Una epidemia de soledad

Una epidemia de soledad

Un cuarto de los canadienses confiesan sentirse solos y dos estudios realizados en Estados Unidos hablan de que el 40% de los estadounidenses padecen de soledad indeseada. No solo afecta a la gente mayor: en una encuesta a 34.000 universitarios, dos tercios decían experimentar soledad a diario.

Se habla mucho de la epidemia de obesidad que afecta a los países industrializados, especialmente Norteamérica. Se piensa menos en una epidemia acaso más importante, la epidemia de la soledad.

Ahora que llega la navidad, quizás se ponga de moda hablar de la soledad por unos días.

Un reciente artículo del periódico canadiense más importante, The Globe and Mail, daba datos concluyentes al respecto. Un cuarto de los canadienses confiesan sentirse solos y dos estudios realizados en Estados Unidos hablan de que el 40% de los estadounidenses padecen de soledad indeseada. Pero la soledad es un mal que no solo afecta a la gente mayor como siempre se dice, en una encuesta realizada a 34.000 universitarios canadienses, dos tercios decían experimentar sentimientos de soledad a diario.

En The narcissism epidemic. Living in the age of entitlement, sus autores, Jean Twenge and Keith Campbell, señalaban que los americanos tienen cada vez menos amigos, dos de media cuando en los años 60 eran tres, o que cada vez menos gente invita a sus amigos a sus casas como solía ser costumbre.

Es bien sabido que la soledad suele venir acompañada de una mayor fragilidad del sistema inmunológico y una esperanza de vida más corta.

Los medios sociales no dejan de ser una trampa semántica, ya que una mayoría de gente que dice experimentar soledad suele estar conectada constantemente pero sus sentimientos son ambiguos al respecto, ya que les provoca un sentimiento de frustración más que otra cosa, de estar asistiendo a un festín del que no son plenos partícipes.

Mientras tanto, numerosas palabras y clichés se han puesto de moda. Vivimos en la era del networking, de la conexión, de las relaciones, del conocimiento compartido, del esfuerzo colaborativo y ese tipo de soniquetes.

Sabemos que no es así. Muchas veces en el yo te sigo-tu me sigues no hay más que mero narcisismo numérico, formar parte de las redes de otros no implica apenas afecto o conocimiento con respecto a esa otra persona, ser friend no llega ni de lejos a lo que en otro tiempo se consideraba un mero conocido, hacer networking empieza a devaluarse y ya apenas implica intercambiar una tarjeta de visita sin contenido substancial de por medio o un mensaje automatizado de Linkedin.

Mis estudiantes me invitan a menudo a formar parte de sus redes, pero casi nunca incluyen un mensaje personalizado o que indique que estaban pensando específicamente en mí a la hora de contactarme. Siempre les insisto en que hay que aportar algo más, especialmente en una época en que establecer una relación supone tan poco sacrificio.

Relacionarse, comunicarse de esta manera está a años luz de las emociones que suscita el anuncio navideño de turrones El almendro.

Es curioso, pero cada vez escucho a más de mis estudiantes decir que quieren estudiar comunicación porque les gusta la gente o quieren mostrarse más sociales. Estudiar profesiones en las que hay que interactuar con otros está de moda. Ser camarero o barista de repente adquiere un prestigio, un matiz que no tenían estas profesiones en el pasado, da la posibilidad de tener un contacto humano, de forjar relaciones.

Un bien cada vez más codiciado estos días.