Yo tampoco quiero que odien a mi tío

Yo tampoco quiero que odien a mi tío

La presencia de mi tío en mi vida me abrió los ojos ante la discriminación constante que existe en México ante la injusticia que presenta no poder gritar tu amor por otro ser humano ante todo el mundo pues " es inmoral y daña a los niños". También me enseñó las múltiples consecuencias que tiene en la vida sentir que las decisiones propias nunca son las correctas o las esperadas, y que al igual que esconderse para fumar, uno tiene que esconderse para ser él mismo.

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Foto: MANUEL RODRÍGUEZ

Manuel Rodríguez tomó esta foto y la publicó en su cuenta de Facebook. Se hizo viral. Un niño de doce años, con un tío gay, se colocó frente a la marcha del Frente Nacional por la Familia, el pasado fin de semana en Celaya, porque no quiere "que odien a su tío".

A mi tío Xavier le gustaba mucho el pastel de queso. Por suerte, su cumpleaños caía una semana después que el mío, y en la celebración familiar del domingo siembre festejábamos con el amado pastel de queso de ambos. A mi abuela siempre le han gustado los pasteles más tradicionales, por lo que el mutuo amor por el pastel de queso inició una bonita relación de complicidad entre mi tío y yo.

La mayoría de los recuerdos que tengo sobre él se centran en la misma imagen. Xavier, sentado en la mesa del comedor de mi casa, contando alguna historia, mitad realidad mitad fantasía, y alabando los prodigios culinarios que salían de la cocina de mi mamá. Xavier siempre fue el primero en decir "Raquel, este mole de olla te quedo fantástico", y lo hacía aun si no era cierto. Mi tío siempre tenía piropos culinarios en la punta de la lengua, pero también sabía decirte un " Claudia, qué guapa te ves hoy" en el momento adecuado. Sabía cuándo regalarte una rosa y en qué momento de la vida también era prudente aclararte que esos pantalones no te sentaban bien.

En la navidad del 2012, mi tío se cayó fuera de una estación de metro y en vez de disfrutar la cena cubana de mi madre, pasó la noche en una camilla en un pasillo de un hospital público con la cadera rota. Nadie lo quería atender, nadie lo quería tocar.

Mi tío Xavier me regaló el maquillaje de mi graduación. No solo contrató a una maquillista, sino que me regaló mi primera brocha y un Juicy Tube en naranja, justo cuando estaban más de moda. Me regaló la música de mi boda, cumplió cada uno de mis caprichos, incluso cuando eso requería buscar partituras perdidas cubanas o hacer arreglos especiales a una canción en hebreo.

Pero mi tío Xavier nunca tuvo una boda. No podría ni siquiera haber soñado con ella, mi tío Xavier era gay. Sin duda, si hubiera podido casarse, el pastel hubiera sido un New York Cheese Cake, y la lista de invitados imaginaria hubiera incluido a las celebridades mas influyentes del país. La música hubiera incluido piezas clásicas mexicanas y unos cuantos danzones para abrir pista. Pero en vez de boda y pasteles, mi tío pasí sus últimos años luchando contra la constante discriminación que sufría en nuestro país. Mi tío no solo era gay, mi tío también estaba enfermo. En la navidad del 2012, se cayó fuera de una estación de metro y en vez de disfrutar la cena cubana de mi madre, pasó la noche en una camilla en un pasillo de un hospital público con la cadera rota. Nadie lo quería atender, nadie lo quería tocar. Pasaron meses antes de que lo operaran, y sufrió discriminaciones contantes, incluso del personal médico.

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Foto: ISTOCK

La complicidad entre mi tío y yo aumentó cuando descubrimos que no solo nos gustaba el pastel de queso, sino que compartíamos ciertas preocupaciones. El matrimonio gay era una de las banderas que enarbolé en mis primeros encuentros con la política nacional, y Xavier se convirtió en uno de mis apoyos más importantes. Al entrar al mundo del activismo político, me encontré con un tío que era desconocido para mí: un hombre políticamente activo, reconocido en su comunidad y con una doble vida que tristemente escondía.

La presencia de mi tío en mi vida me abrió los ojos ante la discriminación constante que existe en México, ante la injusticia que presenta no poder gritar tu amor por otro ser humano ante todo el mundo pues " es inmoral y daña a los niños". También me enseñó las múltiples consecuencias que tiene en la vida sentir que las decisiones propias nunca son las correctas o las esperadas, y que al igual que esconderse para fumar, uno tiene que esconderse para ser él mismo.

La imagen del niño deteniendo la marcha del domingo porque su tío es gay y no quiere que lo odien resume todos los sentimientos que me provoca esta manifestación. Me hubiera gustado pararme junto a él y decir "yo tampoco quiero que odien a mi tío". Negar que esta manifestación genera odio y discriminación es resultado de vivir en burbujas poco conectadas a la realidad nacional. Decir que "tengo amigos gays y los amo, pero de todos modos, voy a la marcha" es nunca haber escuchado realmente a esos amigos gays, es nunca haber marchado junto a ellos, es no entender que negarle a alguien la posibilidad de ser parte de las instituciones mas básicas de nuestra sociedad es negarle su condición de humano.

A mi tío Xavier y a mí nos gustaba el pastel de queso, y dicho sea de paso, también los hombres.

Este post fue publicado originalmente en la edición mexicana de 'El Huffington Post'