En lo más caliente del cálido verano 2015 (II): Escucha, oh Israel

En lo más caliente del cálido verano 2015 (II): Escucha, oh Israel

En la ciudad palestina de Hebrón, he visto a los colonos ocupadores judíos radical-boho-chic conduciendo amenazantes y campando a sus anchas por calles tomadas, desahuciadas de comercios y vecinos palestinos. He visto la historia manipulada y reescrita en carteles vergonzantes, que pretenden transformar los hechos y fechas ciertas manipulándolas al antojo de los reescribientes.

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Aunque ya han transcurrido diez días de mi regreso del viaje con una delegación del Parlamento Europeo a Israel y Palestina (cinco eurodiputados miembros de la Subcomisión de Derechos Humanos estuvimos allí del 20 al 24 de julio), aún me sobresalta el recuerdo de algunos de los momentos que vivimos.

A esta personal evocación (unas veces, involuntaria, otras, muy intencionada), se han ido sumando las noticias inquietantes o directamente demoledoras llegadas de aquellas tierras. Un rosario de muertes incomprensibles y dolorosas han punteado estos días: Falah Hammad Abu Maria (53), Mohamed Ahmed Alawneh (21), Mohamed Abu Latifa (19), Mohamed al Masri (17) y Laith al Jaldi (17), cinco palestinos abatidos en distintas operaciones de las fuerzas de seguridad israelíes; Alí Dawabsha (18 meses), el bebé abrasado por un cóctel molotov lanzado por colonos, y Shira Banki (16), la muchacha israelí de 16 años víctima del apuñalamiento de un ultraortodoxo reincidente en la Marcha del Orgullo Gay.

Déjenme que les dedique a ellos, con sus nombres y apellidos, estas líneas de profundo duelo, preocupación y esperanza.

No voy a extenderme en el relato de la intensa agenda que desarrollamos en esos cuatro días de trabajo de la delegación parlamentaria. Solo les resumiré que mantuvimos encuentros con miembros del Parlamento israelí (Knesset) y del Consejo Legislativo de Palestina, así como con representantes de los respectivos Gobiernos, con agencias de la ONU (mención especial a la imprescindible y valiosísima UNWRA) y con multitud de asociaciones de la sociedad civil palestinas e israelíes. Todos estos encuentros (en profundidad, exigentes, y puedo asegurar que desprovistos de cualquier sesgo ideológico previo, planteados desde la ecuanimidad y la defensa irreductible de los derechos humanos allá donde se vulneren, sea cual sea el lugar y/o el responsable) sirvieron sin duda para prepararnos para lo que íbamos a ver en Jerusalén y en Ramala, en poblados beduinos en Israel y Cisjordania como Abu Nwar y Susiya, en un moshav (comunidad cooperativa agrícola) colindante con el muro de Gaza.... O en la ciudad de Hebrón.

Porque cuesta creer ciertas cosas cuando te las cuentan, acostumbrados como estamos a las versiones interesadas. Pero yo acabo de verlo con mis propios ojos.

En la ciudad palestina de Hebrón, he visto a los colonos ocupadores judíos radical-boho-chic conduciendo amenazantes y campando a sus anchas por calles tomadas, desahuciadas de comercios y vecinos palestinos. He visto la historia manipulada y reescrita en carteles vergonzantes, que pretenden transformar los hechos y fechas ciertas manipulándolas al antojo de los reescribientes, los nombres de las calles cambiados, los soldados imberbes (casi tantos como colonos) vigilando fronteras interiores dentro de una ciudad que era próspera y pujante y gritando consignas para que no creamos lo que nos cuentan. He visto a una anciana enjaulada en su balcón de la calle-frontera para protegerse de las pedradas de los judíos ocupantes que agujerean cristales y paredes, he visto a palestinos a los que no se les permite entrar a su casa por la puerta principal y tienen que rodear toda la manzana y utilizar las traseras de los vecinos y saltar por los tejados. Los he visto con el pasaporte en la mano, cabizbajos, pidiendo permiso para transitar por su ciudad. He visto a ancianos cargando bolsas por cuestas tan empinadas que quitan el aliento, porque se les prohíbe utilizar las calles rectas y los accesos directos a sus domicilios. He visto accesos tapiados a parques maravillosos, puertas destrozadas y atrancadas de comercios desaparecidos, pintadas con insultos, vulneraciones de la propia legalidad israelí ensartadas una tras otra en esa misma calle.

