Pregúntale la hora a un ciego

Pregúntale la hora a un ciego

¿Por qué la mayor parte de la gente nunca le preguntaría la hora a un ciego? Porque consideran que el ciego no la sabe y que por tanto es una falta de respeto hacia su condición. Después de todo ¿cómo la va a saber? Él no puede ver. ¿No tener vista es sinónimo de no poder saber la hora? ¿Seguro?

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¿Por qué la mayor parte de la gente nunca le preguntaría la hora a un ciego?

Porque consideran que el ciego no la sabe, y que por tanto es una falta de respeto hacia su condición. Después de todo ¿cómo la va a saber? Él no puede ver.

¿No tener vista es sinónimo de no poder saber la hora? ¿Seguro?

¿Te imaginas pasarte veinticuatro horas al día, siete días a la semana, trescientos sesenta y cinco días al año y tal vez noventa y cinco años de tu vida sin saber qué hora es solo porque eres invidente? Por supuesto que no.

Los que lo creen lo hacen sólo porque no han invertido tan sólo un par de minutos en ponerse en la situación del otro para entender que ser ciego no es ser idiota. Tienen decenas de maneras de saber qué hora es en todo momento. La más sencilla es simplemente mediante un reloj que te canta la hora con solo presionar un botón. Si lo piensas, tiene sentido, pero la mayoría de la gente no hace el esfuerzo de pensarlo. No dedicamos ese par de minutos a pensar que es de sentido común que un ciego tenga maneras de saber la hora y tampoco lo hacemos con algo terriblemente más desolador: la sensación de exclusión que debe dar que la gente te trate como un bicho raro solo por no tener vista. Si de diez personas que te pueden decir la hora en la calle, una fuera invidente, todos los viandantes siempre excluirían a la misma. (Seguro que no tienes dudas sobre cuál...)

Este "peldaño" se concentra en la empatía. La empatía es pensar más allá de lo que se encuentra entre tus pies y tu cabeza. Es no centrarte en lo que tú ves, sino en lo que el otro siente cuando tú miras. Es no centrarte en lo que tú dices, sino en lo que el otro entiende. Es comprender que lo más duro para un ciego no es que le preguntes la hora, sino que no lo hagas. Es entender que excluir siempre a la misma persona es trasmitirle que es diferente con respecto a «nosotros», y que no hacerlo es decirle «te considero capaz», «te considero normal», y que posiblemente ambos sean sus dos piropos más codiciados.

Si quieres ser buen médico, no pienses como médico, sino como paciente. Si piensas como médico, piensas en recetarle la medicina más acertada y pasar al siguiente. Si piensas como paciente, entenderás que la mayor preocupación de éste es la ansiedad que le causa el desconocimiento, y que con un poco de empatía por tu parte y un par de palabras tranquilizadoras podrías evitarle veinte noches de insomnio preocupándose por algo intranscendente.

Si quieres ser buen profesor, no pienses como profesor, sino como alumno. Si piensas como profesor, te preocupará cuánto has enseñado. Si piensas como alumno, te preocupará, no cuánto le has enseñado, sino cuánto de eso él ha aprendido.

Lo importante no es que te interese la medicina o la enseñanza, sino que te preocupe la empatía. Es la madre del entendimiento, de la solidaridad, de la comprensión, de la comunicación y del estímulo. Prestar más atención no a lo que yo hago, sino al efecto que lo que yo hago tiene en ti, es acercarme al éxito como padre, como amigo, como jefe, como empleado, como líder. Es mejorar el ambiente de mi hogar, empresa, equipo, asociación. Es dar un espaldarazo a mis objetivos y un empujón al éxito.

La empatía es escuchar, más que hablar, observar mucho más que actuar, comprender más que aconsejar, preguntar más que responder, y buscar comprender más que buscar ser comprendido.

En la introducción del libro detallé cómo mi pitonisa imaginaria me predijo que daría conciertos de música y voz en seis países, y como buena vidente, acabó teniendo razón. Uno de ellos fue en las islas Azores, en el auditorio del casino de la isla de Santa María. La sala estaba llena de gente y llegado un momento del concierto, mientras tocaba al piano y cantaba uno de mis temas, noté que el público no estaba enganchado. Tal vez la canción que elegí no fue la adecuada, o tal vez yo hice una pésima interpretación, pero la conexión con mi público se había perdido. Yo, que siempre intento estar enormemente pendiente de mis oyentes, me di cuenta al momento, y sin dudar hice algo muy poco común. Dejé de tocar y cantar en medio de la pieza, empecé a reírme como si hubiese recordado algo gracioso y, despojándome del miedo a las temeridades, dije en un portugués que fingía un tono relajado:

«rio-me porque acabei de me lembrar de uma piada engraçada que não posso deixar de lhes contar» [me río porque acabo de acordarme de un chiste graciosísimo que no puedo evitar contaros].

Una inmensa carcajada colectiva sucedió al fin del chiste, y tras la carcajada y el chiste tenía de nuevo la atención y la conexión que buscaba. No es improbable que, de todos los artistas que se encontrasen en una situación similar, la mitad no hiciese nada para corregir esa desconexión y la otra mitad se preguntase: «¿qué desconexión?».

La empatía es escuchar en mucha mayor proporción que hablar, observar mucho más que actuar, comprender más que aconsejar, preguntar más que responder, y buscar comprender más que buscar ser comprendido.

#88peldaños

Tener empatía es saber el efecto que tiene fuera lo que tú eliges dentro.

@ANXO

Es ver aunque no tengas vista.