Los mitos en el amor: los amores reñidos son los más queridos

Los mitos en el amor: los amores reñidos son los más queridos

Los psicólogos especialistas en terapia de pareja nos enfrentamos muchas veces a una difícil realidad, parejas que acuden a consulta tras mucho tiempo metidas en una espiral de discusiones infructuosas e inevitablemente marcadas por la infelicidad.

Hoy comienzo una serie de artículos sobre los mitos en las relaciones de pareja, los mitos en el amor. Artículos sobre ideas que van circulando por ahí y que perjudican seriamente el amor feliz. Frases hechas que se han repetido de generación en generación, ideas que hemos aprendido en películas, canciones, libros... Creencias sobre el amor romántico que en ocasiones ni si quiera somos conscientes de tenerlas y en otras podemos defenderlas a capa y espada. Pero creencias que son mitos que nos pueden hacer daño y hacer sufrir. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define "mito" como algo a lo que se atribuye cualidades o excelencias que no tiene, o bien una realidad de la que carece. Al amor se le han atribuido poderes casi mágicos y las relaciones de pareja se han descrito de una forma muy alejada de la realidad, restándole importancia a graves problemas que a veces presentan o pidiéndoles cosas que nunca nos van a dar. Y hoy empezamos con un mito que seguro alguna vez hemos oído.

La frase me suena a madre o a padre, a lo que nos decían, o siguen diciendo, los adultos cuando ven que una pareja de adolescentes se pelea. Entonces llega el consuelo, y el que no se consuela es porque no quiere, y la respuesta de la falsa madurez a tantos problemas: "Los amores reñidos son los más queridos", y todo solucionado.

El Instituto Cervantes nos da una de cal y una de arena cuando explica el refrán en su página web. Por una parte nos avisa que el enfrentamiento continuado -que puede mostrar el verdadero carácter de cada uno- no favorece la armonía y la felicidad que ha de entrañar el matrimonio; y por otra nos explica que las circunstancias que van compartiendo día a día los novios y los esposos dan como resultado que surja la discrepancia y hasta la discusión, y que si la riña es manifestación de la sinceridad que entraña una estrecha convivencia, puede cumplirse lo que asegura el refrán. Lo que está claro es que la idea está en el imaginario colectivo, y ejemplos tenemos muchos.

Para mí una de las mayores muestras de lo arraigado de este mito en nuestro país se pudo ver en Telecinco hace unos años. José Luis Moreno triunfó y alcanzó grandes datos de audiencia con Escenas de matrimonio, una serie cuyos episodios se basaban en sketchs donde diferentes parejas (especialmente Pepa y Avelino) se pasaban todo el día peleándose, ridiculizándose e insultándose. Supongo que el éxito del programa (que luego el productor no pudo repetir con esposados) se basó en dos realidades, una pública y otra privada. La realidad pública a la que me refiero es la imagen que tenemos todos de las relaciones de pareja y las peleas, donde le quitamos importancia a las peleas, subestimamos su importancia negativa, el daño que nos hacen y sobrestimamos el poder del amor. Y la realidad privada, que quizás me asuste más, es la posible identificación que hacían los espectadores ante las escenas que la serie mostraba. No sólo las escenas nos parecían normales sino que las habíamos vivido y protagonizado.

La idea de los amores reñidos parece que no es solo nacional. Una de las mejores películas de Howard Hawks se basa en esa idea, peleas y conflictos son señales del amor. En La fierecilla de mi niña, Katharine Hepburn se pasa toda la película enfadando y provocando a Cary Grant, es su forma de demostrarle su amor, de conquistarlo. Y como todos sabemos, lo consigue, el protagonista (que por cierto está prometido con otra mujer) parece que aprende que el amor es una fuerza que arrasa con todo y que los amores tienen que tener su puntito de peleas y problemas.

Esta benevolencia con las peleas en las relaciones de pareja choca con una realidad, las batallas en la pareja nos hacen daño. Los psicólogos especialistas en terapia de pareja nos enfrentamos muchas veces a una difícil realidad, parejas que acuden a consulta tras mucho tiempo metidas en una espiral de discusiones infructuosas e inevitablemente marcadas por la infelicidad. Discutir con alguien que nos importa no tiene nada de divertido, agradable o romántico. Parecería lógico que tras una pelea donde los dos participantes sufren intentáramos no volver a cometer el mismo error y caer en nuevas riñas. Sin embargo muchas veces una pelea se convierte en el germen de otra pelea, y las parejas se pueden ver envueltas en un círculo vicioso de violencia.

Pero ¿por qué se producen las peleas? Las peleas son la explosión de conflictos mal resueltos. Sin embargo es necesario aclarar que el conflicto en la pareja es natural e inevitable. No podemos pensar igual, ni desear, ni opinar, ni querer siempre lo mismo que el otro, y muchas veces los intereses o las decisiones nos enfrentan. No es que querer siempre lo mismo que el otro sea malo, es que es sencillamente imposible. ¿Entonces cuál es el problema? El problema no es el conflicto sino querer llevar la razón en el conflicto. Dentro de la mayoría de las riñas de pareja el verdadero origen del problema es querer que el otro asuma que se ha equivocado y por tanto que nos dé la razón. Ante cualquier problema en una relación, es necesario ponerse en el lugar del otro, y comprender que las cosas no son blancas ni negras, que nadie lleva la razón absoluta de lo que pasa. Es necesario entender las razones del otro para que el otro entienda nuestras razones.

Y muy relacionado con esto, y no menos importante, en el origen de los conflictos se encuentra el reparto de la culpa, culpar al otro de los problemas de la pareja e incluso de nuestros propios problemas y frustraciones es el error más habitual en muchas relaciones. Esa posición provoca que el conflicto no pueda resolverse, la búsqueda de una solución donde yo gano y tú pierdes es incompatible con el fin de las peleas, y solo nos lleva a enfrentarnos con el otro. Asumir que los conflictos no son culpa de nadie pero sí son responsabilidad de los dos y que sólo desde la responsabilidad individual se pueden resolver es una clave fundamental para conseguir cambiar y abandonar una espiral de peleas. Es necesario aceptar al otro tal y como es, con sus virtudes y sus defectos, con sus aciertos y sus errores. Asumiendo cómo es el otro podremos intentar llegar a un punto medio, a la solución de un conflicto donde no se repartan culpas sino se aporten soluciones.

Ante cualquier problema de pareja existen tres verbos muy importantes: escuchar, hablar y respetar. Y con eso y un poco de práctica aprenderemos a resolver problemas, llegaremos unas veces a ponernos de acuerdo y otras veces no, pero no añadiremos a nuestro problema otro problema como es la pelea. ¿Y si nos peleamos? Pues tampoco hay que sacar las cosas del tiesto, errores cometemos todos. Pero las riñas son eso, errores en una buena relación, en una buena comunicación. Quizás las peleas sean inevitables pero no son la demostración del amor. Y es que los amores mejor queridos son los menos reñidos.