Elogio de la desilusión

Elogio de la desilusión

Mi llegada a Biografía del silencio, de Pablo d'Ors, no puede ser más antitética con lo que el propio autor proclama. Leo una entrevista con él e inmediatamente voy a Amazon y compro la versión electrónica del libro. Sucumbo al deseo compulsivo y a la gratificación inmediata, cosas que, implícitamente, d'Ors rechaza.

Mi llegada a Biografía del silencio, de Pablo d'Ors, no puede ser más antitética con lo que el propio autor proclama en el libro. Leo una entrevista con d'Ors en la prensa e inmediatamente voy a Amazon y compro la versión electrónica del mismo (por cierto, al ridículo precio de 4,90 dólares, unos 4,60 euros). Sucumbo al deseo compulsivo y a la gratificación inmediata, algunas de las cosas que, implícitamente, d'Ors rechaza en su libro.

Bien podría haberse llamado esta libro Elogio de la desilusión en lugar de Biografía del silencio, pues trata de las posibilidades que ofrece meditar para llevar una vida plena. Escrito con una prosa cercana y asequible, propone sumergirse, que no refugiarse, en el silencio y en la autoconsciencia como forma de acceder a la realidad.

El libro tiene muchas virtudes pero, en un mundo lleno de falsas promesas, una de las principales es demostrar que un libro puede ser de autoayuda (aunque el autor probablemente se rebelara, con razón, contra el uso de esta terminología) sin caer en la indignidad.

Para empezar, al contrario que los tradicionales libros de autoayuda, el autor niega que los problemas que nos plantea la vida tengan solución, como sugieren la mayoría de los vendedores del bálsamo de Fierabrás. Vivir va a seguir consistiendo en sentir que uno no ha desarrollado todo su potencial en la vida, que nuestras mujeres o maridos no nos entienden, que nuestros hijos nos decepcionan, o que envejecer es un fastidio. Y eso está bien.

Aparte, o como forma de ajustar las expectativas vitales, Pablo d'Ors sugiere la meditación, que no es nada más ni nada menos que sentarse en un banco o un cojín en una habitación vacía y en silencio, tal vez a la luz de una vela, durante tiempo indeterminado, para observarse a uno mismo. La meditación bien hecha lleva a la persona a aceptar los beneficios que reportan los infortunios, ya que su imposible solución no constituye un desafío.

El autor, nieto del filósofo Pablo d'Ors, sacerdote y recientemente elegido por el papa miembro del Consejo Pontificio de Cultura del Vaticano, se desnuda para contarnos su experiencia en el mundo de la meditación. Aunque no reniega de su condición de cristiano, curiosamente el libro utiliza un lenguaje más zen que bíblico, cosa que fastidia a algunos.

Lo realiza con seguridad, pero sin arrogancia, con certezas, pero admitiendo numerosas dudas, manifestando su gozo, pero sin desmentir la existencia de aguas procelosas en el intento. De hecho, uno de sus presupuestos es que lograr la absoluta consciencia de ser es casi imposible, y sólo se manifiesta, lo admite a título personal, en escasas ocasiones. Pese a todo, apuesta por seguir intentándolo, en lugar de conformarse con las migajas que nos ofrece la vida del hacer.

En un mundo dominado por la cantidad, d'Ors apuesta con valentía por la calidad, con frecuencia por lo mínimo. A mí, que nunca he meditado, me cautiva el pensamiento a contracorriente de d'Ors, que confirma mis sospechas, cuestionando los lugares comunes de la época que nos ha tocado vivir.

Niega la importancia per se de vivir nuevas experiencias, de viajar, de estar siempre en movimiento, involucrados en nuevos proyectos, planificando el futuro. La meditación propone lo contrario, que el tesoro principal se haya en no huir de uno mismo en el presente, estar en una habitación vacía (si, quizás la dichosa habitación vacía a la que se refería Pascal), en disfrutar del silencio, de la quietud, del existir en estado puro.

El que prueba mucho, el que está en muchos sitios, el que cambia un montón, no sólo no vive, sino que se aleja de sí mismo y de la vida.

Todo ello, d'Ors lo cuenta con sinceridad, sin amaneramientos, y en un lenguaje transparente como el silencio, al que uno escucha de forma distinta cuando acaba la lectura de la obra.