De los 'Estados Unidos de Europa' de Churchill a los 'Estados Desunidos' de Cameron

De los 'Estados Unidos de Europa' de Churchill a los 'Estados Desunidos' de Cameron

La Unión Europea comenzó a perder fuelle cuando, por imperativos de la edad, fueron desapareciendo los grandes estadistas que conocieron, en su propia trayectoria vital, las razones del europeísmo. Ahora hay muchos sorprendidos por el 'No' de la mitad de los británicos. Y no hay de qué. Se veía venir. Como se ve venir lo que es por ahora una dermatitis atópica en España pero que, fácilmente, puede mutar en cáncer.

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Foto: EFE

La Unión Europea comenzó a perder fuelle cuando, por imperativos de la edad, fueron desapareciendo los grandes estadistas que conocieron, en su propia trayectoria vital, las razones del europeísmo. El 20 de diciembre de 2011, un anciano y achacoso ex canciller alemán, en silla de ruedas, Helmut Schmidt, advirtió de ese peligro de olvido en el congreso del SPD celebrado en Berlín. Emocionó al auditorio. Habló de dos cuestiones centrales: la necesidad estratégica de seguir adelante con la unidad europea, y el peligro de la prepotencia económica de la Alemania reunificada, que con Angela Merkel al frente, ya suscitaba desconfianza, cuando no temor, entre sus vecinos, cercanos o más lejanos. "Churchill- recordó- tuvo dos motivos cuando en su gran discurso (1946) a los franceses en Zurich apeló a reconciliarse con los alemanes y a formar con ellos los Estados Unidos de Europa: en primer lugar, la defensa común ante lo que parecía una amenaza, la Unión Soviética, y en segundo lugar, la integración de Alemania en una asociación occidental más amplia..."

La estupidez, la irresponsabilidad y el politiqueo de un sucesor del 'león inglés' en el 10 de Downing Street, David Cameron, del propio partido que el héroe de la II Guerra Mundial -que prometió sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas para ganarla, lo más alejado de los renacidos frentepopulismos- logró caminar hacia los Estados Desunidos, en vez de Unidos. ¿Lograremos los europeos mantener la estabilidad, la paz y el desarrollo más duradero y profundo de la historia del continente, tantas veces semillero de odios? No se puede dar nada por seguro, ni descartar que los viejos demonios vuelvan a enloquecer a Europa.

En los años precedentes, en especial desde 2005, pasaron muchas cosas importantes en Europa. No fue la menor que dos países de referencia, Países Bajos y Francia, votaron 'no' a la Constitución Europea que España, había apoyado en un referéndum de urgencia convocado por por el presidente Zapatero-. El cocido ideológico del populismo de estos dos países fue una variopinta coalición de antisistemas y místicos que reunía a soberanistas de derechas, con raíces en Vichy, comunistas, troskistas, antiglobalizadores, disidentes socialistas... que lograron derrotar a unos líderes y unas élites que creían que, al final, se impondría la razón. Olvidaron a Blas Pacal y sus "razones tiene el corazón que la propia razón no entiende". El corazón, o el cerebro. Esa amalgama, que en parte es ancestro homínido de los actuales movimientos populistas de derechas o de izquierdas, todo esto presunto, pues la suma de ideologías no implica tanto una nueva ideología como la disolución de ellas.

El Tratado de Lisboa, un repuesto para la fallida Constitución, permitió avanzar a otro ritmo y tomando atajos, pero el europeísmo ya estaba herido de muerte.

El Tratado de Lisboa, un repuesto para la fallida Constitución, permitió avanzar a otro ritmo y tomando atajos, pero el europeísmo recibió un golpe de muerte, de momento con coágulos internos, que se vio acrecentado por las secuelas de la desaparición de la segunda oleada de padres fundadores, sustituidos por políticos que, en vez de mirar a las estrellas, miraban al dedo que las señalaba. Los Estados Unidos de Europa dieron paso a los ombligos nacionales que, como decía Álvaro de Laiglesia, todos son redondos. No hay misterio.

Si en la etapa gloriosa de las ideas unionistas se cedía soberanía -la moneda, los bancos centrales, la defensa compartida, las directivas, benditas directivas para los países con matriz fascista, cuyo sistema aún tenía restos de la placenta, como España, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, un último recurso para los ciudadanos...-, nuevos dirigentes arrogantes recuperaban el discurso victimista de las grandezas pasadas, casi siempre desmesuradas cuando no inventadas, y convertían a Bruselas en el enemigo de la nación, ante la pasmada quietud de los dirigentes herederos del núcleo duro de los ideólogos y constructores de la Unión. Fueron tomando fuelle los destructores de la idea de unos Estados Unidos que fueran más que un simple mercado común.

El sarpullido creció peligrosamente desde el Este, pero en Italia, en Francia, en el Reino Unido, en los Países Bajos, en España, la crisis económica -cuya gestión se convirtió en un cruel desmontaje del Estado de bienestar, tras la duermevela de la socialdemocracia y el homicidio masivo de la Cristiano Democracia, sustituida por los cínicos agentes del capitalismo financiero y de los mercados de salteadores, y con la inmigración disparada por los refugiados provocados por la incapacidad de la diplomacia europea y de la ONU en conflictos lejanos- dio armas a los populismos que recogían, en un extremo, la nostalgia fascista y, en el otro, la melancolía de la frustración comunista empeñada en asesinar al socialismo democrático en el altar sacrificial de la terapia colectiva.

Ahora hay muchos sorprendidos por el 'No' de la mitad de los británicos. Y no hay de qué. Se veía venir. Como se ve venir lo que es por ahora una dermatitis atópica en España pero que, fácilmente, puede mutar en cáncer.

Una joven que perfecciona el inglés en Brighton me llamó alarmada. Le contesté que tome nota, y que votar a los populistas tiene estos efectos secundarios, aunque el papel celofán del envoltorio no permita apreciar que es un paquete bomba.

Por supuesto, 'Bruselas' y el Parlamento Europeo tienen que tomar la iniciativa. Para minimizar los daños. Y antes de que se extienda la irresponsabilidad, siempre cabe ejercer la autoridad, con los que se van y con los que amagan con romper las reglas del juego. Más valen un par de señales a tiempo que una voladura incontrolada desde dentro.