El dado escarlata

El dado escarlata

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La peligrosa manía de convertir a los jugadores de rol en chivos expiatorios.

La ballena azul

Ha vuelto a ocurrir. Los periodistas, principales generadores de opinión pública, han vuelto a convertir en cabezas de turco a los jugadores de rol. Ahora se les relaciona con la ballena azul, un peligroso juego con desafíos tan absurdos como hacerse cortes en los brazos cuya última prueba es el suicidio (afortunadamente, todo villano tiene su némesis; ya han inventado la ballena rosa para contrarrestar a la azul). Con lo fácil que era, puestos a hacer asociaciones sin fundamento, mencionar la novela o la películaNerve.

Alguna nefanda noticia de prensa indica en el subtítulo que la ballena azul es similar a un juego de rol, pero el cuerpo de la noticia ni siquiera explica en qué consiste un juego de rol. Es de primero de periodismo explicar el titular, el subtítulo y el antetítulo de las noticias.

El animal que juega

En los años noventa, jugar a rol era casi sinónimo de ir matando a gente en las paradas de autobús. Las katanas se asociaban al rol y no a las artes marciales; el Final Fantasy VII se asociaba al rol y no a las consolas. El rol servía como cajón de sastre para hablar de algo cuando no se tenía ni puta idea de la cuestión. Todo era un juego de rol: un juego de cartas, un juego de figuritas (wargame), un juego de mesa, etcétera. Es como decir que el fútbol y el baloncesto son lo mismo porque los dos deportes usan pelotas. Menos mal que Pérez-Reverte escribió con sensatez para defender la noble causa del homo ludens, el animal que juega.

Visto en perspectiva, películas como El corazón del guerrero o Nadie conoce a nadie hicieron más mal que bien. El cine y la televisión estereotiparon el rol como un puente hacia el crimen, a excepción de la serie Stranger things, que ha devuelto a estos juegos parte de su dignidad. Dejando al margen la cultura popular, algunos periodistas deberían beber menos para cubrir mejor este tipo de noticias blandas.

Los juegos de rol no son espectros, sino centauros moribundos, híbridos a caballo entre el teatro y la ficción narrativa.

Roltopía

Si quieren vivir tranquilos, les sugiero la solución que imaginó Nathaniel Hawthorne en su célebre novela La letra escarlata: condenen a los jugadores de rol a llevar el dibujo de un dado escarlata bordado en el pecho. No una A de adúltera, sino una D de dado (dice, en inglés) para sugerir displacer, demencia, desorden, derrota, drogas, demonios o diablos. Los roleros usan dados en sus macabros juegos para invocar a los cuatro jinetes del Apocalipsis: la Fantasía, la Imaginación, la Narrativa y el Teatro. Lo mejor es que caminen por las calles bien identificados, que muestren al mundo el dado como marca de su vergüenza. Esa es la distopía puritana que los Realistas quieren imponer a los Oníricos y a todo aquel que se rebaje al impío mundo del juego colaborativo.

Una roltopía, por así decirlo.

El centauro púrpura

Los roleros han intentado defender estos juegos argumentando que se usan en terapias y en la escuela como ejercicio de desinhibición.

Amigos roleros, por una vez no estoy de acuerdo con vosotros: el rol lúdico es muy superior al que supuestamente ponen en práctica algunos psicólogos. Y lo mismo se puede decir en el ámbito educativo. El Classcraft, por ejemplo, es un intento de llevar los juegos de rol a las aulas. Sin ánimo de desmerecer este servicio, cualquier juego de rol (de los de toda la vida: hoja de personaje, dados, papel y lápiz) es infinitamente más imaginativo que esa aplicación educativa. Que no insulten el orgullo rolero. La comparación es tan hiriente como afirmar que las novelas de Sandra Barneda o Mónica Carrillo son tan buenas como las obras de Jane Austen.

¿Quieren culpables? Pues busquen fantasmas en otra parte. Los juegos de rol no son espectros, sino centauros moribundos, híbridos a caballo entre el teatro y la ficción narrativa. Su estigmatización es un ataque por la retaguardia a estas artes y un asedio injustificado a una forma minoritaria, pero saludable, de socialización. ¿De veras quieren culpables? Busquen entonces a los poderosos que controlan nuestra imaginación (los numerosos opios del pueblo) y no a quienes llevan varias generaciones resistiendo a esa hegemonía en los confines de la fantasía.

Mientras tanto, aquí me tienen, henchido de orgullo y con un dado escarlata bordado en el pecho como testimonio de aquellos juegos de antaño que me hicieron soñar con que los buenos nunca serían confundidos con los malos.

¡El rol no ha muerto, larga vida al rol!