En Alemania, no todos son lo mismo

En Alemania, no todos son lo mismo

Una continuidad del Gobierno actual favorecería el mantenimiento de una política que está costando recesión y paro en la UE. Pero un cambio en Berlín, con un canciller socialdemócrata o un ejecutivo con presencia del SPD, permitiría alentar otros horizontes centrados en el crecimiento y el empleo.

No, ni todos son iguales ni es verdad que uno solo domine al resto. Lo digo a propósito de las elecciones alemanas del domingo, en torno a las que hay dos afirmaciones que, de tan repetidas, se están convirtiendo en tópicos y, como estos, no se corresponden exactamente con la realidad.

Empecemos por la más gruesa: Alemania es la que dicta lo que hace y se hace en la Unión Europea, en la que el resto de miembros -27 a día de hoy- se han convertido en comparsas de Berlín. No es verdad.

Lógicamente, cada uno hace valer su peso político y económico en una Unión compleja como debe serlo la única democracia supranacional existente. Pero existen suficientes pesos y contrapesos en su seno (por ejemplo, la no proporcionalidad entre escaños y población en el PE, la regla hoy excepcional de un nacional por estado miembro en la Comisión, la conformación de mayorías y minorías para la adopción de acuerdos en el Consejo o, incluso, la insoslayable unanimidad en ciertos ámbitos) como para que hasta los países más pequeños y, desde luego, las instituciones -que encarnan y defienden el interés comunitario- no solo hagan sentir su voz, sino que condicionen en conjunto la toma decisiones.

Ejemplos los hay a cientos, incluso en lo referido a la crisis: no siempre Berlín se ha salido con la suya, y seguramente tampoco lo hubiera deseado, entre otras cosas porque Alemania ha sido y sigue siendo uno de los estados más proeuropeos o, si se quiere, federalistas de la Unión. Durante mis tres mandatos como eurodiputado fui testigo de que los alemanes participaban en los acuerdos y los desacuerdos como los demás, casi nunca con una prepotencia a la que podía tentarles su poderío económico.

En todo caso, por si alguien tiene dudas, la conclusión es sencilla: para limitar el poder de uno y ampliar el de todos, lo mejor es incluir lo que todavía no forma parte de las políticas gestionadas por el método comunitario (propuesta de la Comisión, decisión conjunta entre Eurocámara y Consejo) en su ámbito de aplicación, empezando por lo económico. O sea, culminar la unión política.

Segundo tópico: gane quien gane, no cambiará nada en Europa. O, dicho de otra manera, en Alemania "todos son iguales". Pero basta leer un resumen de los programas de los partidos en liza para darse cuenta de que las diferencias son relevantes. Por ejemplo, entre los democristianos y los socialistas hay una clara apuesta de estos últimos por un reparto mucho más equitativo de las cargas financieras vía impuestos y, desde luego, una lejanía a afrontar el futuro únicamente con la fórmula de la austeridad por la austeridad. En lo europeo, el SPD es mucho más receptivo a fórmulas de mutualización de la deuda, un tema central. Alguien dijo que la política exterior es reflejo de la interior. Y Alemania no es la excepción.

Dicho de otra manera: una continuidad del Gobierno actual favorecería el mantenimiento de una política que está costando recesión y paro en la UE. Pero un cambio en Berlín, con un canciller socialdemócrata o un ejecutivo con presencia del SPD, permitiría alentar otros horizontes centrados en el crecimiento y el empleo.