La locura de Pokémon Go y otras formas de perder la vida

La locura de Pokémon Go y otras formas de perder la vida

Las herramientas que el hombre crea no son ni buenas ni malas, lo bueno o lo malo es el uso que le damos, y sobre todo, cómo nos retroalimentamos para ese uso y cómo educamos a nuestros hijos para hacerlo de la manera adecuada. Si educamos con ejemplo, con criterio y con juicio crítico estaremos generando un entorno de gente sana y divertida que no necesite aumentar de forma virtual la realidad, porque será capaz de gozar al máximo de ella en cada momento o con cada persona.

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No sé lo que es Pokémon Go, lo reconozco, o mejor dicho no lo sabía hasta hace un rato que he matado un pájaro con una poké ball de esas en mi jardín. Luego he tratado de cazar, de forma infructuosa, un gato o algo parecido que me hacía burla desde una maceta, a los 30 segundos me he cansado y me he metido en casa porque me estaba achicharrando con el calor, he cerrado, no sin dificultad, la aplicación y ahora estoy preocupado pensando si el gato seguirá en mi terraza todo el día, si me atacará esta noche cuando salga a regar o si, por el contrario, debería de ser bueno y sacarle un platito con leche.

Realidad virtual aumentada lo llaman, y parece ser que se trata de insertar elementos virtuales en el mundo real, como si no tuviésemos bastantes elementos extraños ya con lo que tenemos. El caso es que el juego del Pokémon Go tiene a medio mundo haciendo el tonto por la calle buscando pájaros, murciélagos y gatos como el de mi terraza, de nombre a cada cual más impronunciable, al menos para la gente de mi generación.

Haciendo el tonto no por el juego en sí, que no dudo que haya quien lo pueda ver entretenido, sino por las actitudes y comportamientos de algunos jugadores que están trascendiendo a la prensa, y no precisamente como ejemplo de urbanidad y sentido común. Hemos visto cómo un grupo de jugadores colapsaron Central Park en Nueva York buscando un Vaporeon (no sé lo que es), cómo los Mossos pillaron el otro día a dos japoneses buscando bichos en un túnel vetado para peatones, jugándose la vida, o cómo un tío se ha liado a tiros en EEUU con dos jugadores, pensando que le querían robar en casa... También he leído cómo ya han encontrado a jóvenes buscando Pokemon en los cementerios, o entre los bancos de una catedral, y supongo que en breve veremos a Celia Villalobos matando bichos entre los leones de las cortes, ahora que ya no está en la Mesa del Congreso. Hasta un cadáver real han encontrado ya con un móvil buscando seres virtuales.

No dudo que el juego sea de lo más divertido, aunque yo no le he visto la gracia, y no dudo que pueda tener su lado bueno para los chavales. El otro día, por ejemplo, una madre de familia me decía que estaba encantada con la aplicación porque era muy social, y sus hijos socializaban mucho cuando coincidían con otros frikis (esto no lo decía) buscando recompensas. Posiblemente tenga sus ventajas, no lo niego, pero como en todo, la cuestión está en el uso que hacemos de ello.

Cada vez oigo más voces diciendo que la tecnología se ha cargado las relaciones humanas, y no estoy de acuerdo, al revés, creo que las facilita. El problema está en cómo usamos dicha tecnología y con qué objetivo. ¿Es malo el WhatsApp? No lo es, pero si cae en manos de un grupo de madres de familia (o padres) hambrientos de sangre es el peor invento que el demonio ha podido crear, como me contaba el director de un colegio víctima de las conspiraciones de wasap de las madres de familia de su centro.

¿Es más peligroso internet que un quiosco de prensa? En ambos puedo encontrar buena información, entretenimientos y grandes lecturas, pero en ambos puedo adquirir también pornografía, información basura o un tratado de armamento.

Las herramientas que el hombre crea no son ni buenas ni malas, lo bueno o lo malo es el uso que le damos, y sobre todo, cómo nos retroalimentamos para ese uso y cómo educamos a nuestros hijos para hacerlo de la manera adecuada. Si educamos con ejemplo, con criterio y con juicio crítico estaremos generando un entorno de gente sana y divertida que no necesite aumentar de forma virtual la realidad, porque será capaz de gozar al máximo de ella en cada momento o con cada persona. Si por el contrario perdemos el sentido común y la capacidad de disfrutar del instante, si no somos capaces de generar un entorno lo suficientemente interesante, entonces acabaremos encerrados en nosotros mismos y en nuestras aplicaciones, consiguiendo decenas de vidas virtuales pero perdiendo, sin darnos cuenta, nuestra vida real.