Nos(otros)

Nos(otros)

En esta hora de España lo que se precisa, de nuevo, es un compromiso lo más amplio posible para sacar adelante al país, sin dejar a nadie y a nada por el camino, ni desde el punto de vista personal, por supuesto, ni tampoco, claro está, del territorial. La construcción de ese consenso, que no será fácil, como estamos viendo, inevitablemente nos lleva a la necesidad de acercar posturas entre los contrincantes políticos.

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Como resulta evidente, muchos de nosotros, socialdemócratas, gentes de izquierda, progresistas, rojos, llámennos como quieran y hagan las distinciones que deseen, tenemos una tendencia casi irrefrenable a creer en la bondad de nuestras ideas, forjadas tras años de lucha en pos de la igualdad, de la libertad bien entendida, de los derechos. Al mismo tiempo, una fuerza casi igual de inevitable nos lleva a pensar que los conservadores, los neoliberales, los otros, o bien quieren acabar con esas conquistas que tanto nos costó alcanzar, o bien, simplemente, están equivocados. Es una vieja dialéctica dicotómica que funciona casi de manera inexorable en política: nosotros y los otros.

A nadie se le escapa que esta es una visión muy simplista de las cosas, pues, como bien sabemos, la realidad política es mucho más compleja: dentro del nosotros y del los otros hay personas con diferentes visiones de las cosas. Sin embargo, asumamos, por un momento, que es posible dejar de lado estas complejidades, a fin de reducir la realidad a esa simple dicotomía a la que antes nos referíamos: nosotros y los otros. Y es que, en ocasiones, para entender algo muy complejo (y vaya que si es compleja la situación social, política, económica... por la que atraviesa actualmente España), es conveniente reducir las cosas a la mayor simplicidad posible. El mejor edificio, por más enrevesada que nos parezca su fachada, suele sostenerse sobre unas pocas vigas maestras. Si se debilitan o arrumban estas, el edificio corre riesgo cierto de desplomarse. Es a ellas, por tanto, a las que tenemos que prestar ahora la máxima atención.

En nuestro país existe un diagnóstico ampliamente compartido acerca de cuáles son los principales problemas, dificultades u obstáculos a los que se ha de hacer frente. Pensemos, aunque solo sea por elaborar una lista necesariamente sucinta y, por tanto, incompleta, en los siguientes: desigualdad económica creciente, insoportable tasa de desempleo, erosión continua de las conquistas sociales propias del llamado estado de bienestar, preocupante futuro de las pensiones públicas, crisis territorial que amenaza con desestabilizar políticamente el país, extendida corrupción que desmoraliza a la ciudadanía y aumenta la temible desafección democrática, falta de perspectivas ciertas y de liderazgo en el proyecto de integración europea, etc.

Creo que si el PSOE o Ciudadanos no recaban un fuerte apoyo en las próximas elecciones va a resultar casi imposible construir ese consenso político y social necesario para que el país afronte, y supere, las serias dificultades que atraviesa

La solución de algunos de estos problemas requiere acometer con cierta urgencia reformas profundas, algunas de las cuales, para ser eficaces, deberían tener rango constitucional. Y es aquí donde aparecen las barreras, derivadas de la práctica imposibilidad de encontrar puntos de encuentro o acuerdo si no unánime, sí muy generalizado, entre las principales fuerzas políticas. El solo hecho de que no haya sido posible alcanzar en el Congreso de los Diputados el mínimo de apoyos necesarios para la investidura de un candidato como presidente del Gobierno es buena muestra de ello. Y en tales condiciones afrontamos la próxima cita electoral, con una mezcla de apatía, resignación o, peor aún, temor ante lo que se avecina, que es lo peor que le puede suceder a una sociedad cuando se encuentra en medio de una crisis prolongada, que ha causado estragos de intensidad y largo recorrido.

El futuro inmediato pasa, en efecto, por la celebración de unas elecciones generales en las que hemos de elegir a nuestros representantes, en cuyas manos está algo fundamental como es investir al próximo Presidente del Gobierno, quien, a su vez, elegirá al resto de los miembros del Gobierno. Esto, evidentemente, es muy importante, sin embargo, no es, a día de hoy, lo único y lo más importante. Porque lo que menos necesita hoy en día nuestro país es una falta prolongada de Gobierno, como en buena medida sucede ahora, o un próximo Gobierno débil, más pendiente de su supervivencia que de ocuparse a tiempo completo de los verdaderos problemas que tiene el país.

En definitiva, en esta hora de España lo que se precisa, de nuevo, es un compromiso lo más amplio posible para sacar adelante al país, sin dejar a nadie y a nada por el camino, ni desde el punto de vista personal, por supuesto, ni tampoco, claro está, del territorial.

La construcción de ese consenso, que no será fácil, como estamos viendo, inevitablemente nos lleva a la necesidad de acercar posturas entre los contrincantes políticos. Y, como es natural, ese punto de encuentro solo puede situarse en una zona que ocupe el extenso centro del tablero político. Ni a la izquierda ni a la derecha, y, menos aún, a la extrema izquierda o a la extrema derecha, va a ser posible poner de acuerdo a una amplia mayoría política y social. Pese a quien pese, en nuestro país existe, desde hace tiempo, una división ideológica prácticamente por mitades, con oscilaciones pequeñas. Cuando imperaba el llamado "bipartidismo", tanto el PSOE como el PP, de ser necesario, conseguían el apoyo de algún o algunos otros pequeños partidos, de ámbito estatal o, sobre todo, autonómico, que les proporcionaban una estabilidad parlamentaria suficiente. Pero hoy eso parece cosa del pasado. Y lo que es todavía más trascendental, hoy ya no basta con una mayoría parlamentaria suficiente, sino con otra muy amplia, capaz de ponerse de acuerdo para acometer las tareas pendientes.

Soy consciente de que la palabra "centro" provoca un gran malestar entre muchas personas que nos consideramos socialdemócratas, gentes de izquierda, progresistas, rojos, llámennos como quieran. Pero también soy de la opinión de que la situación social, política, económica, territorial, etc. que atraviesa nuestro país solo puede afrontarse en condiciones óptimas desde la construcción de un gran consenso político y social entre todas o, al menos, la gran mayoría de las fuerzas políticas que aspiran a formar Gobierno.

En este sentido, me parece que solo van a poder actuar como imanes que atraigan a todas ellas (o la mayoría) hacia ese centro de consenso, aquellas fuerzas políticas que ya se encuentren situadas, en buena medida, en el mismo centro político, más a la izquierda o más a la derecha. Dicho con toda claridad, creo que si el PSOE (centro-izquierda) o Ciudadanos (centro-derecha) no recaban un fuerte apoyo en las próximas elecciones va a resultar casi imposible construir ese consenso político y, por ende social, tan necesario para que el país afronte, y supere, las serias dificultades que atraviesa.

Hay momentos en la historia en que deberíamos ser capaces de entender que bajo el término nosotros no solo se encuentran los nuestros, sino también los otros. Aunque solo sea un infantil juego de palabras, en el propio término, si queremos, podemos encontrarnos todos: nos(otros). Así lo hicimos hace cuarenta años. ¿Qué nos impide hacerlo ahora?