Rusia, o la chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina

Rusia, o la chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina

Incapaz de aprender de lecciones pasadas -que demostraron que es mucho más fácil provocar un incendio que sofocarlo y que, en todo caso, las llamas siempre dejan un rastro de destrucción-, la UE sigue empeñada en que su "política" hacia Rusia consista básicamente en una lista de sanciones que termina formando parte de la tormenta perfecta que se cierne sobre Moscú.

Que me perdone Stieg Larsson, pero no he podido resistir la tentación de plagiar el título del segundo libro de su trilogía para definir la actual "política" -entre comillas- de la UE hacia Rusia, con la que Bruselas parece comportarse como esa chica que buscaba una cerilla y un bidón de gasolina al que prenderle fuego para saldar antiguas deudas.

Incapaz de aprender de lecciones pasadas -que demostraron que es mucho más fácil provocar un incendio que sofocarlo y que, en todo caso, las llamas siempre dejan un rastro de destrucción-, la UE sigue empeñada en que su "política" hacia Rusia consista básicamente en una lista de sanciones que termina formando parte de la tormenta perfecta que se cierne sobre Moscú.

Tormenta, por cierto, alentada por regímenes tan democráticos como Arabia Saudí a través de la bajada de los precios del petróleo y, desde luego, vista con buenos ojos por una Administración norteamericana (¡cuántas esperanzas terminan evaporándose en los segundos mandatos, presidente!) que sigue usando los mapas de antaño, cuyo principal objetivo era aislar por todos los medios -políticos, económicos y militares, OTAN mediante- al enemigo soviético... o ruso, qué más da.

Declarada culpable única en la crisis de Ucrania y condenada por la anexión de Crimea -tan ilegal como la independencia de Kosovo según el derecho internacional (España es coherente en esto), aunque juzgada con doble rasero por Europa-, la Rusia de Putin se ha convertido en el objetivo a batir de la noche a la mañana. Como si no hubiera otras prioridades en el Planeta. Y hoy, rodeada por las sanciones (la UE y los Estados Unidos anuncian su mantenimiento, refuerzo o ampliación como regalo navideño), con los ingresos por los suelos a causa del hundimiento de los ingresos del crudo y con el rublo agónico, Moscú se enfrenta a una crisis (suya y nuestra) de consecuencias incalculables.

Todos sabemos y denunciamos que Putin no es un adalid de la democracia, que Rusia no es un Estado de derecho pleno, que se persigue a los opositores de forma tan inaceptable que en ocasiones terminan muertos, que no se respeta la libertad de expresión, que los oligarcas han campado y campan por sus respetos y que la ciudadanía vive muy por debajo de lo que las riquezas del país permitirían. Pero también debemos ser conscientes de que los sueños de derribar al régimen de Putin con una cerilla y un bidón de gasolina pueden terminar mal para todos, empezando por quien está a su lado, la UE.

¿No sería mejor que en vez de encelarse en las sanciones, Bruselas diseñara una Política con mayúsculas hacia Rusia que tendiera puentes a partir de una valoración realista del coste que comportaría un vecino de esa envergadura desestabilizado política y económicamente, cuando tantos frentes se abren en áreas geográficas en las que su colaboración resulta imprescindible? ¿Qué impide promover una cumbre con Moscú en la que se pongan las cartas boca arriba para conseguir concesiones ahora que Putin está en dificultades? ¿No ha llegado el momento de bajar el garrote y tender la mano? Si los responsables de la UE dudan, que le pregunten su opinión a las empresas europeas con miles y miles de millones de euros invertidos en Rusia. Quizá lo tengan más claro.