Malén Aznárez, mi presidenta

Malén Aznárez, mi presidenta

Malén Aznárez.REPORTEROS SIN FRONTERAS SECCIÓN ESPAÑOLA

Esto no es un obituario de Malén Aznárez. Para saber de su intensa vida y de su trayectoria formidable pueden leer a las mejores (Rosa Montero, Macu de la Cruz, Rosa Meneses...). Yo sólo quiero contarles lo que esta mujer, periodista al frente de Reporteros Sin Fronteras en España, ha supuesto para mí en los dos últimos años, los pocos que he tenido la suerte de tenerla cerca. Mi presidenta.

Conocerla fue como recibir un sacramento, porque aquello sí que imprimió carácter. Después de cinco años en Jerusalén, los primeros días de retorno en España pasaban entre la angustia y la indolencia. Sin trabajo, sin saber por dónde empezar. No tenía Madrid exposiciones suficientes para llenar el agujero de la morriña, hondo como la fosa de las Marianas. Entonces vino la convocatoria de la asamblea de RSF. Y vino Malén.

Verla en acción fue un chute de energía. Tras muchos años como socia, nunca me había planteado cómo trabajaba de verdad la ONG a la que pertenecía. Ella me lo dejó claro repasando el orden del día, ordenando ideas y propuestas, en tono peleón, contundente, de una firmeza de roca. Luego hablamos en un aparte. Fue como recobrar la fe perdida. Sí, podía tener una meta, trabajar con RSF. Sí, podía volver a tener una especie de directora magnífica, de las que guían de verdad. Sí, podía seguir en contacto con las realidades de los países en conflicto que tanto necesitan el foco encima.

Repaso el correo en el que me convocó para conocernos mejor y, de seguido, ofrecerme entrar en la junta directiva, y resuena en sus palabras su voz inconfundible, hipnótica como sus ojos, a los que no te podías negar. Y en esa voz encuentro palabras amables y reconfortantes, marca de la casa. Malén era un bizcocho bajo la armadura. Fue mi puerta de vuelta a la realidad, la llave que abrió de nuevo el cajón del entusiasmo y, sobre todo, fue la conciencia: mira todo lo que hay por hacer, mira qué buena gente hay cerca con la que podemos lograrlo. Basta de lamentos.

Su confianza me transformó. Propensa como soy a la melancolía y la autocompasión, ella le dio la vuelta al gris escenario. La mujer que podía estar dando conferencias cuando quisiera, viviendo una jubilación estupenda, acudiendo de cuando en cuando a sus clases en la Escuela de Periodismo de El País -envidia, envidia mala me dan los que la pudieron escuchar explicando cómo hacer las mejores entrevistas-, estaba pringada hasta las cejas en un proyecto en el que defender el periodismo ejercido en plena libertad. Sin mirar ni el reloj ni el calendario. Era, es, el mejor ejemplo.

Fueron años de encuentros esporádicos pero intensos como para marcarlos en el calendario. Verla preparar un Tres de Mayo, o sea, un día mundial de la libertad de prensa, te tenía durante semanas con el colmillo goteante. Periodismo. Entrega. Compromiso. ¡Qué mujer! Malén comandó el informe anual sobre la libertad de prensa, único en los RSF del mundo, y peleaba por la decena de informadores apadrinados que tenemos en España. Trazaba estrategias sin parar: cartas y protestas en embajadas, informes a Moncloa, aniversarios de juicios, contacto con las familias de los colegas represaliados... Ella era la que más empujaba, siempre.

Luego estaba su desvelo más reciente: el de incorporar a los más jóvenes, el de encender luces rojas por el desgaste de las condiciones del periodismo, por los freelances. Me enseñó también a ver que la mordaza no sólo se aplica en China o Irán, sino en nuestro país, de muchas formas, sutiles o no. Ahí estaban sus comunicados valientes -nada de melindres- para condenar lo condenable y denunciar lo denunciable. Valiente, Malén.

Mi presidenta ha estado presente hasta en mis tiempos de zozobra, cuando la vida me dio la vuelta. Incontables sus correos preocupados, maternales, siempre pendiente de todos nosotros. "Que somos poquitos pero guerreros", repetía, haciendo piña.

No... No era esto en realidad lo que planeaba escribir, pero es lo que ahora me sale, Malén. Lo que quería decir es que eres única, ejemplo para las mujeres que ejercemos este oficio, consuelo para los que intentan contar el mundo y no les dejan, hombro para pedir consejo y ayuda si la precarización te alcanza, mente lúcida buscando soluciones siempre. Que todo eso y más me lo enseñaste en dos años escasos, y que espero nunca perderlo de vista. Gracias por dejarme estar cerca, por permitirme formar parte de la familia de RSF, por quererme, pese a todo.

Me quedo con nuestro último encuentro. Bajo un brazo, tus papeles llenos de epígrafes, fechas, nombres de posibles conferenciantes. Con el otro agarrabas a mi hija, pegándote tirones de tus pendientes verdes. Me quedo con tu risa limpia de ese momento. Con la vida y el ejemplo.

Gracias, presidenta.