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Mariana de Jesús se equivocó: notas desde Ecuador

La sorpresa y fastidio de Correa ante el papel fundamental jugado por la sociedad civil frente a la tragedia del terremoto fue más que evidente, pero no causa asombro. Al fin y al cabo, venía de despotricar en su contra en el Vaticano. Correa detesta perder protagonismo (entre otras muchas cosas que detesta). Pero el problema es cuando esta hostilidad permea sus acciones como mandatario.

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En uno de sus tantos viajes con objetivos poco claros, pero siempre muy sonados y promocionados, Rafael Correa viajó al Vaticano en uno de sus dos aviones a visitar al papa (Sí, Correa tiene dos aviones para su uso personal). Según la información gubernamental, el viaje era para ayudar al pontífice en la elaboración de una nueva encíclica (Sí, nuestro presidente también hace encíclicas, faltaría más).

En todo caso, el 15 de abril Correa ofreció en el Vaticano una conferencia llena de los lugares comunes de siempre, que el neoliberalismo esto, que el capitalismo esto otro y que el socialismo del S XXI es la octava maravilla. La misma cantaleta que no se cansa de repetir cada vez que tiene oportunidad, pero para la que ni su propio Gobierno, sumido en una profunda crisis económica que ni siquiera la cada vez más grande deuda pública puede paliar, sirve de ejemplo.

Sin embargo, esta charla tuvo algo de particular, porque si bien no es ningún secreto que para Rafael Correa la sociedad civil es un estorbo (como cualquier cosa que le impida aplicar su estilo decisionista de gobierno), en esta ocasión se mostró de cuerpo entero y no tuvo empacho en expresar la aversión que le provoca. En definitiva, el presidente piensa que si la sociedad civil no está dirigida por políticos y no está controlada y orientada desde el Estado, es muy peligrosa para la democracia. No se diga si está expresada en el trabajo de ONGs, que para él son "representantes de otros gobiernos" (O sea, el diablo. Me pregunto qué pensarán en Amnistía Internacional o en World Wildlife Fund, por ejemplo).

Grupos de médicos, carpinteros, electricistas, albañiles y cualquiera que se creyera útil para algo han partido por cientos hacía las zonas del desastre para prestar su ayuda en lo que fuere.

Pero la fuerza despiadada de la naturaleza y la gente del Ecuador se encargarían de golpearle en la boca. A las 18h58 del 16 de abril de 2016, un terremoto de grado 7,8 en la escala de Richter sacudió con brutalidad la zona costera del país, en especial a las provincias de Manabí y Esmeraldas, dejando devastación y muerte. La ciudad de Pedernales, zona del epicentro del sismo, quedó reducida a escombros, así como gran parte de los poblados cercanos. En el momento que escribo, el balance es de 646 fallecidos, 130 desaparecidos y 26.091 desplazados. Las perdidas económicas han sido calculadas por el propio Correa en 3.000 millones de dólares, y el tiempo de reconstrucción, en al menos 3 años.

No nos reponíamos aún del susto, y la gente ya estaba organizándose para ayudar. Casi inmediatamente, la información empezó a circular a través de las redes sociales, se crearon grupos de Whatsapp y a otros se les cambió su finalidad. Se determinó que lo importante era hacerles llegar ayuda a los afectados en el menor tiempo posible. Todos sabemos que en este tipo de tragedias, el tiempo juega en contra. Esa misma noche y a la mañana siguiente partieron los primeros grupos de voluntarios para ayudar en el rescate. Pronto les seguirían los primeros convoyes de vehículos cargados de agua, alimentos, ropa y medicinas, todo fruto de donaciones. Cientos de toneladas de ayuda no gubernamental se han seguido recolectando y enviando sin descanso desde el momento mismo de la tragedia.

