Mujeres, crisis, recortes

Mujeres, crisis, recortes

Una de las barreras para la igualdad real es la brecha del tiempo de trabajo no pagado -cuidados del hogar, familia, etc.- al que las mujeres europeas y españolas dedican 26 horas semanales frente a solo nueve de los hombres. De seguir la tendencia, la Comisión Europea estima que serían necesarios 40 años para alcanzar la igualdad de género en este aspecto. Para nuestras bisnietas.

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Las crisis económicas afectan de manera diferente a mujeres y hombres, porque la distribución del empleo no es equilibrada, sino que los hombres se concentran en determinados sectores y ocupaciones, y las mujeres en otros. Pero los efectos de esta crisis, y particularmente de las reformas laborales y las políticas de austeridad aplicadas en España y en otros países la Unión Europea, son más perjudiciales para las mujeres que para los hombres, ya que las relegan a los peores empleos e incluso dificultan su integración completa y estable en el mercado de trabajo.

Al principio, la crisis se interpretó, de manera un tanto apresurada, como un fenómeno que afectaba fundamentalmente a los hombres, y esto creó alarma. Tras la explosión de la burbuja inmobiliaria en 2008, hubo caídas de empleo notables en sectores masculinizados, como la construcción, la industria y el transporte terrestre. Pronto quedó claro, sin embargo, que eran más importantes sus efectos estructurales sobre las mujeres. Desde principios de 2009 el paro aumentó mucho en sectores feminizados, como el comercio al por menor y la hostelería, y desde 2012 en los servicios públicos. La eliminación de empleos temporales, que eran más femeninos que masculinos, también afectó especialmente a las mujeres.

La vigente reforma laboral de 2012 empeora particularmente las oportunidades de las mujeres, al eliminar la reducción específica de cotización por la contratación de éstas y aumentar las dificultades para negociar la reducción de jornada por cuidado de hijos. Desde ese mismo año, las políticas de austeridad y reducción del gasto público en educación, salud y servicios asistenciales, que son sectores feminizados (en 2011 empleaban a más de 1,8 millones de mujeres y representaban casi el 37% del empleo femenino) las viene afectando doblemente. A la pérdida de empleo femenino en estas actividades se suma la reducción de la oferta de servicios de educación, salud y atención a dependientes, lo que dificulta la conciliación trabajo-familia, y obliga a las mujeres a trabajar a tiempo parcial.

Con frecuencia se defiende que el empleo a tiempo parcial es una buena opción para las mujeres, que podrían así combinar trabajo y familia. En España, sin embargo, esta modalidad laboral, que representa más de una cuarta parte del empleo femenino (26,1% frente a solo el 7,6% del empleo masculino) tiene trampa, porque la reforma laboral de 2012 permite combinar la jornada parcial con la realización de horas extras y con el contrato temporal. Esto permite que se ofrezcan empleos de bajísima calidad que, además de sus bajos salarios y condiciones de trabajo inestables y precarias, generan pocos derechos a prestaciones por maternidad, desempleo y pensiones, lo que condena a las mujeres a la desigualdad estructural y a la pobreza a largo plazo.

Las mujeres con más riesgo de no encontrar trabajo son aquellas que no han finalizado la educación secundaria obligatoria y no tienen experiencia laboral, pero también las que tratan de volver al empleo después de varios años de maternidad -se han eliminado las ayudas por contratar a estas últimas-. Sorprende que las mujeres con educación secundaria e incluso universitaria se enfrenten a más dificultades para encontrar empleo que sus homólogos varones; y las que tienen hijos, mayores o dependientes a su cargo, comprueban con desaliento que en la crisis se han reforzado los prejuicios respecto a su compromiso laboral.

Pero los datos muestran que los estereotipos de la mujer centrada en su familia y para la que el empleo es algo secundario, no se corresponden con la realidad. En esta recesión se está comprobando que las mujeres casadas, con hijos y otros dependientes a su cargo, y que son persona de referencia (sustentadoras) del hogar, están aumentando su participación laboral y buscan empleo más intensamente que el resto de mujeres, e incluso que los hombres, que en muchos casos se están retirando del mercado laboral. En España, este grupo de mujeres muestra una especial resistencia ante la adversidad laboral y se mantiene en los empleos más tiempo que los hombres, aunque sea en peores condiciones.

