La mujer que amaba al ser humano

La mujer que amaba al ser humano

¿Qué tienen en común la belleza de la danza, la frialdad de una mirada inerte y la inocencia de un simio? A Isabel Muñoz y su pasión por la fotografía. La catalana rinde culto al ser humano en todas sus vertientes para "hablar de él, de los sentimientos, de la vida; siempre he procurado sacar esa luminosidad que todos tenemos".

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Foto: Thomas Canet.

"Desde muy pequeña me ha gustado (y me gusta) hacerme invisible y observar a la gente. Me encanta descubrir sus sentimientos. Cuando alguien no se sabe observado, te enteras de cosas maravillosas, no solo sobre su personalidad, sino de su relación con los demás a través de sus ojos, sus gestos y sus manos, su manera de tocar. Es fascinante". Algo prodigioso que ella sabe trasmitir a través de su mirada curiosa. Así es Isabel Muñoz (Barcelona, 1951).

A esta mujer menuda, fuerte y frágil a la vez, de una belleza anfitriona y ávida de vivir la vida, le encanta meterse en el ojo del huracán. A modo de paladín de la justicia, se cuela en los lugares menos recomendables para vociferar con sus imágenes un "esto no está bien" apto para ser comprendido por todo el mundo.

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¿Qué tienen en común la belleza de la danza, la frialdad de una mirada inerte y la inocencia de un simio? A Isabel Muñoz y su pasión por la fotografía. La catalana, afincada en Madrid desde los 70, rinde culto con sus imágenes al ser humano en todas sus vertientes para "hablar de él, de los sentimientos, de la vida. Siempre he procurado sacar esa parte buena, esa luminosidad que todos tenemos, hasta la de los momentos de mayor tristeza", nos cuenta.

Sus ojos, como un caleidoscopio, han inmortalizado toda clase de tribus, étnicas y urbanas, en los lugares más remotos del planeta. Nadie como ella es capaz de transformar la injusticia, el dolor y la más cruda realidad en obras bellas que, al tiempo que nos embelesan por su estética, nos cuentan verdades que deberíamos conocer, por mucho que nos pesen, y luego, en la medida de nuestras posibilidades, intentar que cambien. Isabel lo hace.

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La visitamos en su enorme estudio de Madrid -un espacio diáfano, cuidadosamente desordenado y lleno de vida-, algo así como la cueva de Ali Babá para todos los que amamos el poder y la magia de las fotos. Es su lugar en el mundo, Isabel Muñoz se siente en su salsa.

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Foto: Thomas Canet.

Su obsesión por comerse el mundo con los ojos, le viene desde que era niña. "De pequeña, cuando aún no había televisión, me regalaron un View-Master, un aparatito con un redondel que girabas y veía fotos en 3D. ¡Me tenía fascinada! Fui guardando los dineritos. Cuando junté lo suficiente, a los 13 años, me compré mi primera Instamatic y me puse a fotografiar todo", recuerda.

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Foto: Thomas Canet.

Ella aún no lo sabía, pero ha sido el paso de los años lo que la ha transformado en una cuentista: "Más que fotógrafa, me considero una contadora de historias. Aparte de ser testigo, en la fotografía he encontrado un medio para compartir; de otra manera, lo que hago no serviría de nada".

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Foto: Thomas Canet.

"Siempre he tenido interés en buscar nuestra parte más primitiva, más fresca y más esencial", prosigue. "Lo he ido buscando a través de las tribus que viven de espaldas al progreso y que usan su cuerpo como un libro. Desde 2000 y durante cinco años, he estado yendo y viniendo a Etiopía. De ahí pasé al tema de La Mara, preguntándome: ¿por qué en el siglo XXI los jóvenes necesitan camuflarse?".

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La Mara, o mejor dicho, la serie de retratos de estos guerrilleros cuya única ley es la violencia, es espeluznante. "Es el atractivo del mal", explica Isabel. "Ellos saben que están muertos y por eso dicen: 'La muerte es segura, la vida no'. Se tatúan toda la cara, les borran la identidad. Me quedé muy impresionada cuando los fotografiaba, sentía que esos ojos tan fríos e inertes podían mirarme del mismo modo si decidieran acabar con mi vida".

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Lleva a sus espaldas más de tres décadas de profesión y, a medida que va inmiscuyéndose en las distintas tribus humanas, o incluso en el universo de los simios de su serie Album de familia, va aprendiendo cosas sobre sí misma. Por ejemplo, hubiera sido una corresponsal de guerra desastrosa.

"En un conflicto bélico, un fotógrafo especializado, bueno, a pesar de sentir lo que siente, siempre está dónde tiene que estar. Como para todo, hay que tener oficio, no tenerlo te cuesta la vida. Hay reporteros y reporteros. Yo he visto trabajar a Gervasio Sánchez, por ejemplo, y él deja la cámara para poder mirar al otro, y en sus fotos se nota, hace falta una ética en la vida para todo. Hay un respeto al ser humano, que no podemos olvidar y que está por encima de todo", considera.

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No obstante, Isabel Muñoz se pasa media vida documentando cosas espantosas. La pregunta es: ¿y eso, cómo se cura? ¿Cómo se puede retomar tu día a día cotidiano sin que todas estas atrocidades te hundan en un agujero negro? "Las historias y las fotos forman parte de ti para siempre. ¡Es tremendo! Pero se convierte en una forma de vida. Yo no puedo fotografiar nada que no ame, y necesito amar. Pienso que somos unos privilegiados por poder contar aquellas cosas que nos tocan, que nos emocionan", explica.

"Pero es difícil curarse, vives con ello. Mi forma de sanar es a través de la belleza. Por ejemplo, me apasiona la danza; y, cuando termino uno de estos trabajos, lo que necesito es fotografiar el amor que el ballet me produce, un momento de placer tremendo cuando tengo delante a un bailarín o una bailarina. Ahora estoy haciendo una serie debajo del agua; te metes tanto en lo que estás haciendo que desconectas de todo".

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Foto: Thomas Canet.

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Foto: Thomas Canet.

En plan lúdico, nos preguntamos qué foto histórica le hubiera encantado hacer, y aquí asoma el glamur de esta guerrera: "La de Anita Ekberg en la Fontana di Trevi en La dolce vita, y me hubiera encantado conocer a Fellini".

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Rotundas, elegantes y profundamente locuaces, sus obras forman parte de importantes colecciones públicas y privadas de todo el mundo. La pregunta del millón es: ¿se puede vivir de hacer fotos? "En la actualidad, vivir de la fotografía cuesta muchísimo. Yo soy una afortunada y, gracias a Dios, hay muchísima gente que tiene esta misma suerte".

El retrato de Isabel Muñoz y las fotos de su estudio, de Thomas Canet.