El Orgullo: reivindicación y fiesta

El Orgullo: reivindicación y fiesta

Hemos celebrado El Orgullo para decir alto y claro, con alegría no exenta de profunda y seria reivindicación, que, frente a lo que algunos aún quisieran, no sentimos ninguna vergüenza de ser como somos, de sentir como sentimos. Para dejar constancia de que, como tantas veces decía nuestro recordado Pedro Zerolo, no somos ni queremos ser invisibles. La visibilidad como arma política es muy efectiva.

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Foto: EFE

Ha vuelto a suceder. El sábado por la tarde-noche, las calles y plazas de Madrid abarrotadas de cientos de miles de personas de todo tipo y condición, unidas para disfrutar de una gran fiesta en la que cabemos todas/os, salvo quienes han hecho del odio y rechazo a los que no consideran iguales su patética forma de ser y de estar en el mundo. El Orgullo de Madrid, que, en realidad, es el Orgullo de toda España, se ha convertido por derecho propio en una de las principales señas de identidad de nuestro país, referente internacional en la lucha por la igualdad de las personas LGTB+.

Como fiesta que es, la alegría, la desinhibición, la máscara y el disfraz, la hipérbole, la desmesura, el humor y la búsqueda de la felicidad instantánea, han llenado de música y color el espacio público. Nada que objetar. Las fiestas son así.

Pero El Orgullo no solo es una fiesta. Antes que nada, y por encima de todo, El Orgullo es manifestación y reivindicación. Gracias al trabajo ímprobo, y en circunstancias nada sencillas, de las asociaciones organizadoras, el Colectivo de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales de Madrid (COGAM) y la Federación Estatal (FELGTB), nos manifestamos, en primer lugar, por los millones de personas de todo el mundo que no pueden hacerlo, porque en sus países cualquier orientación sexual distinta de la heterosexual, o identidad de género diferente de la cisexual (= no transexual), están perseguidas y sancionadas con privación de libertad, e, incluso, en algunos lugares, con pena de muerte.

Nos manifestamos también porque los muchos avances experimentados en nuestro país en los últimos años, que han llevado al colectivo LGTB+ a la práctica igualdad legal, siguen sin ser suficientes para conseguir que tal igualdad sea real y efectiva. En muchos pueblos y ciudades pequeñas de España ser lesbiana, gay, transexual o bisexual, no es nada sencillo. La "cultura" profundamente "machista" que durante tantos siglos nos ha alimentado está aún muy presente, con todas sus lamentables consecuencias. Miles de adolescentes y jóvenes LGTB+ se ven prácticamente obligados a vivir a solas, a oscuras, en silencio, su sexualidad. No mejor es la situación en que se encuentran muchos de nuestros mayores LGTB+, que padecieron, en su juventud, la persecución de un régimen autoritario en el que su condición sexual, sencillamente, no tenía cabida, y que hoy, por otros motivos, son ignorados o arrinconados por otra "cultura" que, en realidad, tiene poco de tal y sí mucho de "culto" irracional a la eterna y bella juventud. Una filosofía de la igualdad que ignora su pasado está condenada a padecer la ceguera del adanismo, que vende como sólida verdad lo que solo es humo inconsistente.

Nos manifestamos porque hoy, sí, hoy mismo, continúan produciéndose agresiones, físicas y verbales, a personas LGTB+ en muchos lugares de este país.

También nos manifestamos porque hoy, sí, hoy mismo, continúan produciéndose agresiones, físicas y verbales, a personas LGTB+ en muchos lugares de este país. Incluso en una gran ciudad como Madrid, emblema para muchos de ese paraíso soñado en el que poder vivir libremente su orientación sexual o identidad de género, continúan produciéndose agresiones, y no solo en los barrios más periféricos, sino también en el propio centro de la urbe.

Por estas y otras muchas razones hemos celebrado El Orgullo. Para decir alto y claro, con alegría no exenta de profunda y seria reivindicación, que, frente a lo que algunos aún quisieran, no sentimos ninguna vergüenza de ser como somos, de sentir como sentimos. Para dejar constancia de que, como tantas veces decía nuestro recordado Pedro Zerolo, no somos ni queremos ser invisibles. La visibilidad como arma política es muy efectiva.

Para decir a los fanáticos practicantes del odio que aunque maten a algunos de los nuestros, como ocurrió hace poco en la tragedia de Orlando, no van a conseguir más que provocar intenso dolor, pero nunca rendición. Porque lo tenemos perfectamente claro y así lo decimos muchas veces: La homosexualidad no es una enfermedad; la homofobia sí lo es, y muy grave. Lo mismo, por supuesto, cabría decir en relación con la transexualidad o la bisexualidad, que este año, precisamente, reivindicamos con especial intensidad, ya que las personas bisexuales son, probablemente, las más incomprendidas, tanto dentro del propio colectivo LGTB+, como fuera de él.

Y también para ir sumando a nuestra causa, la de la libertad y la igualdad, cada vez a más agentes sociales y políticos, pues el objetivo último, que en el espacio público la orientación sexual o la identidad de género carezcan de relevancia, solo se podrá alcanzar si conseguimos que la inmensa mayoría de la sociedad, y de sus representantes políticos, apuesten por ello. De ahí la importancia de que este año se haya dado un paso más en ese sentido, al haber compartido pancarta inaugural y voz en el escenario central, junto a la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, tan comprometida con la igualdad del colectivo LGTB+, el consejero de Presidencia, Justicia y Portavoz del Gobierno de la Comunidad de Madrid, Ángel Garrido. Polémicas al margen, es una buena noticia que poco a poco representantes del Partido Popular, actualmente el mayoritario en nuestra ciudad y en todo el Estado, vayan asumiendo poco a poco lo equivocados que estaban al oponerse al reconocimiento de nuestros derechos. Una buena muestra de ello es lo que el propio Ángel Garrido dijo en la entrega de premios de COGAM: que la pertinaz y obcecada oposición del PP al matrimonio entre personas del mismo sexo había sido "un error cósmico". En efecto, le damos la razón. Ahora solo cabe esperar que sigan avanzando por ese camino.

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Foto: EFE

Esa imagen en el escenario central, magníficamente presentado, por cierto, por dos activistas provenientes del ámbito rural, Sisi Cáceres, de Extremadura Entiende, y Mario Campano, oriundo de Peñaranda de Bracamonte (Salamanca) y activista de COGAM, es la mejor muestra de lo que El Orgullo es: una gran fiesta de la reivindicación de la igualdad en la que, unidos, miembros de la sociedad civil, representantes políticos y sindicales y activistas de la igualdad buscan una misma causa.

El Orgullo 2016 ha terminado. Bienvenido sea El Orgullo 2017, que no solo lo será de Madrid y de España, sino de todo el mundo.