Hipointeligencia

Hipointeligencia

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No son mentes brillantes todo lo que reluce ni conspiraciones todo lo que apesta.

Superinteligentes

Uno de mis profesores de doctorado, muy clarividente, dijo que hay dos formas de entender el orden social: desde una superinteligencia que lo administra y planifica todo o desde una hipointeligencia que produce efectos a partir de una gestión defectuosa o inexistente de la realidad social. El 11-S, por ejemplo, podría ser una operación perfecta de autosabotaje, la gran operación de bandera falsa del nuevo siglo, o simplemente una cadena de acontecimientos que se deben a la torpeza, la imprevisión, la relajación de la seguridad e infinidad de factores que crean una gran complejidad causal que no se puede someter a un "diseño inteligente".

Las teorías conspirativas desempeñan una función clara dentro del combate que se libra en la opinión pública. El conspiranoico formulará una explicación atractiva basada en una red de datos difícilmente contrastables que exacerba el (sano) escepticismo; la versión oficial sería una parodia que revela nuestra inocencia, máxime cuando siempre se vislumbra el conjunto de fuerzas ocultas que movería los hilos del mundo. Las teorías de la conspiración son una macronarrativa alucinada del orden político y un deterioro permanente de nuestro derecho a estar informados, pero la idea pretenciosa de una superinteligencia atraviesa muchos otros órdenes. En el ámbito burocrático, económico, médico o educativo, todo estaría bien planeado, administrado, controlado y repasado. Nada escaparía al plan maestro del Supervigilante a quien nadie vigila. En este sentido, las instituciones no se podrían mejorar porque un ente hipercualificado ya lo intentó sin éxito. Esta superinteligencia se convierte en una "sociodicea", en una justificación de la estructura social vigente.

Visto así, la superinteligencia es muy lista si lo que pretende es que nada cambie.

Mediointeligentes

El mundo real es más mundano y hay pruebas apabullantes de que las cosas son, a veces, como parece que son (¡Hasta los psicoanalistas aceptarían esa afirmación!). Los defensores de la suprainteligencia creen que el principio de la navaja de Ockham siempre está equivocado. Los defensores de una hipointeligencia piensan que a veces la explicación más sencilla tiene sentido, sin que eso implique ninguna certeza absoluta.

En realidad, el meollo de este artículo se podría resumir en el principio de Hanlon: "Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez". El conspiranoico superinteligente respondería así: "Lo que atribuyes a la estupidez te lo han hecho creer los conspiradores que están detrás de todo".

Hipointeligentes

La vida contemporánea es harto compleja y nadie tiene una visión total de la realidad, de ahí que tengamos la tentación constante de buscar una "gramática del mundo", una explicación holística que ponga rumbo a nuestros desnortados sentidos.

El mago de Oz no existe, es solo un pequeño estafador que quiere confundirnos. Detrás de esa superinteligencia del mago hay una inteligencia limitada que cosecha algunos éxitos, aunque siempre podremos delirar y afirmar que detrás del estafador hay un mago superinteligente que nos ha hecho creer que no existe tal mago. Y así hasta que todos terminemos siendo hipointeligentes o encefalogramas planos... del puro hartazgo producido por quienes siempre cuestionan la realidad, por cristalina que esta sea.

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MOSTRAR BIOGRAFíA

Andrés Lomeña Cantos (Málaga, 1982) es licenciado en Periodismo y en Teoría de la Literatura. Es también doctor en Sociología y forma parte de Common Action Forum. Ha publicado 'Empacho Intelectual' (2008), 'Alienación Animal' (2010), 'Crónicas del Ciberespacio' (2013), 'En los Confines de la Fantasía' (2015), 'Ficcionología' (2016), 'El Periodista de Partículas' (2017), 'Filosofía a Sorbos' (2020), 'Filosofía en rebanadas' (2022) y 'Podio' (2022).