Valores contra la crisis: Templanza

Valores contra la crisis: Templanza

La situación actual, que en términos marineros se definiría de desgobierno con una nave a la deriva en riesgo de naufragio, requiere en primer lugar de templanza, para recobrar el equilibrio, la capacidad analítica y la sangre fría necesaria para recorrer el filo de la navaja sin cortarnos.

La verdad es que yo había pensado dedicar mis entradas de este blog a hablar de ciencia y medio ambiente -y prometo que lo haré- pero ante el panorama desolador de nuestro país no puedo evitar intentar arrimar el hombro con alguna propuesta. En realidad lo que me gustaría es poder sacudir a toda la sociedad española hasta sacarla del estado de estupor en el que nos encontramos, pero para eso hace falta un valor del que yo carezco: liderazgo.

Así que, después de haberlo hecho sobre la cooperación, hoy voy a hablar de un valor también asequible y que creo que necesitamos con más urgencia que el liderazgo. Voy a hablar de la templanza. La RAE define, en su primera acepción, la templanza como "Moderación, sobriedad y continencia".

La situación actual, que en términos marineros se definiría de desgobierno con una nave a la deriva en riesgo de naufragio, requiere en primer lugar de templanza, para recobrar el equilibrio, la capacidad analítica y la sangre fría necesaria para recorrer el filo de la navaja sin cortarnos.

Por mi trabajo como oceanógrafo y como buzo científico hace tiempo que comprendí la importancia de la templanza. Para ser buen buceador no es necesario tener una enorme capacidad atlética, porque el buceo no es un deporte, sino que es más bien un ejercicio de relajación. Mientras más relajados y calmados estemos mejor tomaremos decisiones y evitaremos errores, sobre todo cuando surgen los problemas. Cuando uno se encuentra buceando a profundidad desde hace tiempo, sin poder emerger a la superficie para lo que sería necesario hacer descompresión, cualquier problema se puede convertir en una fatalidad si en ese momento uno pierde los nervios y falta la templanza. Si el buceador se pone nervioso se desencadena una reacción de pánico, que la RAE define así: "Se dice del miedo extremado o del terror producido por la amenaza de un peligro inminente, y que con frecuencia es colectivo y contagioso", que conduce al buceador en peligro a una fuga hacia adelante en la que comete todos los errores posibles. Los buceadores siempre vamos en pareja y es fácil, cuando surge el peligro, reconocer al compañero en pánico por su respiración acelerada, sus ojos muy abiertos y la expresión desencajada. Repasen las fotografías de los miembros del Gobierno del Viernes pasado y entenderán de lo que hablo.

A esta definición de pánico yo añadiría que el pánico es el antónimo de la templanza, porque la templanza, como el pánico, también se contagia. Cuando el pánico se propaga una persona templada puede actuar como barrera, contener el pánico y calmar a todo el grupo.

La templanza es un valor que anida en los lugares más insospechados y que se puede confundir, cuando las cosas van bien, con desinterés o indolencia, pero que se manifiesta en toda su potencia en situaciones límite como creo todos consideramos es la actual. Cuando pienso en este tipo de caracteres me acuerdo, por ejemplo, del papel de Dustin Hoffman en la película Héroe por accidente (Stephen Frears, 1992) en la que interpreta a un fracasado que con gran sangre fría salva a las víctimas de un accidente de avión para volverse a sumergirse inmediatamente en el anonimato de su fracaso.

Cuando las cosas van bien, son los entusiastas y visionarios quienes pueden ayudar a elevar a la sociedad, pero cuando las cosas van mal y nos acercamos a un punto sin retorno, es cuando hemos de saber reconocer a las personas templadas, para que su tranquilidad contagiosa nos inspire la calma necesaria para tomar las decisiones acertadas.

En mi trabajo como oceanógrafo he conocido unas cuantas personas templadas, como mi amigo Alberto Escribano, Capitán de Corbeta de la Armada Española -estamento en el que abundan las personas templadas- cuyo temple ya pude apreciar en una navegación peligrosa entre enormes témpanos de hielo, cruzando el Estrecho Antartic en una noche de niebla cerrada cuando Alberto, entonces teniente de navío, era jefe de operaciones del buque oceanográfico Hespérides. Volví a encontrarme con Alberto en el puerto de Las Palmas cuando yo desembarcaba de una expedición oceanográfica y él mandaba una patrullera de la Armada con base en las Palmas dentro del operativo que se desplegó para asegurar la seguridad de los cayucos que zarpaban en oleadas desde Senegal. Estoy seguro de que Alberto y su dotación, al igual que el resto de las dotaciones de la Armada y la Guardia Civil participantes en este operativo, salvarían muchas vidas de los pobres desesperados que se lanzaban al mar en estos cayucos. En la campaña oceanográfica en la que había participado nos encontramos con dos cayucos y pude ver de cerca el rostro del pánico, en los ojos desencajados de desesperación y miedo del medio centenar de personas que se apiñaba en una de esas endeble embarcaciones de unos 10 metros de eslora.

 

Alberto Pérez Escribano. El Capitán de Corbeta de la Armada Española descansando a bordo del buque oceanográfico Hespérides. Un hombre templado infunde tranquilidad y confianza.

