Veterinarios con 'perfil comercial'

Veterinarios con 'perfil comercial'

Un buen día, mientras te peleas con la pata que sobra para poder ponerle el anorak al perrito de aguas, te preguntas para qué te pasaste horas tratando de comprender el mecanismo de multiplicación a contracorriente en la producción de orina o para qué te dejaste los cuartos en todos los cursos que organizaba el Colegio de Veterinarios.

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Con el tiempo, uno aprende a relativizar todo en esta vida, quitar importancia a temas que te ponían de los nervios, equilibrar, mesurar. Pero continuarás jurando en arameo cuando te toque recoger todos los abriguitos que no le servían a tu paciente, hasta que te jubiles. Y más allá.

Puedes llegar a entender que el ejercicio del veterinario clínico supone un conjunto, un todo... lo que implica asumir que te va a tocar bañar y acicalar pomeranias (por lo menos, quedan bien monos ,pero cuando te hablan de que un husky viene a bañarse, tu escaso ánimo se desvanecerá); vender correas; promocionar piensos, y sí, lo siento: probar abrigos, chubasqueros, y ahora, hasta botas.

Sin saber cómo, en un par de años te habrás hecho una maestría en algo que no recuerdas haber cursado en tu plan de estudios: PERFIL COMERCIAL. Tal vez se deba a que ya vas dejando la treintena atrás, puede que se trate de alguna de esas asignaturas que se configuran por libre. O algo así, nunca entendiste muy bien de qué iban los créditos, y en esos te has metido hasta el fondo, pero tras terminar la licenciatura.

Resulta que todavía no has llegado a ver del todo clara la diferencia entre petral y arnés (lo sé, evita demostrarlo: recomienda un haltie de esos, o mejor, un collar de toda la vida, con cierre en forma de huesito) ,y no te apañas en la demostración del flexi....pero el destino te tiene preparado algo peor, mucho peor: la nueva colección de abrigos, con huellita en el lomo, que quedan de muerte . Al menos a ti te parece para morirse el asunto.

Diriges una mirada suplicante a tu jefe cuando está escogiendo en el catálogo, pero suele ignorarte. Sabes que no hay auxiliar, y si lo hubiese, te iban a tocar una media de dos ventas (o intentos) por semana a ti. Sabes que una vez sacados del plástico, esos condenados nunca vuelven a su posición inicial, y sabes que la primera medida, nunca es la adecuada. Sabes que tu jefe los pondrá en el escaparate, bien a la vista, y que por lo menos, los primeros días, te vas a hinchar a consultas... ¡de moda perruna!.

Y empiezan a gustarte cada vez más los gatos, aunque no sepas el motivo.

Te repites que en todas las profesiones uno hace cosas que no entiende que le toquen, y te acuerdas de ese dependiente de la gasolinera que te ofrece una red de naranjas de Valencia cuando te cobra.

Un buen día, mientras te peleas con la pata que sobra para poder ponerle el anorak al perrito de aguas (DE AGUAS, pero no quieren que se moje...), te preguntas para qué te pasaste horas tratando de comprender el mecanismo de multiplicación a contracorriente en la producción de orina (sí, ese que te memorizaste en su momento porque te parecía imposible entenderlo), para qué te dejaste los cuartos en todos los cursos que organizaba el Colegio de Veterinarios, para qué te has hecho socio de la sociedad de Veterinarios Especialistas de turno, o para qué te has suscrito a todas las revistas de divulgación científica que te permitía tu sueldo de casi mileurista... si total, estás buscando talla de un abrigo y no sabes qué hacer con esa gomita que tienen al final (atención, novatos, ahí va el rabo. Si al interesado le da la gana, claro).

Admitimos que hay que ofrecer todo tipo de servicios; que lo que sobran, son veterinarios, y que hay que diversificar, que... Lo que quieras, pero cuando en una mañana te encuentras con un carcinoma de células escamosas que afecta a los senos paranasales (te lo encuentras por la mañana, pero lo diagnosticas esa noche, DESPUÉS DE ESTUDIAR), y por la tarde te toca enseñar los collares con cristales de un tal swarskosky (o similar), te preguntas si tu médico de cabecera tendría la amabilidad de venderte unos guantes para el invierno, que se te ponen las manos hechas unos zorros por culpa del frío, o una pañoleta que te abrigue la garganta y encima, dé color a tu cara. Además de tratarte de la dolencia que presentas y remitirte al especialista oportuno si procede, claro.

Algunos días de lluvia, clamarás por que el convenio recoja la prohibición expresa de que estas actividades sean realizadas por todo un profesional de la medicina veterinaria. Un albéitar, un mariscal, un hipiatra... Y después reflexionas en voz alta : "¿de qué convenio hablas?, que eso está reservado a otras profesiones, y no se contempla que esta vaya a ser la siguiente en tener uno ".

Intentas consolarte pensando que hay cosas peores, aunque supones que la ONU las sanciona desde hace años. Te repites que en todas las profesiones uno hace cosas que no entiende que le toquen, y te acuerdas de ese dependiente de la gasolinera que te ofrece una red de naranjas de Valencia cuando te cobra (y a la semana siguiente, unas garrafas de aceite de primera...).

Te guardas el orgullo y los títulos que puedas tener, los cursos que tanto dinero y tiempo te ha costado aprobar, pero cuando aceptas que es lo que toca y rezas para que ningún conocido entre mientras le embutes al yorkshire el abrigo con piel de borreguillo..., llega febrero y aparecen disfraces de sevillana talla mini en el escaparate.