¿Cómo saber lo que queremos? Fresa y chocolate

¿Cómo saber lo que queremos? Fresa y chocolate

Lo que queremos no solamente está condicionado por la información, sino que además está fuertemente condicionado por nuestras creencias. En ese caso, ¿cómo saber entonces lo que realmente queremos? ¿Cómo saber que lo que elegimos es lo que queremos de verdad? ¿Cómo estar seguros de ello? Les propongo una opción que no es más que una aplicación de la teoría de la relatividad de Einstein al mundo del comportamiento humano y la racionalidad.

La historia que nos han contado hasta ahora es la siguiente: érase una vez un hombre libre. Este hombre decidía lo que quería y luego intentaba obtener aquello que quería. Unas veces lo conseguía y entonces era feliz; otras no, y entonces se frustraba. Cuando se frustraba, se iba al psicólogo para intentar calmarse (sin saber que lo único que hacía era perder dinero, aunque ese coste tiene su compensación psicológica, que ahora no me da tiempo a contar) o a visitar a una bruja (algo mucho más divertido y, por tanto, mucho más útil que lo del psicólogo, aunque tampoco me da tiempo a contar por qué). Cuando era feliz, comía perdiz, y era un ciudadano probo, que votaba, pagaba sus impuestos, tenía hijos y todo lo demás. Fin del cuento.

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Foto: GETTYIMAGES

Bien, claro, las cosas no son tan sencillas como parecen, y eso es lo que voy a argumentar en estas líneas. Básicamente, no son tan sencillas porque hay una parte que falla, estrepitosamente además, en esta historia tan bonita que les acabo de contar, que es lo siguiente: es muy difícil saber lo que queremos, saber cuáles son nuestras verdaderas preferencias. Pero antes, vayamos al comienzo de las cosas, es decir, a Marx.

Marx dice en el 18 Brumario de Napoleón Bonaparte lo siguiente:

"Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidos por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos".

Normalmente, se dan dos interpretaciones a esa famosa frase de Marx, una optimista y otra pesimista. La optimista es: bueno, a pesar del peso de la historia, del pasado, los hombres pueden llegar a "hacer su propia historia". La pesimista es: ni en broma, el pasado es una losa que pesa tanto que pre-determina completamente la historia futura de las personas.

Yo me quedo con una interpretación realista de esta frase; el pasado no predetermina el futuro de los hombres; pero sí que lo condiciona mucho. La gente suele tener un camino muy marcado, y lo único que hace es discurrir por él. Salvo excepciones. Las excepciones son lo que llamamos outliers, esa gente completamente excepcional que consigue deshacerse de las cadenas del pasado. Pero aunque usted y yo conocemos esas historias, lo cierto es que estamos hablando de gente que se puede contar con los dedos de la mano.

Bien, saltemos ahora a las preferencias. Aparentemente, lo que acabo de decir no tiene nada que ver con las preferencias; pero se equivocan, tiene mucho que ver. Lo que yo defiendo es que las preferencias están muy condicionadas de manera exógena. Lo digo de manera técnica: la función de utilidad está exógenamente inducida. Es decir, no elegimos de manera libre lo que queremos, sino que solamente queremos lo que podemos querer teniendo en cuenta nuestras circunstancias, y ello aunque no nos demos cuenta y nos creamos el cuento que les he contado más arriba. Veamos por qué.

Chocolate

En un video que se ha convertido ya en viral, unos periodistas de una cadena holandesa se van a Costa de Marfil, a un pueblecito que se llama M'Batto. Los habitantes de M'Batto se dedican a la recolección de cacao. Cuando el periodista les visita, les pregunta si saben para qué sirve lo que recolectan, que se hace con ello. Ellos dicen: "ni idea: solamente lo recolectamos, no nos preguntamos para qué sirve". Entonces el periodista les saca una tableta de chocolate. Uno de los recolectores le mira con algo de desconfianza: "¿Qué es eso?" "Chocolate" le dice el periodista. "Pruébalo, seguro que te gustará". Al principio prueba simplemente una onza. Le gusta. Y como ve que le gusta, al final le pregunta si se puede quedar con toda la tableta. "Claro" le dice el periodista. Cuando se está comiendo la tableta de chocolate, el periodista le revela el misterio: el cacao que recolectan sirve para hacer chocolate, como el que está probando nuestro recolector.

Bien, el punto es claro: ¿cómo saber que nos gusta el chocolate, si no conocemos el chocolate? De ninguna manera. Solamente queremos, no lo que se nos antoja con carácter abstracto, sino lo que podemos querer. Lo que está a nuestro alcance. Lo que conocemos, en definitiva. Dicho de otra manera, tenemos un problema de información aquí, que es más grave de lo que podamos pensar, porque afecta no solamente a lo que sabemos de la vida, sino que afecta a lo que podemos querer de la vida. Sólo queremos lo que conocemos. Por tanto, si conocemos mucho, probablemente querremos más que si conocemos poco.

Hasta aquí, chocolate. Pero vayamos a un argumento más complejo, que es la fresa.

Fresa

Todos conocemos el argumento principal de El amor en los tiempos del cólera: cuando Fermina Daza vuelve a ver a Florentino Ariza, aquella pronuncia la famosa frase de "no sintió la conmoción del amor sino el abismo del desencanto". Tras una espera de 50 años, en donde lo único que había hecho era pensar románticamente en Ariza, cuando le vuelve a ver se da cuenta de que en realidad ya no estaba enamorada de él, de que había vivido una ilusión. Pero como yo soy un optimista irredento, a mí me gusta más el reverso de esta historia, que es algo que me contó un colega, ya entrado en el otoño de su vida, en una estancia de investigación que pasé en la Universidad de Oxford.