He visto la espectacular extensión de asentamientos como el que domina la colina sobre el poblado beduino de Abu Nwar. Construido en apenas año y medio, sus fuentes y piscinas son el mayor insulto para los seiscientos beduinos a los que se les niega el suministro de agua potable, y sobre los que se cierne la amenaza de una evacuación inminente, tal y como ocurre en Susiya y tantos otros. Solo pequeñas construcciones bajo bandera europea les dan alguna esperanza de que la injusticia creciente cambie de signo algún día.

He visto los planes de ampliación de los asentamientos ilegales en West Betlehem, la devastación de los acuíferos naturales por el uso intensivo de agua para uso doméstico y comercial, los procesos de depuración sin resolver. He visto los terrenos antes fértiles y ahora sin agua que los palestinos ya no pueden trabajar... y que, precisamente por eso, por llevar tres años sin cultivar, les serán expropiados por el Gobierno israelí, acogido desde hace décadas a una antigua ley otomana. Esas tierras serán pronto adjudicadas precisamente a las asociaciones que gestionan los asentamientos ilegales próximos para su expansión, como es el caso.

De tal modo y manera que a la impunidad inicial de quien toma una tierra ajena al asalto, se une la fortificación y servicio de protección inmediata por el ejército israelí (y, por ende, de sus ciudadanos, que lo financian) para protegerlos de posibles ataques de los ocupados..., dándoles, de facto, legitimidad y carta de naturaleza, y validando su razón de existir. Para luego, además, propiciar su expansión a través de las referidas expropiaciones y asignaciones de tierras no cultivadas. Por no hablar de la exención de impuestos a los productos de las colonias, y la mayor de las facilidades en la provisión de servicios y suministros, que incluyen las infraestructuras de conexión entre la red de asentamientos ilegales. Esto convierte los Territorios Palestinos en Territorios Ocupados agujereados, aislados entre los nódulos de comunicaciones de los colonos, a las que los palestinos tienen prohibido el acceso, y cuya implantación desintegra cualquier posibilidad de interacción comercial propia.

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No hay asomo de casualidad en la dinámica de ocupación vía asentamientos, sino una meticulosa planificación en tiempo, forma, ubicación, modo y consecuencias irradiadas, que solo se aprecia en su integridad cuando accedes a una visión lo suficientemente gráfica del proceso: la ocupación por colonos de la franja que va de Jerusalén Este a Jericó partirá en dos sin remedio a Cisjordania. El carácter atribuido a los repartos de zonas A, B y C se ha convertido en irrelevante. Las comunicaciones de las colonias suponen ya una amplísima red nodal que asfixia como una tela de araña las transacciones palestinas. Y la variable, mordiente construcción de muros, no solo en el recorrido de la frontera oficial o Green Line, sino con muros interiores que van convirtiendo la zona en un laberinto de fortificaciones y fronteras bendecidas por las autoridades israelíes, no hace sino sentenciar el proceso.

He visto, en definitiva, y les aseguro que no dejo de pensar en el porqué y para qué, un plan sistemático para acabar con cualquier posibilidad de un Estado palestino y, por ende, de llegar a una solución de dos Estados.

¿Es posible que el Estado democrático de Israel, el defensor desde Oslo de la solución de dos Estados para dos pueblos como única opción de convivencia pacífica duradera, esté actuando calculadamente para acabar con ella?

Los asentamientos de los colonos judíos en territorios palestinos son ilegales de acuerdo al derecho internacional y según innumerables declaraciones de organismos internacionales, la más reciente del secretario general de Naciones Unidas. Ban Ki-Moon acaba de criticar duramente al Gobierno israelí por "la impunidad" de la que gozan los colonos cuando atacan a los palestinos. "Es necesario que esto se termine", ha afirmado.

Y si estos colonos, ciudadanos israelíes, deben ser por tanto y a todos los efectos perseguidos y castigados por un Estado de Derecho como el israelí, un país democrático que respeta y acepta las normas internacionales..., ¿cómo pueden justamente aparecer como instrumento y protagonistas de su plan?