En la Expedición Malaspina que coordiné recientemente, un periodista -Lucas Larsen- de la prestigiosa revista Nature, la revista de referencia en ciencia, embarcado para escribir un blog, se mostró también asombrado por el temple de Alberto. En esa expedición Alberto no salvaba náufragos, pero sí ayudó, con su temple contagioso a estudiantes de doctorado bisoños a salvar del naufragio sus tesis doctorales cuando se desesperaban porque les fallaban los instrumentos, que estaban operados más allá del límite de las condiciones ambientales que toleran. Esta experiencia animó a Lucas Larsen a escribir un artículo en Nature sobre cómo hacer ciencia en condiciones difíciles en el que habla de Alberto.

El caso de la Expedición de Ernest Sackleton, perdida en la Antártida durante dos años pero en la que todos sus miembros sobrevivieron, recogida en el libro Atrapados en el hielo (Caroline Alexander, edición en español 2009) y la película del mismo título, se estudia en programas de postgrado en gestión de empresas de las mejores universidades del mundo (probablemente no en las nuestras), como un caso de estudio de liderazgo. Mientras es fácil percibir el liderazgo en la figura de Ernst Shackleton, la lectura del libro desvela la presencia de un protagonista, posiblemente el tipo menos aventurero de toda esta gesta, que en mi opinión fue el verdadero salvador del grupo. Se trata de Harry Chippy McNish, el carpintero de la expedición, que fue quien con sus propuestas acertadas y su habilidad convirtió los botes de salvamento en veleros oceánicos, convirtió las botas de los marinos en botas de alpinista con crampones, y construyó refugios y alojamientos para sus compañeros capaces de resistir los rigores extremos del invierno antártico. El carpintero, que cuestionó el liderazgo de Shackelton porque según las reglas de la marina británica un capitán pierde el mando cuando pierde su nave, fue el único que no recibió honores sino castigos al regresar a Inglaterra. Los templados nos sacan las castañas del fuego cuando están a punto de estallar, pero cuando la tempestad se calma pasan a un segundo plano y vuelven a ser a los arrojados y a líderes a quienes buscan los focos.

La actitud de la Orquesta del Titanic, la Banda de Wallace Hartley, de seguir tocando mientras se hundía el barco es épica y debiera de estudiarse también en programas de postgrado de gestión de empresas. Ciertamente no pudieron evitar el hundimiento del buque y la pérdida de cientos de vidas, pero me atrevo a asegurar, sin saberlo a ciencia cierta, que la templanza contagiosa que su actitud conllevaba debió propagarse a las personas que estaban en sus proximidades ayudando a que la evacuación se hiciese de forma más ordenada y efectiva, sin pánico. Me pregunto entonces, ¿cuántas vidas ayudarían a salvar los músicos con su templanza?Probablemente muchas.

Al leer la prensa de regreso a España tras un viaje de trabajo encuentro unos titulares desencajados, que acompañan fotografías de responsables - que no líderes - políticos. Reconozco en sus caras y expresiones el rostro del pánico y busco, sin encontrarlo, al político templado en el que todos podríamos confiar la navegación por estas aguas turbulentas. De hecho, la política - como la gloria - no es para los templados. La política es, lamentablemente, para los flautistas de Hamelín capaces de hipnotizarnos con sus promesas y cantos de abundancia.

Sin embargo, recuerdo un personaje de la vida política española que siempre pensé reunía la condición de la templanza. Se trata de Pedro Solbes, vicepresidente segundo y ministro de economía y hacienda entre 2004 y 2009. Pedro Solbes fue cesado por Zapatero por proponer medidas de austeridad para hacer frente a una crisis que Zapatero seguía sin aceptar y que afrontó con un plan de inversiones que elevaron la deuda española al 8% del PIB, el doble del permitido por la UE. ¿Se acuerdan ustedes? Posiblemente también Leopoldo Calvo-Sotelo, que heredó como presidente de Gobierno un país que acaba de sufrir un intento de golpe de estado, fuese un político templado. ¿Cuánto le debemos también a él?

Si Pedro Solbes, un político templado, hubiese convencido a Zapatero, posiblemente estaríamos en una situación muy diferente para afrontar la situación actual... pero las lamentaciones y los condicionales no nos ayudan. Los datos económicos son los que son, pero la crisis actual tiene en gran medida un ingrediente de psicología social, es una crisis de confianza, en la que todos: inversores, ciudadanos, políticos, se encuentran en un estado de ansiedad y desconfianza. La templanza a la hora de tomar decisiones y comunicarla no va a cambiar el cuadro macroeconómico de la noche a la mañana, pero sí puede aplacar la ansiedad y generar confianza.

Busquemos al político templado capaz de navegar por esta crisis sin zozobrar y contagiémonos todos de esa templanza imprescindible para sobrevivir. Ahora importan el temple, no el carisma. Cuando la nave vuelva a navegar en aguas calmadas, los templados volverán a su anonimato, y serán los carismáticos quienes volverán a ocupar portadas con su voluptuosidad y las promesas de paraísos terrenales que resultaron ser los decorados de cartón piedra de Arde Roma.