Carta abierta a mi mujer con depresión

Carta abierta a mi mujer con depresión

Cuando nos conocimos, no era más que un universitario que estaba coladito por ti. No estaba preparado para lidiar con los efectos de una enfermedad mental o para lidiar con las repercusiones de las que creía tener la culpa. Estaba listo para darte lo que quisieras, aunque fuera algo imprudente o autodestructivo. Hoy soy tu marido.

5c8b2a882400006d054d04b5Brandon Geib

A mi mujer y mejor amiga:

Cuando nos conocimos hace cinco años, jamás me habría imaginado que ahora estaría escribiendo esto. Mientras estábamos delante de todos esos desconocidos, decididos a dar lo mejor de nosotros mismos, no creía que llegaríamos a esto. Hemos llegado muy lejos.

Hasta que nos conocimos, no había conocido de cerca a nadie que padeciera ansiedad crónica y depresión severa. Para mí, sólo eran expresiones de moda que decían las personas a las que no se les ocurría otra forma mejor de describir sus problemas cotidianos.

"Creo que voy a tener un ataque de pánico" o "ay, es que estoy muy deprimido" han sido algunas de las monótonas frases que la gente decía alegremente cuando se acababa su bollo favorito en la cafetería o cuando tenía que quedarse en la biblioteca para acabar un trabajo y no podía irse con sus amigos a un bar. Servían para avisar a los demás de que una persona tenía problemas y para dejar claro que querían que les consolaran por sus anecdóticas dificultades.

Pero tú eras diferente.

Esos días en los que no salías de la cama, o en los que te daba la impresión de que comer era demasiado esfuerzo. Esos momentos en los que te pillaba llorando y tú intentabas (sin éxito) esconderlo.

Nunca percibí esa monotonía en ti. Al contrario, siempre estuviste llena de vida y de energía. Pero, poco a poco, empecé a descubrir esa parte de ti que tan bien podías esconder de mí y del resto del mundo por miedo a que te descubrieran. Esos días en los que no salías de la cama, o los días en los que no te duchabas, o los días en los que te daba la impresión de que comer era demasiado esfuerzo. Esos momentos en los que te pillaba llorando y tú intentabas (sin éxito) esconderlo para que las cosas fueran más fáciles.

Llevamos cinco años juntos y dos casados. El tiempo que hemos pasado juntos ha sido maravilloso, pero se podría definir como una "montaña rusa emocional". Para un marido que siempre se ha considerado sincero y, a falta de una palabra mejor, viril, al principio era incapaz de creer que había días en los que no podía reconfortarte, en los que no podía cambiar tu estado de ánimo.

Cuando tocaste fondo, fue difícil no tomarme de forma personal tus peticiones de dejarte tranquila y tus afirmaciones de que necesitabas enfrentarte a esto sola. No podía hacer nada para ser un mejor marido o compañero que te ayudara a acabar con la ansiedad y la tristeza. Sí, estabas llorando, pero no era por mi culpa. Me entristece admitir que en ese momento tus palabras de tranquilidad me entraban por un oído y me salían por el otro.

"Si sigo viva es sólo porque no podría hacerte algo así. No puedo suicidarme porque sé lo mucho que te dolería". Eso me dijiste.

Cuando tocaste fondo, me dijiste algo para lo que nunca estaré preparado. "Si sigo viva es sólo porque no podría hacerte algo así. No puedo suicidarme porque sé lo mucho que te dolería". Eso me dijiste. Me rompió el corazón. Con esas palabras expresaste lo mucho que me valoras y, al mismo tiempo, lo poco que te valoras a ti misma. La frustración que provoca no ser capaz de decirle a tu mujer con depresión lo mucho que la quieres y lo que mejora todos tus días y saber que, aunque te sonría, no te va a creer del todo o no se va a dar cuenta de lo que estás intentando transmitirle es una de las cosas más difíciles por las que he tenido que pasar. En resumen: sentía impotencia. Durante los meses anteriores y posteriores a nuestra boda, estaba paralizado. Creía de verdad que no podía hacer nada. Me daba la sensación de que estaba atrapado en un bucle que consistía en intentar comprender tu depresión, en frustrarme cuando las cosas iban mal y en no querer otra cosa que ayudar a que te sintieras mejor. Una posición nada envidiable para alguien que se acaba de casar.

Pero hoy las cosas están mejor. Ha pasado más de un año desde aquel día y, después de innumerables llamadas y lágrimas, has ido a un psicólogo que te ayuda (bueno, que nos ayuda) a saber cómo lidiar con tu depresión y con tu ansiedad de una forma sana y controlada. He aprendido que siempre habrá días en los que estarás más triste. Días en los que no serás del todo tú. Habrá días difíciles, pero sigo aprendiendo que a veces puede que no haya ningún motivo por el que estés triste.

Sé que te sigue dando miedo. Aunque ya no tengas pensamientos suicidas, sé que no dejas de pensar en que un día volverán y nos invadirán. Pero tienes que saber que esta vez estaré preparado.

Cuando nos conocimos, no era más que un universitario que estaba coladito por ti. No estaba preparado para lidiar con los efectos de una enfermedad mental o para lidiar con las repercusiones de las que creía tener la culpa. Estaba listo para darte lo que quisieras, aunque fuera algo imprudente o autodestructivo.

Hoy soy un hombre. Hoy soy tu marido.

Cuando nos conocimos, pensaba que eras diferente. Tenía razón. Porque, a pesar de la lucha interna que libras diariamente, sigues siendo la mejor esposa que podría haber esperado. A pesar de las dificultades que estas enfermedades mentales nos traerán en el futuro, las espero con la cabeza alta. Siempre y cuando nos enfrentemos a ellas juntos.

Tu protector en guardia,

Tu marido.

***

Si estás sufriendo una crisis personal puedes llamar al Teléfono de la Esperanza (902 500 002), una ONG dedicada a promover la salud emocional.

Este artículo fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del francés por Irene de Andrés Armenteros.