¿Se le está yendo la cabeza a Donald Trump?

¿Se le está yendo la cabeza a Donald Trump?

Carlos Barria / Reuters

Donald Trump, el 45º presidente de los Estados Unidos, parece haber alcanzado un nivel de locura nunca visto. El trabajo de comandante en jefe y de líder del mundo libre debe ser agotador, activo desde primera hora de la mañana hasta ya entrada la noche. Con la cantidad de cuestiones candentes domésticas y globales —como la economía y la lucha contra el terrorismo—, habrá poco más que compita por la atención de Trump, ¿no?

Mmmm... Piénsalo bien. Estos días, en lugar de hacer su trabajo y promover los intereses de Estados Unidos, el presidente parece más preocupado en promocionar los programas de la Fox y en lanzar tuits humillantes contra todo el mundo, ya sea Arnold Schwarzenegger, el New York Times o el Caucus por la Libertad del Partido Republicano.

Cuando no está viajando a una de sus muchas "Casas Blancas", Trump pasa una extraordinaria parte de su tiempo cuidando su frágil y magullado ego.

Cuando los viernes por la noche no está viajando a una de sus muchas "Casas Blancas" lejos de Washington (como la de Mar-a-Lago) para pasar un extenuante fin de semana de golf, Trump pasa una extraordinaria parte de su tiempo cuidando su frágil y magullado ego. Esta estrambótica actividad incluye tuitear como un malvado adolescente, hacer mítines como si estuviera en campaña en una patética búsqueda de amor, obsesionarse por lo mal que le tratan en la CNN o ver la Fox, más conocida como la agencia de publicidad Trump & Co. (de donde aparentemente saca muchos datos sobre seguridad nacional).

Estamos asistiendo a un exacerbado estado de megalomanía. Entre sus muchos auto-exagerados logros, Trump ya ha dado la vuelta a la economía (no sabía que necesitara una vuelta); ha creado "miles y miles" de empleos (una operación más conocida como Aprovéchate-de-lo-que-las-empresas-llevan-años-planeando); ha detenido la llegada de inmigrantes ilegales a través de la frontera mexicana (que desde hace años iba en descenso); y ha seguido negando la intromisión de Rusia en las pasadas elecciones... algo que el político republicano Dick Cheney equiparó a "un acto de guerra" y que ha sido confirmado por 17 agencias de seguridad nacional... y algo que ahora está siendo objeto de dos investigaciones del Congreso (aunque una es muy circense).

Estamos asistiendo a un exacerbado estado de megalomanía.

Olvidad que, hasta el momento, Trump ha fracasado con su revocación/modificación del Obamacare y con su repugnante veto migratorio, lo cual debería ser una llamada de atención, teniendo en cuenta cómo funcionan nuestros mecanismos de controles y equilibrio. Y luego está el aparente fracaso de su muro fronterizo (sí, ese que va a pagar México), que le funcionó muy bien como parte de su campaña xenófoba, pero que probablemente no sea su único problema de erección.

Tenemos a un presidente obsesionado compulsivamente con su propia imagen y paralizado por una necesidad patológica de atención y adulación. Todo lo demás da igual. Ni los mejores intereses de América, ni su matrimonio, su familia o sus negocios importan más que eso. Cualquier movimiento que hace Trump, cualquier paso que da, cualquier afirmación que lanza pasan primero por su disfuncional filtro. Su estilo personal de contraataque que lo rodea de militares en un intento por ocultar la vergüenza de su cobardía es, en el fondo, lo que le define como un hombrecillo asustado, inseguro, falto de cariño y en bancarrota emocional. Y ahora lo que parece es, simplemente, un loco.

Tenemos a un presidente obsesionado compulsivamente con su propia imagen y paralizado por una necesidad patológica de atención y adulación.

Me imagino a Trump paseando solo por la Casa Blanca de noche. Con un pijama de los Power Rangers. Deambula sin rumbo fijo. Un hombre aburrido, triste, viejo, solitario, más enfadado que nunca, insatisfecho... un hombre que combate a sus rabiosos demonios. Hay televisores en todas las salas, en los que resuenan las noticias por cable. Las voces estridentes de Anderson Cooper y Rachel Maddow sólo son tolerables gracias a las dulces ñoñerías reconfortantes de Bill O'Reilly y Sean Hannity. De forma instintiva, recurre a la Fox (por supuesto), pero no puede evitar desviar su atención y su ira hacia el sinfín de críticas e historias negativas que dan los vergonzosos bastiones de noticias falsas: CNN y MSNBC. Le grita a la televisión. Le tira un mocasín de Ferragamo de 2500 dólares a la cabeza de Maddow en su enooorme pantalla de 110 pulgadas. Resopla y gruñe. Se pone a chillar: "¡¿Por qué no ve nadie lo increíble que soy?!". El hombre que asegura no beber se ha puesto como una cuba con una botella de Russo-Baltique de un millón de dólares, regalo de Vladimir Putin. Coge su iPhone y pulsa en el icono de Twitter y, bueno, ya sabéis lo que ocurre después.

Este artículo fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano

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