La vieja: la causa que nadie defiende

La vieja: la causa que nadie defiende

"Fuera viejas culiás" (insulto chileno que sería algo así como un "viejas malfolladas"). Fue el improperio que se le escapó al diputado Schilling contra unas manifestantes en la galería en el Congreso chileno. Un clásico. Igual que la insistencia obcecada de la vieja misma, tal insulto nunca pasa de moda. A la policía de la corrección política, el crimen hacia la vieja se le escapa una y otra vez.

"Fuera viejas culiás" (insulto chileno que sería algo así como un "viejas malfolladas"). Fue el improperio que se le escapó al diputado Schilling contra unas manifestantes en la galería del congreso chileno. Un clásico. Igual que la insistencia obcecada de la vieja misma, tal insulto nunca pasa de moda.

La sensibilidad de la corrección política hoy es poderosa y ha logrado sacar no pocos vocablos de la cuneta lingüística. Su brazo armado es poderoso y cuenta con ese nuevo panóptico llamado redes sociales, siempre listo para capturar a algún discriminador, una ofensa, un mal chiste, un desliz que violente aludiendo a la raza, sexo, discapacidades, rasgos físicos. Pero la vieja, indemne. A la policía de la corrección política, el crimen hacia la vieja se le escapa una y otra vez.

La vieja, tal como su actitud con lo establecido -porque la vieja es siempre rebelde-, no es cooptada por ningún bando político. Conservadores y progresistas la atacan frente a su amenaza. La vieja se defiende sola, quizás por eso no es sujeto político de ninguna reivindicación. Es más, solo si se descubre que la vieja era en realidad un viejo podría ser defendida por algún movimiento reivindicatorio.

Así ocurrió el año pasado en una situación surrealista, cuando dos curiosas señoras denunciaron a una pequeña niña de atropellarlas con un auto de juguete en la plaza de Maipú, en Santiago de Chile. Las redes sociales ardieron, siendo el insulto base hacia las denunciantes el de "vieja", acompañado de algún adjetivo flexible.

Hasta que un funcionario municipal explicó que se trataba de dos personas transexuales. La corrección política entonces debió rápidamente barrer hacia dentro el placer dichoso de varios santones que, en ese momento, descargaban algo de su odio latente y reprimido. Porque, al nuevo santón, menoscabar a la vieja no le genera contradicciones en su identidad, así como otras discriminaciones. A la vieja se la puede ofender siempre y seguir creyéndose bueno.

La vieja es, fundamentalmente, nuestro inconsciente. Ese lugar que deja en vergüenza al orgullo fálico, a la soberbia de las racionalidades que se creen verdades.

Quizá sea este el único gran acuerdo político entre los bandos: la consideración de que la vieja jode. Si la vieja es algo, es una "hinchabolas", que decimos en chileno. Y eso no es cualquier cosa, no cualquiera se atreve a desafiar lo escrito en el lenguaje de las bolas, es decir, a la historia escrita desde la racionalidad masculina. Esta, por cierto, tiene la virtud de confiar y promover la razón y la universalidad de las normas; pero, cada tanto, esta virtud se transforma en un defecto y es necesario cuestionar las racionalidades y normas que, de rígidas, pasaron a ser pelotudeces.

Y la vieja está en esa lucha. Ahí donde las cosas se han hecho igual durante cien años, ella no dudará en pedir excepcionalidad para remarcar la estupidez institucional. Ahí donde se le dice que no se puede gritar, ella lo hará más fuerte. Ahí donde los activistas de alguna causa tienen miedo de decir que tienen alguna diferencia con su grupo, ella no tiene miedo de mostrar su alteridad con las verdades establecidas, las de los que se creen buenos y las de los malos. Como dice la vieja, de los muertos hay que recordar todo, lo bueno y lo malo. Nada de compasiones que repriman la realidad de los matices.

No crean que la vieja es solo la mujer mayor. Tal asimilación es producto de que la mujer que ya no es reducida - ni por ella misma ni por otros - al acorralamiento de ser objeto de deseo, queda libre para otros fines. Pero esta es solo una encarnación posible. La vieja es, fundamentalmente, nuestro inconsciente. Ese lugar que deja en vergüenza al orgullo fálico, a la soberbia de las racionalidades que se creen verdades. Es el lapsus que viene a molestar la continuidad de la idea que tenemos sobre nosotros mismos y el mundo. Es eso que pulsa cuando sospechamos de lo establecido, y sí, se nos sale con un grito. Un grito de vieja.

Como toda pulsión del inconsciente, a la vieja hay que escucharla. Tal gesto es el que puede transformar un grito en palabras para iniciar un dialogo.