Sueña Natasha, sueña

Sueña Natasha, sueña

Las mil y una Natashas que Natasha Lebedeva deja traslucir en sus obras automáticamente nos inducen a querer buscarles un tacto -mármol, terciopelo, metal...- una música y un olor, un perfume. Sus imágenes son pequeños (y oportunos) pellizcos a nuestros sentidos y a nuestra capacidad de imaginar.

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Las mil y una Natashas que Natasha Lebedeva (San Petersburgo, 1975) deja traslucir en sus obras automáticamente nos inducen a querer buscarles un tacto -mármol, terciopelo, metal...- una música y un olor, un perfume. Sus imágenes, sean de Elogio de la carne, Ubicaciones, Dreams under construction, Coreografía para una asfixiante cotidianidad o cualquiera de sus series son pequeños (y oportunos) pellizcos a nuestros sentidos y a nuestra capacidad de imaginar.

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Sea como sea, encontraremos una historia en su fotografía, bien sobre lo que ella misma ha concebido o bien dando rienda suelta a nuestra propia fantasía. La fascinación ante su trabajo es un hecho.

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La artista, afincada en Mallorca, comenzó su formación artística en San Petersburgo. Ya, aterrizada en España, pero en Madrid, donde residió 10 años, redondeó el tema con cursos de grabado, fotografía, composición y soporte digital. Luego los remató con la beca que le otorgaron en la Fundació Pilar i Joan Miró de la isla. Allí, imaginamos que el hechizo Mediterráneo pudo con ella y no tuvo más remedio que echar anclas y desarrollar su lenguaje. Lebedeva analiza la cultura visual postmoderna enfrentándose a desiguales conceptos en torno al desnudo y la identidad, la desaparición, la exaltación del exceso, manierismo y perversidad, semejanza, repetición, diferencia, sexualidad, violencia y trasgresión. Hablamos con ella.

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¡Una rusa en Mallorca! ¿Qué tiene la isla para haberte enganchado?...

Me atrajo mucho por su espíritu, aquí respiras liberación y bienestar. Mallorca me dio la oportunidad de resurgir en muchos de los sentidos de un estancamiento que sentía en aquella época. Y ese es un sentimiento al que ahora me sería muy difícil renunciar.

Y ¿qué tiene Rusia para haberla dejado?

Adoro mi país y lo echo de menos profundamente. Me fui de Rusia cuando tenía 18 años y ahí está la razón: la inquietud y el espíritu libre de la juventud.

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¿Qué parte del espíritu mediterráneo ya has hecho tuyo?

El tiempo... o mejor dicho, los tiempos. Y me refiero al transcurso del tiempo, sus ritmos, pausas, etc. Antes de llegar a la isla yo vivía en Madrid, donde por lo general todo marcha a un ritmo vertiginoso. Mallorca me permitió coger aire y detener el tiempo, mi tiempo, aunque solo fuera para quedarme quieta a mirar a mi alrededor.

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La beca de la Fundació Pilar i Joan Miró te abrió los ojos hacia...

Nuevos proyectos. Ha sido un trampolín hacia trabajos más conscientes, elaborados y profundizados. Yo diría que esta etapa de mi vida ha marcado un antes y un después en todos los sentidos profesionales y personales. Fue ahí cuando empecé a enamorarme de la isla. La Fundació siempre me ha parecido un sitio especial. Poder trabajar allí con diferentes artistas ha sido un privilegio absoluto, sobre todo con Rafa Forteza, que ocupa un sitio de honor: fue un respaldo muy importante cuando yo me enfrentaba a nuevos retos y, desde luego, me ayudó a crecer como artista.

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Comenzaste como grabadora, la fotografía ¿te vale para llenar esa parte artesanal del grabado?

¡Para nada! Las dos técnicas son muy diferentes e irreemplazables. Al principio estuve perdidamente enamorada del grabado y no hice caso a la fotografía. Un pintor tiene que estar muy seguro de lo que hace, porque hagas lo que hagas, ya no tiene marcha atrás. Y luego, la tecnología llegó a mi vida para hacer cierto apaño: el ordenador me da mayor libertad, porque te permite preservar cada etapa. Puedes pensar y reflexionar con mayor tranquilidad. La fotografía tiene posibilidades infinitas y su manipulación te da carta blanca para expresarte sin ataduras.

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¿Cómo definirías tu estilo?

Trabajo con fotografía o collage digital fotográfico. La principal característica es el empleo de deformaciones o transformaciones de la realidad, buscando ambigüedad o versatilidad de la materia.

¿Tus fotos surgen de una idea o son momentos en los que descubres algo y luego lo trabajas?

Un poco de todo. A veces una foto es la que te lleva y te induce en una línea de trabajo, y en otras ocasiones no son más que los archivos utilizados para una idea anteriormente concebida que vuelves a recuperar, pero para darles otra dirección.

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He visto que muchos de tus modelos son amigos tuyos, ¿son más fáciles de retratar?

¡Por supuesto! Al trabajar con gente con la que tienes una relación, posees ciertos conocimientos privilegiados que te permiten profundizar en la personalidad y reflejar mejor la esencia del individuo.

El cuerpo humano ¿es imprescindible en tus obras?

Con mi proyecto Land-escape he demostrado que hay otros mundos más allá de lo humano, así que no, no es imprescindible... Pero reconozco que el cuerpo es un fetiche para mí.

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El desnudo en tu trabajo tiene mucho que decir... ¿Qué es?

De alguna manera es estar expuesto a la absoluta sinceridad con uno mismo.

El blanco y negro o el color en tus fotos está relacionado con...

Mi estado de la razón y ánimo.

¿Quiénes son tus referentes?

No los tengo muy clasificados, pero si tuviera que destacar a uno, sin duda sería Francis Bacon.

¿Qué proyectos tienes entre manos?

¡Son muchos, y eso es lo malo! A veces es importante centrarse solo en uno para indagar y profundizar en ello hasta las entrañas.

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De cara al futuro, ¿cuáles son tus sueños en lo profesional?

Curiosamente no tengo sueños especiales, tan solo con poder crear ininterrumpidamente y poder vivir de ello sería suficiente.

Suficiente para Natasha Lebedeva y para nosotros. Por suerte, sus sueños pueden ser compartidos.

Fotografías: cortesía de la artista

Este post fue publicado originalmente en el blog de la autora