No tienes por qué interactuar con todo el mundo

No tienes por qué interactuar con todo el mundo

Hemos sido condicionados en la creencia de que la amabilidad significa estar disponible las veinticuatro horas del día, pero eres dueño de tu propio tiempo y energías para decidir cómo gastarlos. No puedes pretender gestionar las emociones de los demás y al mismo tiempo silenciar las tuyas.

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¿Te has sentido alguna vez culpable por no estar respondiendo a todos los mensajes que recibes al día?

Yo también sé lo que se siente. Por un lado, te cansa y te sientes inundado por tanto mensaje. Pero por otro lado... esos correos electrónicos, los mensajes, las llamadas... ¡Todos te piden que los respondas!

Si escuchamos bien a nuestro interior, podemos diferenciar qué mensajes requieren de verdad nuestra atención. Sin embargo, conseguir hacer caso a esa voz interior puede resultar una ardua tarea, porque entra en conflicto con lo que nos han inculcado toda la vida:

Si alguien escribe, hay que responderle.

Si alguien te habla, hay que darle conversación.

Si alguien se acerca con los brazos abiertos, hay que responder con un abrazo.

Sin importar si nos sentimos incómodos, cansados o si, simplemente, no nos apetece. Si no respondemos con este código, entonces estamos siendo desagradables y maleducados, ¿o me equivoco?

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En el episodio piloto de la serie estadounidense Unbreakable Kimmy Schmidt, aparecen periodistas entrevistando a unas mujeres que habían pasado quince años bajo tierra en el búnker de una secta apocalíptica.

Una de las mujeres cuenta cómo ingresó en la secta: "Como camarera, solía atenderla [a la líder del culto] cuando iba al restaurante York Steak House... y una noche me invitó a que fuera a su coche a ver a sus crías de conejitos, y no quería ser grosera, así que... aquí estamos".

Es un mordaz ejemplo sobre cómo el temor a ser descortés o irrespetuoso puede ponernos en auténtico peligro. Es cierto que el personaje lo exagera al punto del absurdo, pero yo misma me puedo reconocer en esa mujer.

¿Cuánto tiempo he desperdiciado manteniendo las apariencias? ¿A qué peligros me he expuesto por mi incapacidad de decir no directamente? ¿Qué he sacrificado en el altar de la complacencia ajena?

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Hace un tiempo me debatía sobre si responder o no a ciertos emails inquietantes. No me sentía cómoda manteniendo el contacto con el emisario, pero el solo pensamiento de no responder me provocaba sentimientos de culpa e inseguridad.

¿Y si hería los sentimientos de alguien? ¿No estaba siendo lo bastante sensible? ¿Debería ser educada o escuchar a mi intuición?

Entonces pregunté a mi marido Jonathan qué opinaba. Me respondió con un vehemente "No tienes por qué interactuar con todo el mundo".

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Las palabras de Jonathan me dieron la libertad para poder borrar esos correos electrónicos. Algunas veces, la no interacción es la opción más amable.

Y no, no he echado a perder mis buenos modales, sigo mandando notas de agradecimiento y mantengo el contacto con mis amigos. Pero también establezco ciertos límites y confío en mi intuición. Mantengo un equilibrio.

Sin embargo, si no tienes práctica poniendo límites, te va a resultar difícil administrar tu propio tiempo. Te sentirás mal al echarte atrás o decir no. Pero cuando te asalte la falsa culpabilidad, recuerda lo que decía Buda, el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional.

Cuando dices que no tienes por qué interactuar con cualquiera, no estás haciendo sufrir a nadie. Sólo te estás recordando una verdad. No es tu responsabilidad complacer a todo el mundo e ir por la vida intentando no romper ningún plato. Tu deber es más bien vivir con amor e integridad.

¿Es posible que algunas personas se sientan dolidas si rechazas sus invitaciones o borras sus mensajes? Es posible. Puede ser duro de afrontar, pero la alternativa es peor. Intentar gestionar las emociones de los demás al tiempo que silencias las tuyas es un ejercicio agotador. Es perjudicial para tu salud y la salud de tus relaciones.

Hemos sido condicionados en la creencia de que la amabilidad significa estar disponible las veinticuatro horas del día. Pero lo cierto es que si no somos dueños de nuestro propio tiempo, nuestra capacidad para ser amables se deteriora.

Así que la próxima vez que sientas la presión de tener que responder a alguien, intenta tomarte una pausa para recordarte que no tienes por qué interactuar con cualquiera a cualquier hora. Deléitate en la realidad que has fabricado para ti mismo. Eres dueño de tu propio tiempo y energías para decidir cómo gastarlos.

Y aquí está la verdadera belleza de todo esto: cuando no necesitas interactuar con todo el mundo... tus interacciones se vuelven más sinceras, más auténticas, salen del corazón.

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Esta pieza apareció originalmente en A Wish Come Clear y ha sido traducido de la edición estadounidense de The Huffington Post por Diego Jurado Moruno.

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