Grupos de médicos, carpinteros, electricistas, albañiles y cualquiera que se creyera útil para algo han partido por cientos hacía las zonas del desastre para prestar su ayuda en lo que fuere. Atención médica, construcción de albergues, repartición de las donaciones. Cualquier cosa. Lo importante es ayudar. Poco a poco, el auxilio también empezó a llegar y a canalizarse desde ONGs como Un Techo para mi País, Acción contra el Hambre o Alianza por la Solidaridad por nombrar sólo algunas, e inmediatamente se sumaría la empresa privada ecuatoriana.

Mientras esto pasaba, Rafael Correa venía de regreso desde el Vaticano en uno de sus dos aviones y arribaría el domingo 17 en la tarde. Su ausencia, en un Gobierno acostumbrado a depender casi en un 100% de las decisiones que él tome, provocó una especie de parálisis colectiva dentro del oficialismo, y mientras el vicepresidente y el Gabinete trataban de coordinar acciones, la sociedad civil ya estaba prestando su ayuda in situ.

La sorpresa y fastidio de Correa ante el papel fundamental jugado por la sociedad civil frente a la tragedia fue más que evidente, pero no causa asombro. Al fin y al cabo, venía de despotricar en su contra en el Vaticano. Además de que detesta perder protagonismo (entre otras muchas cosas que detesta). El problema es cuando esta hostilidad permea sus acciones como mandatario. No es sólo el hecho de amenazar con mandar a la cárcel a aquellos ciudadanos que claman por ayuda, es también hacer oídos sordos ante propuestas sensatas de reducción de gastos por parte del Gobierno a fin de enfrentar la crisis, como la suspensión de sus costosos enlaces semanales (sabatinas) y de la permanente publicidad y propaganda gubernamental, la reducción de aparato del Estado, o incluso la venta de al menos uno de sus aviones.

La sociedad civil ha demostrado que es capaz de enfrentar una tragedia terrible con solidaridad, valentía y buena voluntad, sin necesidad de que el Estado o el caudillo de turno la dirija.

Pero no, el Gobierno está buscando trasladar el costo del desastre justamente a quienes más han dado para intentar paliarlo, los ciudadanos, a través de una serie de medidas impositivas y confiscatorias, condicionando además cualquier reducción de gastos del Gobierno a la aprobación sin cortapisas del paquete económico.

No obstante, la sociedad civil nuevamente está dispuesta a arrimar el hombro, a pagar más IVA, a donar parte de su sueldo (seguramente muchos han donado algunos sueldos ya), pero ante un manejo económico dispendioso que incluso disolvió los fondos de ahorros para contingencias que tanto bien nos harían ahora, y con un presupuesto que debe financiarse con deuda externa ante la práctica quiebra del Estado, las dudas sobre la idoneidad de que sea el Gobierno el que maneje dichos recursos son totalmente justificadas. Muchas voces piden que sean operados por un ente independiente o, al menos, en una cuenta separada de la cuenta única del Estado, pero el Gobierno no escucha ni quiere hacerlo. Le viene bien recibir liquidez en estos tiempos de vacas flacas.

Ante esto, la sociedad civil prepara nuevas movilizaciones. Ha demostrado que es capaz de enfrentar una tragedia terrible con solidaridad, valentía y buena voluntad, sin necesidad de que el Estado o el caudillo de turno la dirija, y seguro dará una batalla muy dura para evitar que el Gobierno derroche los recursos destinados a enfrentar la tragedia.

En Ecuador tenemos una frase atribuida a Santa Mariana de Jesús que dice que el país "no se acabará por los terremotos sino por los malos gobiernos", que luego de esta tragedia debería quedar relegada, porque lo que se ha hecho patente es que nuestro país no se destruirá ni por los terremotos ni por los malos gobiernos, sino al contrario, un terremoto y un mal gobierno han servido para poner en evidencia la bondad, generosidad, solidaridad y grandeza de los ecuatorianos (o al menos de una gran mayoría).

Vaya este artículo en memoria de todas las víctimas y en homenaje a David, Juan Cristóbal, Pablo, Daniel, Steven y todos aquellos héroes anónimos que, poniendo incluso en riesgo su propia vida, han demostrado que la sociedad civil en Ecuador es lo mejor que tenemos, aunque no le guste a Rafael.