Renzi. ¿Premiaran los italianos el intento reformador de Renzi o preferirán la oposición radical al sistema del Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo?

En realidad, lo que está en juego es algo más profundo que tiene que ver sobre todo con la manera de entender la democracia en Italia. No se vota por un partido, ni por un líder, ni para determinar el posicionamiento de Italia en el sistema europeo y mundial, se vota para elegir entre dos visiones distintas de democracia parlamentaria y entre dos posibles métodos de funcionamiento de las instituciones.

La actual Constitución, la que se plantea enmendar, fue hija de un acuerdo político que se materializó al final de la Segunda Guerra Mundial. Dos importantes contingencias históricas tuvieron un papel fundamental en ese momento. Por un lado, el recuerdo vivo de la dictadura fascista llevó a las fuerzas políticas a buscar un sistema constitucional capaz de limitar cuanto más posible el poder del ejecutivo. Y por el otro, el inicio de la Guerra Fría minó irreparablemente la relación entre las dos principales fuerzas políticas que participaban a la Asamblea Constituyente, los comunistas y los democristianos. Lo que había que evitar a toda costa era un sistema democrático competitivo en el cual una parte política (la que fuera) pudiese gobernar de manera autónoma.

La desconfianza recíproca y el temor de un retorno de la dictadura determinaron la elección de una democracia de tipo consociativo, basada en la necesidad de acuerdos entre muchas fuerzas políticas y en una posición de relativa debilidad del Gobierno frente al Parlamento. Dicho objetivo fue alcanzado a través de la creación de un sistema institucional complejo, el llamado bicameralismo "perfecto", que estableció la existencia de dos Cámaras con idénticos poderes y funciones. En este esquema, el Gobierno se ve obligado a duplicar sus esfuerzos, tanto para obtener la confianza del Parlamento como para implementar su programa. Para entrar en vigor, toda ley debe ser aprobada por las dos Cámaras de forma idéntica. Gracias a este sistema y a la adopción de una ley electoral fuertemente proporcional, los partidos más pequeños consiguieron un desproporcionado poder de veto sobre la actividad legislativa y la formación de los gobiernos.

El temor que une a un tan amplio número de fuerzas políticas es que si se aprobase la reforma, el Partido Democrático de Renzi podría postularse para gobernar en solitario.

A partir de los años ochenta, con el fin de la Guerra Fría, empezaron los primeros debates para reformar la Constitución e intentar desmontar al bicameralismo perfecto. Pero pese a que el alto precio de un sistema ineficiente que favorece la inestabilidad política haya sido evidente para todos, uno tras otro los intentos de modificación han ido fracasando. El último, propuesto en el 2006 por el Gobierno de Silvio Berlusconi, fue rechazado en referéndum por el 61% de los electores. En ese caso, inquietaba el exceso de poder que la reforma otorgaba al presidente del Gobierno y el hecho que hubiese sido solo la mayoría de centro-derecha la que aprobara el nuevo texto.

Analizando los antecedentes históricos, es más fácil entender lo que está en juego en Italia este próximo domingo. Una vez más, el pueblo será llamado a pronunciarse sobre una reforma que intenta modificar el funcionamiento del sistema político, en este caso, auspiciada por el líder de centro-izquierda Matteo Renzi. A pesar de que la reforma haya sido aprobada gracias a un acuerdo entre el Gobierno y una parte de la oposición, el país está dividido. A un lado de la barricada, un heterogéneo frente del NO que incluye a la izquierda radical, a Berlusconi, a la derecha radical de la Liga Norte y al Movimiento 5 Estrellas objeta que un sistema mayoritario no es lo que están pidiendo los italianos. El temor que une a un tan amplio número de fuerzas políticas es que si se aprobase la reforma, el Partido Democrático de Renzi podría postularse para gobernar en solitario. Vuelve ese miedo recurrente en la política italiana a la posibilidad de que una parte pueda gobernar de manera autónoma. Por eso, no sorprende que también una minoría del partido del mismo Renzi sugiera votar NO. Para ellos, la reforma podría preparar el campo para un Gobierno mayoritario de Beppe Grillo. Del otro lado de la barricada, los del SI defienden que la historia hoy es diferente, que el país está suficientemente preparado para que se pueda construir un sistema en el que el Ejecutivo pueda disfrutar de mayor estabilidad y capacidad de acción.

Detrás de la espesa nube de polvo levantada por los histerismos de una campaña electoral extenuante, la decisión para Italia es más bien simple, pero de profundo calado. La disyuntiva no es entre Renzi o Grillo o entre un modelo económico u otro. La elección es entre una democracia competitiva, basada en una más clara asignación de deberes y responsabilidades entre Gobierno y oposición, o seguir con la democracia consociativa de siempre. Para Italia, a partir del próximo lunes, podría ser o más de lo mismo o el comienzo de un ciclo político inédito.