La belleza de las ciudades

La belleza de las ciudades

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La mayoría de la gente y muchos arquitectos no saben por qué importantes razones le han dado el Premio Pritzker 2017 al estudio RCR fundado en Olot (Girona) en 1987. Está formado por Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramón Vilalta. El fallo del Pritzker reconoce su "compromiso inflexible con el lugar" y su búsqueda de "conexiones entre el exterior y el interior, lo que da como resultado una arquitectura emocional y experiencial". "En un mundo globalizado en el que debemos confiar en las influencias internacionales (...) estamos perdiendo nuestros valores, nuestro arte y costumbres locales. RCR Arquitectes nos demuestran que es posible combinar ambas perspectivas", añade el jurado. Estos arquitectos son autores de un puñado de joyas, como la pasarela sobre el río Ter y el espacio público del antiguo Teatro La Lira en Ripoll (Girona). Partidarios de que arquitectura sólo hay una, -"la que contribuye al bienestar físico y espiritual" -; frente al dilema entre la arquitectura post-icónica o la construcción como fondo de inversión, ellos defienden un valor clásico, "la belleza, fundamental para todo en la vida".

Destacar la belleza es atribuir a la emoción los efectos que lo simbólico tiene en los principales ámbitos de la vida cotidiana. Claro que es fundamental lo social, pero sin espacios de alta calidad ambiental y estética, los ciudadanos quedan huérfanos de una aspiración esencial, que parece haberse perdido en las ciudades contemporáneas, la de la arquitectura simbólica que se experimenta con los sentidos y contribuye a elevar nuestro espíritu. Cuando la aspiración a la belleza declina, la arquitectura se convierte en artificio, la ciudad en mercancía y los ciudadanos en autómatas de pago. Sin embargo, cuando transitamos por las plazas y avenidas construidas ahora, nos olvidamos de esa aspiración. Hemos relegado la función simbólica a los espacios del pasado, a los del centro histórico, a los alrededores de los monumentos. Lo que sucede es que hoy esos espacios se nos hurtan para entregárselos a los turistas, que entran en ellos como al túnel de la bruja, a recibir una súbita impresión, -impactante y fugaz-, siempre vertiginosa y de pago, que poco tiene que ver con la emoción.

El derecho a la ciudad implica el derecho a la belleza: no hay nada que satisfaga más el deseo de belleza que aquella que simboliza la emoción compartida en paz

Más aún, si se preguntara a los ciudadanos cuál es el espacio urbano más bello de los más recientes construidos en su ciudad, casi ninguno respondería con soltura. Es una realidad comprensible. Nadie se reconoce en los espacios de los nuevos barrios, porque estos se cosifican; son tratados con indiferencia. Los grandes desarrollos de vivienda, pocas veces van acompañados de vida urbana de calidad. A los parques hay que ir, no están en nuestro trayecto vital. Las plazas nuevas suelen ser duras, se les escurre el alma por los pavimentos; no tienen el hálito vital de la vida comunitaria. Los espacios que se reconocen como más bellos o bonitos son siempre los que se han restaurado o rehabilitado. De los tradicionales del centro, lo que queda es la peatonalización y la recuperación de las fachadas, que se ven -al fin- cuando se puede pisar el suelo sin peligro de atropello, lo que obliga a su limpieza y pintura como mínimo. Cada uno puede preguntarse cuál es su espacio de emoción favorito y su rincón preferido, pero casi ninguno será contemporáneo, casi ninguno será compartido, convivido, no estará en el cerebro sensible que alimenta los mitos de la ciudad más humana.

Pero no vale escudarse en supuestas encuestas a la mayoría silenciosa, observando Madrid, Barcelona, Bilbao... los espacios más queridos serán ...del paseo, ...del mar, ...el borde fluvial, los alrededores de los espacios conquistados a los puertos, a las estaciones de tren, o al filo de la ciudad antigua. Si me preguntaran a mí, diría que el espacio más reciente de los que son bellos y actuales en Málaga es el Palmeral de las Sorpresas, un proyecto de 2011 de Junquera Arquitectos, con Liliana Obal. Obra finalizada en 2014, en la que se huele, se toca, se juega, con el espacio, la luz, la brisa y los colores. Y es nuevo, actual, contemporáneo. El Muelle 2 del Puerto de Málaga estaba ocupado por un silo de cereales de los años cincuenta. Ahora es un Balcón al Mar, lleno de árboles, palmeras y palos borrachos, jardines de olor. La magia urbana, antes oculta en su esencia, cerrada al disfrute, atrae a la gente de la ciudad y a la de fuera.

Los edificios de IFEMA fueron construidos por grandes arquitectos (Saénz de Oíza, Bofill, etc), pero el cabezón escultórico de Don Juan de Borbón asusta más que acerca al Parque que está enfrente al lado de la M-40. El Cementerio de Tres Cantos serena, pero allí la emoción se da por supuesta en esa pradera casi británica de sentimiento y horizonte. El excelente paisaje del Parque de San Domingos de Bonaval - de Álvaro Siza, proyectado junto a la arquitecta gallega Isabel Aguirre -, en Santiago de Compostela, destaca entre esos espacios de estremecimiento y emoción. Los paseos marítimos de Vigo y Benidorm, proyectados por Guillermo Vázquez Consuegra y por Carlos Ferrater son ejemplos de acierto; explorando la emoción, se descubre el paisaje, se devuelve armonía a los ciudadanos; más necesitados de ella de lo que suele creerse. Árboles, agua, frondas, luz y umbráculos nos llaman a meditar.

Porque el derecho a la ciudad implica el derecho a la belleza. No hay nada que satisfaga más el deseo de belleza que aquella que simboliza la emoción compartida en paz, dentro del cosmos íntimo en el que cada uno piensa, recuerda y anhela; es decir, en los espacios libres donde vivimos de verdad.