Cara de culo

Cara de culo

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Una amiga que pasó por una mala época, dice que se imaginaba a sí misma como una vieja que arrastraba latas. Latera, latosa, de andar ruidoso, enmarañada en cada paso.

Incómodos en su propia piel, los latosos, plasta, se encomiendan a contrariar a otros. Haciendo chirriar sus tarros para que su desazón no pase inadvertida: si no se puede ser feliz, más vale que nadie lo sea. La estela de su malestar no siempre es estruendosa, ni de queja evidente. Puede tener la forma del silencio que obliga; ley del hielo le dicen a esa demanda. Cara de culo también.

La verdad, la flojera intelectual de hoy, confunde casi todo con depresión

Latoso se confunde con depresión. La verdad, la flojera intelectual de hoy, confunde casi todo con depresión. Pero ahí donde el depresivo genuino no quiere nada, el cara de culo, en el fondo, lo quiere todo. Lo que pasa es que lo busca de maneras intrincadas. Exigiendo siempre. Desde la pataleta ruidosa, hasta su reverso que no es sino lo mismo: hablar bien despacito, para asegurase que le están poniendo toda la atención del mundo. En ambos casos se trata de intentar robar el alma del otro por el hueco de los oídos.

Pero que no se confunda la hostilidad del latoso con falta de amor. Su dilema es que -parafraseando al duque de La Rochefoucauld- si es difícil amar lo que no se estima, es aún más difícil amar lo que se estima más que a uno mismo. La pasión maldita del cara de culo, es que ama hasta la envidia. Y lo que de ahí le queda, es intentar ser amado siendo poco amable, porque no encuentra nada que dar de sí; más bien sueña con que lo descubran, espera que le den el beso mágico para dejar de ser un sapo. Si no, se defiende y toma esos oficios de crítico: desmantelar al otro, su obra, sus dichos, recortar cualquier contradicción para evidenciar, que ese, a quien ama, no lo merece.

La pasión maldita del cara de culo, es que ama hasta la envidia

A veces latoso busca ayuda. Entra al consultorio con sus latas y se queja, pide amor propio. La misma desidia del especialista que ve depresiones en todas partes, le recomienda centrarse en sí mismo (que parece ser la receta a todo mal). Latoso: eres tú el centro del universo, focalízate. Empujándolo a seguir engordando la prisión en la que reside su cabeza (quizás aún más terrible: un latoso "empoderado").

No entiende ni latoso ni terapeuta de bolsillo, que la única posibilidad de que la envidia afloje, es la amistad. Lo mismo que hace el amor con cualquier deseo intenso (ese que agobia en el enamoramiento o en la obsesión, que son casi lo mismo): lo mata. No porque la amistad y el amor sean virtudes que nos vuelvan bondadosos, eso sería ingenuidad religiosa. Sino porque la intimidad con la humanidad ajena, nos permite ver que nadie es realmente ese que soñábamos como causante de todas nuestras miserias. Estar con otros permite reconocer al fin, que nada del alma humana nos es ajena.

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