Me alimenté de comida caducada durante una semana y sigo vivo

Me alimenté de comida caducada durante una semana y sigo vivo

Es cierto que un par de veces experimenté algún sabor desagradable, y puede que perdiera a más de un amigo asqueado con toda esta historia, pero también comí alimentos totalmente deliciosos.

CASEY WILLIAMS

Del melocotón no estaba seguro. Tenía un color morado extraño, estaba blanducho y habían pasado varios días de su fecha de consumo. He de reconocer que no estaba bueno.

Pero tampoco me puse malo. Ni con el melocotón ni con nada de lo que comí a lo largo de la semana en la que me propuse consumir solamente productos que habían caducado o que habrían ido a la basura, es decir, pollo caducado, unas verduras pochas y bacon pasado de fecha.

En general no estuvo mal (excepto por el melocotón), pero la mayoría de los productos habían superado la fecha de caducidad o de consumo preferente que se marca en la etiqueta. Es cierto que un par de veces experimenté un sabor desagradable, y posiblemente perdí a algunos amigos asqueados por toda esta historia, pero hubo alimentos completamente deliciosos.

Básicamente, el experimento confirmó lo que los expertos en desperdicio de alimentos me habían estado contando durante semanas: siempre que evites los peligros evidentes, como por ejemplo carne rancia, consumir alimentos pasados de fecha no resulta perjudicial. Esto se debe a que el etiquetado -establecido por distribuidores, no por reguladores del gobierno- dice a los compradores cuándo va a perder el alimento su frescura, no cuándo va a ser tóxico, según explica Marianne Gravely, especialista de información técnica del Servicio de Inspección y Seguridad Alimentaria en el Departamento de Agricultura de Estados Unidos.

"Existe una gran variedad de etiquetado alimentario, pero muy pocos productos tienen una fecha que indica que el producto no es seguro", cuenta Gravely a la edición estadounidense de The Huffington Post. Dicho esto, Gravely señala que algunos alimentos pasados de fecha, especialmente las carnes, pueden conllevar un leve riesgo de enfermedad, y que no se debería consumir carne refrigerada que huela mal o que esté viscosa.

"Si tienes dudas sobre el producto, no te arriesgues; directamente, tíralo", advierte Gravely.

No todo el mundo se da cuenta de que las fechas de consumo suelen ser marcadores de calidad. De este modo, en España se tira el 5% de los productos que se compran. Si el etiquetado de los productos fuera más fácil de entender, se podría evitar que casi 400.000 toneladas de comida fueran a la basura cada año, según calcula la organización estadounidense ReFED. En Estados Unidos ya existe una ley presentada ante el Congreso para sustituir el sistema de etiquetado actual por una señal en los productos que indique claramente cuándo pierden su frescura o cuándo resultan peligrosos para el consumo.

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Me comí estos huevos pasados de fecha y estaban del todo aceptables.

Para mi experimento, me costó un poco adquirir rápidamente alimentos pasados de fecha.

En mi frigorífico encontré unas cuantas cosas, pero no lo suficiente para cubrir una semana completa. La verdad es que tuve que escarbar un poco en la basura y rastrear en mi supermercado habitual en busca de artículos que estuviesen a punto de caducar. Uno de mis amigos trabaja en una granja urbana en Nueva York, así que pude conseguir algunos restos de su mercadillo semanal.

Mi dieta de esa semana no difirió mucho de lo que suelo comer. Consumí muchos huevos y bebí mucha leche de soja, que llevaba un mes caducada cuando la encontré en el supermercado. Es verdad que no se habría llevado el primer premio al sabor, pero pegaba bastante bien con unas tortillas de maíz.

También encontré un paquete de bacon pasado y freí un par de tiras con casi cada comida. Una noche, asé unas pechugas de pollo que, según la etiqueta, ya debería haber consumido. Me comí los restos al día siguiente. Estaban deliciosos.

Rebusqué algo comible en un vertedero municipal cerca de mi oficina e incluso descubrí un montón de melones en perfecto estado. Lo que más comí fueron sobras del mercado de agricultores que habrían acabado en la basura si mi amigo no me los hubiera dado. Resulta que si salteas unas berzas, unas hojas de remolacha y unos puerros marchitos con un poco de aceite y sal, está bastante bueno, aunque parezcan un poco mustios.

¿Que si volvería a hacerlo? ¿Que si tú deberías probarlo? Quizás.

En serio, no estuvo tan mal. Ninguno de los alimentos que comí estaba tan asqueroso. Vale, los huevos no eran de lo más fresco, pero se podían comer, pese a haber pasado dos semanas de su fecha de caducidad. Quizá las yemas estaban un poco blanquecinas, pero podía deberse a que las cociné más tiempo de lo normal, sólo para asegurarme. De hecho, con un par de tiras de bacon y un trozo de pan duro de chapata fueron el desayuno perfecto.

La cosa es que comer alimentos fuera de fecha no es lo más apropiado.

Los supermercados no tardan en deshacerse de la comida en cuanto supera su fecha de venta, así que llenar una despensa de productos caducados puede llevar su tiempo. Además, algunos de mis alimentos favoritos tienen una fecha de caducidad de varios años, lo que significa que no pude consumirlos para mi experimento. ¡Lo siento por el cuscús!

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Un salteado de berzas, remolacha, puerros y bacon. Todo pasado. Todo delicioso.

Mantener esta dieta va haciéndose más difícil con el tiempo. Me cansé de la rutina del pollo, el bacon y las berzas, y la tentación de compartir una comida fresca con amigos cogió fuerza. En una excursión de un día a la playa, me vine abajo y comí pescado fresco... pero a ver, es normal, estaba en la playa.

Mi recomendación: no te vuelvas loco buscando comida pasada de fecha. De hecho, no trates de almacenar tanta comida que acabe poniéndose mala antes de llegar a tu boca. Pero si al sacar algo de la nevera te das cuenta de que se ha pasado de fecha, no te preocupes demasiado.

Si el olor es normal y no sabe a veneno, lo más probable es que esté bien. De lo contrario, tíralo al contenedor de compost.

Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano