Los exámenes

Los exámenes

Getty Images

Cuando las evaluaciones y las pruebas se convierten en una forma de tortura.

Examinando a Sócrates.

Sócrates afirmó que una vida sin examen no merece la pena ser vivida. No estaba siendo literal, pero imaginemos por un momento que se refería a la idea actual de examen. Habría que reprobarle: "Una vida sin exámenes merece la pena ser probada". Esta contestación conserva la paradoja que tanto gustaba a aquel que solo sabía que no sabía nada; "probar" una vida sin exámenes sería evaluar un mundo sin exámenes, testear una sociedad sin evaluaciones ni pruebas. ¿Es eso posible? Lo dudo. Tampoco imaginamos una sociedad sin guerras ni víctimas, pero no por ello renunciamos a un cierto "principio esperanza".

El pensador esloveno Slavoj Zizek suele decir que podemos llegar a imaginar mil formas de destrucción del planeta, pero no somos capaces de vislumbrar una sola alternativa coherente y perdurable al capitalismo. En la sociedad de la prueba ocurre igual: muchos exámenes (escolares, de oposición, del carné de conducir, etcétera) son bastante inútiles (o perjudiciales, si la vigilancia y el control excesivos afectan a la concentración del individuo) y aun así nos sentimos incapaces de imaginar un mundo sin ellos.

Todo es una prueba, un test: las evaluaciones psiquiátricas, las pruebas de amor, los experimentos científicos, el testeo de productos...

La filósofa estadounidenseAvital Ronell ha aprobado con nota al estudiar esta cuestión en su libro Pulsión de prueba: la filosofía puesta a examen. Esa pulsión sería un rasgo definitorio de la modernidad. La pulsión de prueba está detrás de nuestros mayores logros y también es la clave de nuestra crisis existencial. Todo es una prueba, un test: las evaluaciones psiquiátricas, las pruebas de amor, los experimentos científicos, el testeo de productos, etcétera. La obsesión cuantificadora y la paranoia por objetivizarlo todo se han convertido en una gota malaya. ¿Qué son el diluvio universal y el día del juicio final? Las consecuencias de dos suspensos: estábamos sometidos a examen y fracasamos estrepitosamente.

El espíritu de la prueba ha ido cambiando con el paso del tiempo y hemos llegado a situaciones kafkianas: la burocracia es un ejemplo habitual de cómo algunos sistemas de control y procesos evaluadores padecen elefantiasis. Hay procesos de selección de personal en los que el aspirante se desnuda para una empresa que no ofrece ni la mitad de transparencia, se somete a dinámicas de grupo y acepta un escrutinio de dudosa utilidad que roza o rebasa lo indecoroso.

El ámbito de la medicina es aún más esclarecedor: a veces las pruebas llevan a más pruebas y estas a otras. Hay enfermos que pierden su autonomía e ingresan sin solicitarlo en una factoría de pruebas diagnósticas. Hay casos en que dejan de someterse a pruebas porque las viven literalmente como una tortura. El espíritu de prueba debería tener un límite para salvaguardar la dignidad y el autoconcepto (la autoestima) de las personas.

La vida moderna es una evaluación continua, una deseducación constante

De la sociedad de la prueba a la sociedad del cansancio

La importancia de una prueba final se observa en la película rumana Los exámenes, pero esta tensión se aprecia en otras historias aparentemente más inocentes, como en El corredor del laberinto: las pruebas (buena parte del cine adolescente es una pulsión de prueba continua). Los finales narrativos nos pueden hacer creer que las pruebas acaban.

La vida moderna es una evaluación continua, una deseducación constante (como los exámenes tipo test, que nos enseñan a reconocer las respuestascorrectas, pero no a comprenderlas y mucho menos a creer en sus afirmaciones), un reciclaje que dura hasta el día de la muerte y un perfeccionamiento orientado a objetivos (laborales) que esconde una autoexplotación masoquista. La sociedad de la prueba es la que ha engendrado la llamada sociedad del cansancio.

Me queda mucho por decir y es probable que este puñado de palabras apenas refleje lo que siento (de hecho, me he copiado parcialmente de lo que ya escribí en Los deseducadores). Soy consciente de que me someto al examen de los lectores, y de que no tienen mucho más para juzgar. Aun así, quiero seguir adelante con este absurdo ejercicio de evaluación.

Siempre recordaré aquella vez en la que un profesor universitario me dio la opción de subir mi calificación a "sobresaliente" si presentaba un trabajo adicional (ya me había presentado a todas las pruebas obligatorias y entregué varios trabajos voluntarios). Le respondí con una negativa, y añadí que prefería disfrutar de la ciudad y de la vida. Me quedé con mi notable, claro. Como dice Antonio Escohotado en su autoexposición académica: "pago sin vacilaciones el peaje de la independencia".

Cojan el bolígrafo rojo si les agrada hacer tachones. Pueden ensañarse si así lo desean, aunque el objetivo de este texto, si se me ha entendido, era bien distinto.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Andrés Lomeña Cantos (Málaga, 1982) es licenciado en Periodismo y en Teoría de la Literatura. Es también doctor en Sociología y forma parte de Common Action Forum. Ha publicado 'Empacho Intelectual' (2008), 'Alienación Animal' (2010), 'Crónicas del Ciberespacio' (2013), 'En los Confines de la Fantasía' (2015), 'Ficcionología' (2016), 'El Periodista de Partículas' (2017), 'Filosofía a Sorbos' (2020), 'Filosofía en rebanadas' (2022) y 'Podio' (2022).