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Foto: Imagen de la película These Three, de William Wyler/GETTYIMAGES

Resulta que mi colega conoció, en un viaje de trabajo que hizo a Edimburgo, a una mujer, en un museo. Se enamoraron. Estuvieron saliendo durante dos años. Todo iba bien, hasta que la mujer decidió dejar a mi pobre colega. Él insistió: "Creo que en realidad me quieres". Y ella le respondió: "Estás loco si crees que todavía estás en mis pensamientos". Luego mi colega supo que ella se había casado tiempo después, y tenido hijos con otro hombre. Mi colega se olvidó de ella (bueno yo creo que no, si no, no me hubiera contado la historia).

Al cabo de los años, volvieron a encontrarse de manera fortuita, paseando por París. Aunque ambos habían cambiado, se vieron, se reconocieron, y se tomaron un café juntos. La charla fue muy poco usual, según me narró mi amigo: ella le contó todos los pormenores de su vida a él, con todo detalle, y él también a ella. Al final ella le confesó que le seguía queriendo, y que, aunque probablemente siempre lo había sabido, se había dado cuenta del todo en ese momento. A mi amigo casi le da un patatús, claro.

Fresa y Chocolate

Bien, Fresa complementa a Chocolate, la segunda historia complementa a la primera. Lo que queremos no solamente está condicionado por la información, sino que además está fuertemente condicionado por nuestras creencias. Las creencias son, en realidad, sesgos, una especie de atajos que nos buscamos para procesar información y elegir nuestra función de utilidad, es decir, lo que queremos. Por un lado, las necesitamos, porque si no, el proceso de elegir lo que queremos sería sumamente complejo. Pero por otro lado, nos traicionan constantemente. El problema es que tampoco elegimos libremente nuestras creencias en la mayor parte de los casos. Están fuertemente determinadas por nuestra cultura, nuestra educación, nuestra familia, nuestro origen, nuestras relaciones, etc. Les pongo un ejemplo de creencias: según varias encuestas que se han realizado en Estados Unidos, un 36% de los americanos cree en los aliens, y en que una invasión alienígena es posible (la buena noticia es que también creen que Obama gestionaría mejor dicha invasión que cualquier otro político, y no Trump). Da igual que hayamos mandado no sé cuántas sondas a Marte que han determinado que la vida es impracticable ahí, y que si la hubo (hubiera), fue (sería) en formas extremadamente sencillas: a la gente que cree que hay vida en Marte y que los marcianos nos van a invadir, le da exactamente igual esa evidencia científica. Me dirán: bueno, es que la gente que piensa eso son unos iletrados. Y yo les contestaría: se sorprenderían de la cantidad de académicos que tienen ideas semejantes, o incluso más locas. En cualquier caso, si los que pensaran eso fueran unos iletrados, ahí estaríamos en realidad dando alas al punto que quiero mostrar, que es cómo la educación, por ejemplo, en este caso, afecta a la formación de nuestras creencias.

Volviendo a fresa, en el caso que les ponía antes, nuestra amiga resulta que le contó a mi querido amigo que pensaba que la estabilidad material (lo que el otro le ofrecía) era más importante que la afectividad sentimental (lo que mi amigo le ofrecía), y que por eso no le había elegido a él. Materia frente a espíritu, vamos. Luego, con el tiempo, se había dado cuenta de su tremendo error. Probablemente, esa creencia (es mejor la estabilidad material que los buenos sentimientos por una persona) estaban muy determinados por el background de ella: al parecer, la chica venía de una pequeña y remota aldea, pobre para más señas, sita en el sur de un lejano país.

¿Cómo saber entonces lo que realmente queremos? ¿Cómo saber que lo que elegimos es lo que queremos de verdad? ¿Cómo estar seguros de ello? Bien, no les va a gustar nada la respuesta, pero ahí va.

El proceso de formar nuestras preferencias tiene que estar sometido a constante revisión. Esto es lo que yo llamo la teoría del "punto de referencia", que no es más que una aplicación de la teoría de la relatividad de Einstein al mundo del comportamiento humano y la racionalidad. En particular, nuestras preferencias tienen que estar sometidas a un constante ejercicio contra-factual. Un contra-factual es un experimento mental en el que nos hacemos la pregunta de si querríamos lo mismo en circunstancias diferentes. No podemos querer el chocolate si no conocemos el chocolate, cierto, pero sí nos podemos preguntar: ¿Y si con este cacao que recolecto hiciera algo bueno para comer, en lugar de simplemente recolectarlo? Con respecto a fresa: ¿Y si en realidad los sentimientos fueran más importantes que lo material? Y así podríamos seguir ad infinitum: ¿Y si los cientos y cientos y cientos de científicos que nos dicen que no hay vida en Marte tuvieran razón? ¿Y si hiciera caso a ese pequeño pero relevante dato fenomenológico en virtud del cual nunca, jamás en mi vida, a pesar de lo fuertemente que creo en su existencia, he tenido el orgullo y la satisfacción de ver a dios sentado en el salón de mi casa para tomar el té a las 5 de la tarde? ¿Y si, en definitiva, fresa y chocolate fueran algo diferente de lo que normalmente pensamos que son la fresa y el chocolate?

Recuerden, nuestras preferencias están fuertemente condicionadas por el exterior. Pero la buena noticia es que "condicionadas" no significa "predeterminadas"; siempre que trabajemos duramente en ello, claro.