La brecha salarial y de ingresos persiste, empeora, y es uno de los rasgos estructurales de la desigualdad laboral de género, como muestran los datos y los informes recientes de distintas instituciones. Esta brecha se explica, en parte, porque las mujeres están en los empleos peor pagados -jornada parcial y categorías más bajas que los hombres, aunque sus niveles educativos sean superiores- que generan menos derecho a desempleo y pensiones más bajas; pero otra parte de la brecha no tiene explicación y se debe a discriminación directa, es decir, a que se les paga menos por el hecho de ser mujeres.

También hemos retrocedido con respecto a la maternidad. La Reforma Laboral de 2012 reduce los derechos de las mujeres y aumenta los del empleador a la hora de negociar la reducción de jornada por cuidado de hijos menores. Las mujeres saben que, con honrosas excepciones, en las entrevistas de empleo ser madre es un hándicap, y lo mismo ocurre a la hora de optar a puestos de promoción: para un hombre, ser padre puede ser un mérito, una muestra de madurez; para una mujer, casi siempre es un demérito.

Aunque las leyes lo proclamen, no existe una igualdad real en el campo laboral entre hombres y mujeres. La igualdad real es una meta lejana, y la crisis económica y las políticas de austeridad la alejan todavía más. La Comisión Europea estima que, tal como evolucionaba el empleo femenino antes de la crisis, la igualdad en las tasas de empleo femeninas y masculinas se habría alcanzado en 2021; con el cambio de tendencia por la crisis y la austeridad, no se alcanzará hasta 2038. Esperemos que al menos la disfruten nuestras nietas

Una de las barreras que impiden alcanzar la igualdad real es la brecha del tiempo de trabajo no pagado -cuidados del hogar, familia, dependientes- al que las mujeres europeas y españolas dedican 26 horas semanales frente a solo 9 horas de los hombres. De seguir las tendencias actuales, la Comisión Europea estima que serían necesarios 40 años para alcanzar la igualdad de género en este aspecto. Para nuestras bisnietas.

La solución no está en el emprendimiento femenino, especialmente difícil en los momentos actuales, debido a la escasez del crédito bancario, imprescindible para emprender. Además, para las mujeres es más difícil obtener crédito por los prejuicios de género antes mencionados, a pesar de que está demostrado que devuelven las deudas mejor que los hombres. Esto condena a las emprendedoras que no cuenten con recursos financieros propios o de sus familias a iniciar actividades con muy poco capital físico, humano y tecnológico, y por tanto negocios poco competitivos. Hay que apoyar el emprendimiento femenino con líneas de crédito específicas, pero también con asesoría tecnológica y organizativa, que lo hagan competitivo y sostenible.

Aunque en los momentos actuales la realidad objetiva no es favorable a las mujeres, sin embargo la principal fuente de esperanza y de cambios positivos son las mujeres. Nuestras investigaciones muestran que ya no se identifican con estos estereotipos de cuidadoras universales y trabajadoras intermitentes. Por el contrario, han asumido con determinación el papel de sustentadoras económicas de sus hogares y por ello quieren estar en el mercado laboral, mantenerse y mejorar su posición. Su compromiso con el empleo es completo porque saben que el bienestar de sus familias, y ahora también los ingresos, dependen de ellas. Pero necesitan el apoyo de políticas públicas que, por una parte, ofrezcan servicios de cuidados para menores y dependientes, de manera que el Estado se haga cargo de una parte de esas tareas mientras la mujeres generan riqueza económica; y por otra, políticas que faciliten que los hombres compartan las responsabilidades de cuidados y del hogar, como las bajas paternales y por cuidado de otros dependientes, horarios más razonables y, en definitiva, todo lo que constituye una política de corresponsabilidad familiar y social.

Cecilia Castaño acaba de publicar Las mujeres en la Gran Recesión(Editorial Cátedra)