Pero lo cierto y verdad, la tozuda realidad, es que hay más de medio millón de colonos en los asentamientos ilegales de Jerusalén Este y Cisjordania. El sesenta por ciento de sus ingresos provienen del Estado. Tienen casa subvencionada y servicios públicos preferentes, además de la protección militar del ejército israelí. Los productos de las colonias no pagan impuestos. Y estos ocupantes ilegales de tierras y recursos palestinos no solamente ven desplegado de forma inmediata un círculo de seguridad militar alrededor del levantamiento de sus colonias, sino que, a partir de ese momento, hacen un uso privativo y preferencial de los recursos naturales de la zona y se autoerigen en fuerza de ocupación cuya misión (ideológica, nacionalista, religiosa) es bendecida por privilegios en lugar de castigada por su ilegalidad ab initio. Propician el acoso, amedrentamiento y, en último término, expulsión de los habitantes de sus propias tierras... que, como he explicado antes, les acaba siendo ¡legalmente! expropiada por el Estado israelí y revertida a los ocupantes ilegales.

Hay otro aspecto que considero fundamental destacar: el futuro de Israel, por una mera cuestión demográfica, bien puede estar en manos de los ultraortodoxos. Con una media de entre seis y siete hijos por familia, su crecimiento es formidable: un 5% al año, frente a apenas un 1,8% a nivel nacional. A este ritmo, supondrán un 20% de la población de Israel dentro de 15 años, un 40% para 2059... Teniendo en cuenta que solo un 20% de los habitantes de Israel son árabes, poco más se puede decir.

Y un último apunte: se calcula que aproximadamente tres cuartas partes de los colonos son ultraortodoxos.

Esto significa, por un lado, que suman a las de los colonos otras ventajas estatales: seis de cada diez no trabajan y se dedican solo a estudiar la Torá, por lo que el Estado les otorga una pensión de unos quinientes euros al mes, acumulables a las ayudas por hijos y a las becas especiales para estudiar en escuelas talmúdicas (otros cuatrocientos euros). Están eximidos de hacer el servicio militar. Por otro, tiñen de radicalismo y agresividad su presencia ocupante, pues se han ido constituyendo en algo parecido a un grupo étnico, con sus propios códigos de comunicación, conducta y hábitos. Ellos, los jaredíes, "los que tiemblan ante Dios", han crecido en la dependencia del Estado, ajenos y desconocedores del mundo exterior. Se autodenominan yidn, es decir "judíos", los verdaderos judíos, los custodios de la fe, salvaguardas últimos de la ortodoxia.

El integrismo subvencionado en estado puro.

¿Es posible que el Gobierno israelí no se haya dado cuenta de esta compleja pero inapelable obviedad? Sinceramente, no lo creo. La altura y calidad de su extraordinaria inteligencia no deja margen a la duda. Entonces, ¿por qué la ausencia de reacción? ¿Por qué ese fatalismo paralizante?

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Foto: EFE

Coincido plenamente con David Grossman en su reciente análisis: es imperativo que la autoridad israelí tome conciencia plena de que la deriva ocupadora y la falta de diálogo con los palestinos pueden llevar al fin de Israel como Estado democrático para los judíos. Debe tomar medidas inmediatas para afrontar la perversa fuerza creciente del integrismo nacionalista y religioso, para el que no existen límites legales, morales ni de sentido común, porque ha ido cobrando una devastadora fuerza en su seno, alimentado por sus propias arcas y afán defensivo.

Porque, tras cincuenta años de ocupación, la conciencia de pueblo conquistador ha derivado en la consideración de que el sometimiento de los débiles implica que estos son inferiores a los conquistadores y, por tanto, odiarlos es razón suficiente para legitimar su deseo de eliminarlos, expulsarlos, exterminarlos en última instancia.

La peligrosa tela de araña de los asentamientos ilegales y el insaciable afán fundamentalista de los ultraortodoxos no tiene otro final posible que la sofocación de la legitimidad democrática de Israel como Estado.

No cabe, por tanto, otra opción para la supervivencia de un Estado de Israel democrático y garante del derecho internacional y los derechos humanos en el que en el futuro quieran vivir sus hijos que detenerlo y afrontarlo con la misma determinación con la que ha afrontado históricamente el terrorismo.